domingo, 14 de diciembre de 2014

Ayotzinapa une voces libres en el mundo

Un clamor social cada vez más amplio y sonoro, que alcanza a todo el orbe, pone a la estructura del gobierno mexicano y sus instituciones a crepitar. La noticia, recién difundida, que manda un haz de luz sobre la actuación de militares y policías federales como actores directos del ataque a los jóvenes normalistas, abre un nuevo capítulo en el acontecer violento de nuestros días. Ya no pueden ser confiables las instituciones que están para resguardar la paz, las leyes y el orden civil. Va a ser difícil que el Ejército y los policías –granaderos- que participaron y participan en las represiones y violaciones de los derechos de la gente que protesta en las calles (y hasta aquellas otras personas que se llevan de paso los uniformados o agentes encubiertos y que eran ajenas a los eventos colectivos de inconformidad y protesta) mantengan una imagen digna. Al contrario, son vistos por la sociedad como enemigos o hasta verdugos del pueblo. Ahora, ante la opinión mundial que hace causa común con los familiares de los estudiantes desaparecidos y quizá masacrados como tantas personas en este país, estas instituciones y el gobierno que las dirige, tienen mucho que decir aunque hagan hasta lo imposible por ocultarlo. Aquí juega un papel central el Poder Legislativo (controlado por magnates y mafias) que reaccionó a la coyuntura política desempolvando una ley que prohíbe las marchas, solapando así a los grupos de interés económico y político que mantienen atenazado a México y por lo mismo cada vez más alejado de la democracia. Es imposible no pensar que el gobierno federal, con sus amplísimos recursos y poder, tuvo siempre la facultad de saber exactamente lo que sucedía con los 43 estudiantes sobrevivientes a la emboscada, donde fueron asesinados seis de sus compañeros junto con tres civiles, deportistas que recibieron balazos por tener la desgracia de pasar por ahí en ese fatídico momento. No tan sólo sabía sino que dirigía las acciones, era parte de la trama –burdamente dirigida– que surge a la luz de los testimonios que día con día aparecen en los medios alternativos o en las redes sociales. Más aún; en las páginas de revistas donde escriben autores de reconocida experiencia y habilidad periodística, como es el caso de la revista Proceso que divulga una investigación de Anabel Hernández y Steve Fisher. Los autores revelan que elementos tanto del Ejército como de la Policía Federal, asesinaron a unos y enseguida secuestraron al resto de los estudiantes de Ayotzinapa, al igual que había sucedido el 30 de junio de este mismo 2014 en Tlatlaya, donde fueron fusilados por el Ejército 21 supuestos delincuentes, sin juicio alguno como ya se ha vuelto práctica común con los indeseables o con quienes por sus ideas o formación incomodan al régimen, muchos de ellos estudiantes, maestros o periodistas. Que esta cruel verdad sea algo que todo el mundo conozca, que la mayoría de la gente lo sepa, no la va a frenar; sin embargo, es potente el rumor de todos los que se dan cuenta, desde los que mantienen una conveniente indiferencia hasta aquellos otros, cada vez más, que cobran conciencia al procesar de una forma diferente la información que rebasa a los medios de comunicación tradicionalmente comprados por el poder. La opinión mundial sobre los gobernantes, comenzando por Peña Nieto, los señala como individuos, grupos o partidos que merecen una calificación pésima, un desastre. Y ahora con esta acción criminal del Ejército y la Policía Federal contra los estudiantes de antes, durante y después de Ayotzinapa, los dejará públicamente vistos en el mismo nivel de los cárteles, si no es que peor, porque el sostenimiento de las instituciones y sus dirigentes cuesta mucho dinero a la sociedad y éstas la traicionan, se dejan comprar por el enemigo y cobran doblemente. Esta forma de proceder es, por decir lo menos, terriblemente inhumana. Gran parte de esta fatalidad es consecuencia directa del sistema neoliberal que instauraron, hace treinta años, gobiernos tecnócratas, dirigidos por gente de élites o simpatizantes –aspirantes a ser– parte de las cúpulas que dirigen la economía, aunque finalmente resulten piezas prescindibles de los grandes magnates extranjeros. Retorcieron, con su política de ambición personal insaciable, el destino próspero que pudo tener, gracias a los enormes recursos y el capital humano, esta nación latinoamericana. La economía y el desarrollo en general se encuentran desahuciados. La endeble estabilidad social transita hacia el abismo que puede traducirse en un arrebato social de cierta forma incontrolado, una guerra civil. Lo único que crece es la pobreza, la impunidad, la violencia, la manipulación y el engaño que ejercen los medios sobre los sectores (Con fines electorales o de la sociedad de consumo) conformados por masas acríticas, cuasi analfabetas, que no complementan niveles básicos de educación o la que llegan a recibir es sumamente precaria. Ya son demasiadas las pruebas innecesarias y dolorosas por mantener tercamente o con fines abiertamente perversos las políticas neoliberales. Es fundamentalmente imprescindible un cambio de timonel y de rumbo. O se vuelve México como los países de América del Sur, que eligieron sus propios destinos mediante la elección de gobiernos progresistas o puede sobrevenir una desintegración de la paz y hacer que el tejido social se vuelva añicos, con un estallido formidable que paralice o deje al enfermo fuertemente convulsionado. El México S.A. (Sociedad Anónima) debe transformarse, de manera apremiante, en un México A.C. (Asociación Civil)