domingo, 22 de noviembre de 2009

Cualquier evidencia

Más allá de este mundo, pero insospechadamente mucho más lejos de lo que vemos y pensamos, existe otro mundo; uno de entre muchos mundos que viven sus propias vidas tan ajenas al nuestro. Si no fuera por una casualidad, nunca me hubiera enterado de ellos, me refiero a “esas personas” ¿cómo decirlo? de ese “remotísimo lugar”, a quienes conocí recientemente mientras me hallaba haciendo unas reparaciones en la azotea de la casa.

Fue muy curioso encontrarlos de pronto, parloteando totalmente quitados de la pena junto al tinaco. Pude observarlos, sin que me vieran, durante unos quince minutos.
Aquellas graves siluetas que el crepúsculo recortaba encima de mi casa, no parecían gente normal y tampoco había justificación para decir que fueran anormales; simplemente eran diferentes y parecían unos verdaderos extraterrestres, es decir; gente que evidentemente no es de aquí, ni de África, ni de la India. No tenían aspecto de orientales, tampoco de europeos y definitivamente no se parecían a nadie de este mundo.
Teniendo la misma estatura promedio del género humano y las mismas proporciones de extremidades; tamaño de ojos, nariz, algo de pelo, en fin, siendo básicamente lo mismo que nosotros, quiero decir: humanos; tenían todo igual pero al mismo tiempo distinto y bien distinto: El cabello no era exactamente como el nuestro y ni siquiera parecido a todas las cabelleras que se conocen en el mundo. Y así era en todo lo demás: las uñas, los dientes, la voz....
Me parecieron los tipos más extraños que había visto en mi vida. Sin embargo, me inspiraron confianza, llamaron poderosamente mi atención desde el principio. En lugar de alejarme a buscar a la policía, traté de escuchar su conversación. Repito: no dijeron nada importante, o que pudiera darme una idea de su procedencia, hasta que finalmente brilló en uno de ellos, algo como una araña prendida en la especie de chamarra azul marino que llevaba. Esa cosa seguramente les avisó de mi presencia, porque voltearon a verme al mismo tiempo y abrieron más sus respectivos ojos raros que me veían como preguntando: ¿ y este?
Evidentemente les parecí extraño, yo también fui un intruso en su conversación, incluso pude advertir cierto enfado encima de su desconcierto. No podía durar mucho tiempo el silencio y el turno de romperlo fue para ellos que al unísono dijeron “Buenas tardes”, aunque me parece que uno de ellos pronunció “¿noches?”. Después simplemente sonrieron porque yo hice lo mismo al ver su turbación.
Continuamos en silencio, admirándonos mutuamente, sin mucha emoción pero sí algo de confusión. Pensé que casi cada ser humano tendría alguna pregunta que hacerles y buscaba la mía, hasta que se me ocurrió tratar de averiguar en qué forma pensaban bajar de la azotea, ya que no vi nave voladora alguna a la redonda. ¿ Bajar? ¿ Le molestamos aquí ? Preguntaron sorprendidos y me hicieron sentir mal, por lo que traté de comportarme más amable. Si lo desean, puedo traerles algo de comer, les dije con sinceridad.
Tal vez necesiten cobijas, repetí en tono cordial. Sin embargo, cada cosa que les ofrecía, los hacía sorprenderse aun más. Estaban atónitos con mi hospitalidad y yo me encontraba francamente turbado, abochornado y me disculpé.
Después de todo, yo fui quien interrumpió su coloquio, así que bajé enseguida a ver la televisión y como siempre, el sueño me dejó “espaldas planas” en quince minutos.
En cuanto me despertó la voz de mi mujer corrí hacia la azotea. Todo estaba igual: el impermeabilizante. las cubetas, los cepillos... Comenzé a creer que la cena me había afectado y en eso escuché una voz que venía de la parte posterior del tinaco:
” Vecino, ¿qué anda haciendo tan temprano en la azotea; no escuchó los ruidos anoche?”.

No hay comentarios: