En
estas líneas abordamos desde varias perspectivas que nos sirven como puntos de
partida para el análisis algunos episodios del movimiento rural armado
acontecido entre los años de 1926 a 1929, mismo que llegó a tomar forma de
rebelión en contra del gobierno de Plutarco Elías Calles. Captamos que éste
evolucionó como una resistencia violenta al cambio de época; es decir, de un
estado hegemónico a otro.
Durante
aquellos años turbulentos el gobierno se transformaba civilmente; es decir,
abandonaba las luchas armadas en tanto que las instituciones igualmente fueron
actualizándose conforme a la época que acercó las nuevas ideas, no obstante, la
gente en el campo se resistía a cualquier modificación negándose los
propietarios de grandes extensiones de tierra a llevar a cabo los repartos
entre los campesinos, como parte del programa agrario oficial, como si buscaran
prolongar los tiempos del porfiriato.
Los
cacicazgos trataron de evitar con las armas que el gobierno aplicara la Ley del
6 de enero de 1915, la cual protegía a los campesinos empobrecidos con la
dotación de tierras. En abierta unión con clérigos éstos señalaron a los
líderes agrarios como enemigos de Cristo o comunistas, instándoles a dejar sus
parcelas e incluso combatiéndoles a muerte. Cualquier liderazgo de campesinos
era violentamente reprimido. Las comunidades fueron amenazadas con gente que
violentaba y agredía al servicio de los terratenientes que no se detuvieron
para formar ejércitos con la finalidad de frenar el plan agrario oficial, con lo
cual estalló la guerra.
Para
algunos absurda, la guerra cristera o cristiada pudo haberse llamado la guerra
agraria, porque el móvil principal fue la posesión de las tierras. Los dueños
de latifundios se unieron y armaron gente, para evitar así que éstos fueran
fraccionados en parcelas con el programa que impulsó el gobierno con la
finalidad de ser repartidas entre campesinos. Los comisariados ejidales fueron
las primeras víctimas de la ferocidad vengativa de los terratenientes cuyos
mayordomos y guardias blancas les protegían junto con sus propiedades.
Los
levantados en armas contra el gobierno de la revolución, más que combatir
contra las fuerzas del Ejército Nacional, procuraban atacar agraristas; pero
más que todo procuraban atacar a sus directivos y a los ejidatarios indefensos,
preferentemente en emboscadas y a mansalva. Y el que caía en su poder vivo era
asesinado con la mayor saña y crueldad. Así fueron desollados de los pies y
hechos caminar hasta caer exaustos, (sic) los jefes de la importante comunidad
de Sayulapan del Municipio de Zacoalco de Torres, Alberto y Manuel Madrigal.
Así fue arrastrado y luego ahorcado el ejidatario de Zacoalco Ramón Lira. En
las mismas condiciones de crueldad fueron asesinados muchos otros de la región.
Manuel Ramírez, Felipe Gutiérrez, Melitón Evangelista, Leocadio Prado,
Margarito Torres, Praxedis Álvarez y muchos más independientemente de cuántos
campesinos murieron, no asesinados, sino en acciones de armas, peleando de
frente. (Moreno, 1965)
No
hubiese sido tan cruenta la lucha si no encarnara en las precipitadas agendas
la cuestión ideológica del catolicismo más radical que se practicaba, como
sucede ahora, entre los sectores de creyentes. Los vínculos entre hacendados
propietarios de latifundios y algunos individuos del alto clero, llegaron a su
clímax cuando coincidieron los intereses de ambos. Por una parte, las familias
de terratenientes que se habían repartido las propiedades con la estratagema de
la “pequeña propiedad”, se pusieron en alerta en contra de las medidas
retributivas hacia aquellos que habían sido dueños originales desde la época
colonial e incluso de tiempo atrás anterior a la conquista. Hubo en los
territorios tanto familias de campesinos mestizos como descendientes de
indígenas en forma directa sin mezcla sanguínea. Las comunidades puras habían
huido desde hacía mucho tiempo hacia las zonas áridas y remotas que se
encuentran enclavadas en las cordilleras o en el desierto. La cristiada fue así
también una guerra étnica por despojo. Los terratenientes se aseguraron de
alejar o explotar a los indígenas y sus descendientes mestizos.
Por
otra parte, ante la perspectiva próspera de la productividad comunal el sistema
de propietarios particulares se ponía en entredicho, por tanto, perdía fuerza.
El trabajo colectivo por lógica tendería a rendir mayores frutos reflejados en
cosechas abundantes, lo mismo que el aumento en la reproducción de animales con
lo cual se crearían emporios manejados por grupos de campesinos organizados
como cooperativas.
Visto
de esta manera el proyecto agrario tenía que ser erradicado de tajo desde el
poder, más allá del gobierno que lo impulsaba. El agrarismo amenazaba desde la
raíz al sistema de latifundios (antes encomiendas) que se había creado en la
época colonial, reafirmándose durante el porfiriato y que sobrevivió a la
revolución de 1910. Con el éxito del trabajo colectivo del campesinado se ponía
en duda la eficacia de las fórmulas de producción individual o privada
capitalista que ya se perfilaba como la opción que asumirían las naciones del
desarrollo industrial entendido como “orden y progreso”, de acuerdo con la
época.
La
Revolución de Octubre, triunfante, provocaba que soplaran vientos de la
U.R.S.S. hacia México. ¿Qué tan peligrosa para las élites hegemónicas cuyo
poder se elevaba por encima del presidente de la república y su gabinete, era
en esos años la fuerza organizada del campo, o sea, el socialismo o comunismo
agropecuario? A pesar de que Plutarco Elías Calles dedicó su vida política
después de silenciarse las armas revolucionarias al fortalecimiento de la vida
institucional, por lo que trató de aplicar las leyes constitucionales de 1917,
no tuvo éxito para vencer del todo a las legiones de católicos que vieron en su
gobierno al anticristo.
Azuzados
por clérigos los pobladores de zonas repartidas en varios estados de la región
centro-occidente de la República, crearon el imaginario que ubicaba a la
iglesia y la propia figura de Cristo, amenazadas por un gobierno de comunistas.
Este es el gran mito de la cristiada; que haya sido una guerra religiosa,
cuando en realidad se trató de un conflicto de resistencia hacia el cambio
hegemónico entre ambas partes beligerantes. Tanto los hacendados como los
agraristas, recelaban de aquello que les quitara el estatus. Fue por tanto
también una guerra difusa; no estaban suficientemente claros los objetivos al
igual que las condiciones del campo para el gobierno, como tampoco lo
estuvieron para los terratenientes que simplemente aplicaban sus propias leyes
en desacato al mandato federal. De la misma forma sucedió con los agraristas
que no definían mucho menos impulsaban sus proyectos, sino que fueron éstos
convertidos en dependientes orgánicos del incipiente paternalismo oficial;
nació así la burocracia agraria.
Nunca
existió un programa socialmente incluyente que admitiera una combinación
coherente y pacífica entre los actores sociales que interactuaban. Se abrió más
la brecha entre dominantes y dominados. La cristiada fue por tanto la
agudización de la crisis económica del medio rural que devino en rupturas y
conflictos ensañadamente sangrientos.
Por
otro lado, la participación de personas de rango superior en cuanto a las
jerarquías de sus cargos, como lo fue el Obispo Francisco Orozco y Jimenez,
acrecentó los ánimos enconados puesto que sus discursos eran tomados al pie de
la letra por miles de fieles que apoyaron a los cristeros en sus
enfrentamientos contra las fuerzas federales. Las multitudes absortas en la
idea de instalar un gobierno católico avituallaron a sus líderes para
conquistar dicho poder a cualquier precio, incluida la vida. Aquí es donde se
aprecia una faceta de la cristiada comparable a una intifada o guerra santa.
La
cristiada fue también, y eso es muy importante decirlo, una guerra regional.
Los escenarios de las batallas, los asaltos, las tomas e incendios de
poblaciones, los fusilamientos junto con ahorcamientos masivos, las volcaduras
de trenes, entre otras acciones, tuvieron lugar en algunos estados del centro y
occidente de México: Jalisco, Colima, Guanajuato, Querétaro, Michoacán,
Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí, principalmente. ¿Por qué no se
extendió a otros estados? Esta pregunta no tiene una respuesta definitiva ya
que las anteriores guerras durante los años que se luchó por la independencia y
tiempo después a causa de aplicar las Leyes de Reforma o debido al federalismo
en contra del centralismo, presentaron hechos importantes acontecidos en
estados más alejados como Coahuila, Chihuahua, Sonora Durango o Yucatán.
Es
posible que el “incendio” de la cristiada haya sido acotado por los gobiernos
de los estados para que no se internara en sus territorios. A ello contribuyó
también quizá de manera importante la mentalidad de los ciudadanos de otras
regiones (el norte y el sur) que los hace ser más “prácticos”, por tanto, menos
dados a asumir la religión de forma tan notoria en su vida diaria.
Culturalmente podemos considerar la cristiada como un fenómeno regionalmente
focalizado en zonas donde el virreinato enraizó más profundamente, caracterizado
por su violencia desprogramada, que fue circunstancial, en ocasiones
espontánea, motivada sobre todo por impulsos de venganza. Desde este enfoque
podemos hablar también de una guerra política gestada por la añeja lucha de
clases que se dio en nuestro país desde la conquista.
Las
clases dominantes pretendieron extender sus privilegios a perpetuidad dando un
golpe bajo al gobierno que trataba de emancipar a los campesinos. Se
propusieron acabar de una vez con el ímpetu nacionalista proletario-campesino
corporativista que configuraba el nuevo gobierno. Lo que sucedía en el campo
era estratégico por tanto primordial para las corrientes ideológicas que
disputaban el poder. Los hacendados junto con el alto clero formaron el
contrapeso que desde su visión era necesario para influir en que las políticas
de Estado les favorecieran.
De
su parte el gobierno revolucionario se reusó a aceptar las prerrogativas que
permitían no tan sólo la conservación de los bienes y privilegios que
ostentaban las élites, sino que éstas anhelaban influir hasta en el programa
nacional de enseñanza, toda vez que las tropas regresaran a sus cuarteles. Se
dieron por tanto dos posturas irreconciliables: los clericales o cristeros, por
una parte y los gobiernistas apoyados por el Ejército Federal en el extremo
opuesto. En medio quedaron las familias de campesinos que constantemente se
vieron obligadas a trasladarse por distintos lugares según las refriegas que
eran escenificadas por ambos bandos. El luto se apoderó del campo que, junto
con el hambre propiciada por la destrucción, ahondaron la miseria de la gente.
La cristiada fue la tumba de los pobres que se entregaron a morir porque “no
tenían nada que perder”; nos han quitado
la tierra, tal como lo dijo el clásico de Juan Rulfo.
Poco
tiempo después de haberse apaciguado la nación al transcurrir los años
revolucionarios, los brotes sublevados junto con las gavillas que asolaban los
caminos, continuaban dando padecimientos a la gente. La incertidumbre dio pie
para que fueran reclutados individuos al llamado contra el gobierno señalado
como enemigo de la fe. “Viva Cristo Rey”; la consigna famosa con la que los
cristeros trataban de exponer su bravura para batir a quienes sus patrones les
ordenaban, se escuchaba previa a las descargas que hacían los cristeros sobre
campesinos o soldados que les enfrentaban. Se guerreaba en diferentes sitios
distantes entre sí con el mismo encono despiadado. Qué mejor para darnos una
idea de lo que vivieron aquellos combatientes que sus propias voces:
Y
en el caso de la importante población de Teocuitlatán de Corona, en que al
estar siendo atacada la plaza al amanecer del día ocho de agosto de 1927 por
una fuerte columna enemiga de más de 300 hombres comandada por los cabecillas
reconocidos como peleadores, David Sánchez, León Sánchez, Anatolio Partida y el
cura Federico González, todos de Michoacán, me citó a conferencia telegráfica
urgente el señor Gral. Dn. Manuel Ávila Camacho, que se encontraba en Sayula y
que era el Jefe del Sector Militar del sur, para informarse de lo anterior y
aclararme que no disponiendo él en aquél momento ni siquiera de su plana mayor
porque el 38 Regimiento de Caballería que era a sus órdenes inmediatas lo tenía
movilizado totalmente, había ordenado que el 90 Regimiento de Guarnición en Ciudad
Guzmán, se embarcara en tren especial lo más pronto posible para desembarcar en
Estación Verdía y trasladarse de ahí a Teocuitlatán, pero que como esto
tardaría y la situación de los defensores de la Plaza era muy difícil y temía
que sucumbieran, me preguntaba si yo podría salir en breve tiempo con alguna
fuerza montada de la que estaba a mis órdenes para acercarme al enemigo y
distraerlo para disminuir su potencia de ataque mientras llegaba el 90
Regimiento para que en cooperación con este cuerpo procediéramos a batirlo,
contestándole que aunque sólo disponía en aquel momento de pocos hombres porque
había mandado proteger la Plaza de Atemajac de Brizuela que estaba amagada por
el cabecilla Bouquet, y por otra parte importante la había destacado a perseguir
una partida rebelde que se acercaba a Estación Catarina como ya él mismo se
había dado cuenta, saldría inmediatamente con los que fuera posible en el acto
sin perjuicio de dejar guarnecido Zacoalco. (Moreno, 1965)
1927
y 1928 fueron años en los que recrudeció el conflicto. Lejos de tender puentes
de diálogo las facciones encontradas en lo que se definía como una revolución
cristera, desairaban la postura del otro, menospreciándose entre sí ambos
bandos. En los primeros meses de 1927 el gobierno dio la orden para que fueran
clausurados los conventos y centros religiosos, dándoles uso de oficinas
públicas o escuelas: El Convento de Capuchinas en Tlalpan, D.f.; los templos de
Teotitlán, Topehuanes y Tecala, en Monterrey, el Arzobispado en Jalisco; los anexos
de los templos de Mexicalzingo, Santa Mónica y el Santuario en Guadalajara; en
Durango el Atrio del templo de San Francisco; en Manzanillo fue desalojado el
tempo de Santa Brigida para ser convertido en escuela. La mayoría de estos
inmuebles fueron saqueados con lo cual se perdieron joyas de gran valor como
orfebrería sacra, candelabros, cálices, reliquias, retablos, sillería, entre
otros bienes valiosos.
Para
entonces la conmoción social era mayúscula en la capital y en varias ciudades
del interior del país. El presidente Calles se mantuvo en su postura de no
modificar la Ley de Cultos. A través de la prensa el régimen dio a conocer que
la nacionalización de los bienes del clero que llevaría cabo redituará en cien
millones de pesos para el Erario. La feligresía protestó en tanto que las
aprensiones y expulsiones de arzobispos, obispos y sacerdotes se multiplicaron.
El
11 de enero varios agentes de la Secretaría de Gobernación, detienen en las
oficinas del Episcopado, ubicado en las calles de Serapio Rendón a los señores
Arzobispo de Michoacán, Ms, Lepoldo Ruiz y Flores; Obispo de Aguascalientes,
Mons. Francisco Valdespino el Obispo de Saltillo, Mons. José María Echevarría,
el Obispo de Papantla, Mons. Nicolás Corona, el Obispo de San Luis Potosí, Mons.
Miguel de la Mora; el presbítero Nicanor Castro Soto y otras personas que allí
se encontraban. Treinta y dos sacerdotes son reducidos a prisión a quienes se
les considera complicados en el movimiento sedicioso. De distintos lugares de
la República llegan a la ciudad de México algunos sacerdotes y se les obliga a
presentarse diariamente a firmar. Son aprehendidas varias señoras y señoritas
por violar la Ley de Cultos. Agentes de las Comisiones de Seguridad catean
casas de obispos y católicos. (Casasola)
Además
de estas acciones el 21 de abril fueron expulsados del país los arzobispos de
México, Puebla y Michoacán, asimismo los obispos de Aguascalientes, Saltillo,
Cuernavaca, Chiapas, Huejutla, Papantla, Tabasco y Zacatecas.
Alarmado
por los acontecimientos el Arzobispo de Durango, doctor José María González y
Valencia publicó una carta cuyo contenido describe la postura religiosa por lo
que consideramos interesante transcribir en forma íntegra:
“Nos
el Dr. Don José María González y Valencia, por la gracia de Dios y de la Santa
Sede Apostólica, arzobispo de Durango. Dios, bien sabe, Venerables Hermanos y
muy amados hijos, con qué sentimiento de veneración nos dirigimos en esta vez a
vosotros que os encontráis en el campo de la lucha, frente a frente de los
enemigos de Cristo y teniendo en nada vuestro bienestar y vuestra vida Dios
bien sabe el rubor que embarga nuestra alma al pensar que el puesto que
últimamente se nos ha señalado en la presente lucha no es ciertamente el puesto
de mayor peligro. Lejos de vosotros no queremos sin embargo privarnos del
consuelo de dirigiros estas nuestras palabras, para robustecer, después de
haber sentido de cerca el corazón del Papa, todo lo que públicamente os
enseñábamos, y todo lo que privadamente os respondíamos cuando privadamente nos
consultábais. Desde que por disciplina tuvimos que abandonaros para venir a
esta Santa ciudad, nuestro pensamiento y nuestro corazón han estado siempre con
vosotros. Hemos estado perfectamente al tanto de todo lo que hacéis en defensa
de vuestra fe y de lo que por ella sufrís llevamos cuenta exacta de todos y
cada uno de vuestros sufrimientos. Vuestras privaciones, vuestras cárceles y
vuestras torturas: todo lo llevamos como punzante espina dentro del corazón”.
“Séanos lícito ahora romper el silencio sobre un asunto del cual nos sentimos
obligados a hablar. Ya que en nuestra arquidiócesis muchos católicos han
apelado al recurso de las armas, y piden una palabra de su Prelado, palabra que
Nos no podemos negar desde el momento que se nos pide por nuestros propios
hijos; creemos nuestro deber Pastoral afrontar de lleno la cuestión, y
asumiendo con plena conciencia la responsabilidad ante Dios y ante la Historia,
les dedicamos estas palabras: Nos nunca provocaremos este movimiento armado.
Pero una vez agotados los medios pacíficos, ese movimiento existe, A NUESTROS
HIJOS CATÓLICOS QUE ANDAN LEVANTADOS EN ARMAS POR LA DEFENSA DE SUS DERECHOS
SOCIALES Y RELIGIOSOS, DESPUÉS DE HABRELO PENSADO LARGAMENTE ANTE DIOS Y DE
HABER CONSULTADO LOS TEÓLOGOS MÁS SABIOS DE LA CIUDAD DE ROMA, DEBEMOS DECIRLES
ESTAD TRANQUILOS EN VUESTRAS CONCIENCIAS Y RECIBID NUESTRAS BENDICIONES.
Edición de la “LIGA NACIONAL DEFENSORA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA. Delegación del
D.F.- Sección de propaganda”.
Esta
comunicación del arzobispo nos da algunas claves para entender el carácter
trasnacional del conflicto al revelar vínculos con los “teólogos sabios” del
Vaticano que dieron su anuencia para llevar el asunto mexicano hasta sus
últimas consecuencias. Se estaba en el filo de la navaja; la iglesia pudo haber
sido nacionalizada, con lo cual la Santa Sede perdería una de sus mayores
fortalezas en el continente americano.
En
la Semana Santa de 1927 por primera vez en la historia mexicana fueron
suspendidas las ceremonias acostumbradas, aun así, miles de fieles se
dirigieron a los templos. El 12 diciembre de ese mismo año se llevaron a cabo
las celebraciones del día de la Virgen de Guadalupe con la asistencia de unas
cien mil personas a la Basílica.
El
6 de febrero de 1928 fue volado con dinamita el monumento que los católicos
habían levantado en homenaje a Cristo Rey en el Cerro de El Cubilete, cercano a
Silao, Guanajuato. De igual forma continuaron las clausuras de templos,
escuelas religiosas, parroquias como la de Uruapan, los colegios teresiano y
josefino en la capital, el Seminario conciliar que se ubica en la calle de
Regina, el Seminario Católico de Puebla, la propiedad de los padres
pensionistas de Tacubaya, el templo de Payo Obispo, Quintana Roo; el Asilo de
Niñas de Santa María de Córdoba, Ver., entre otros más que también sufrieron
saqueo.
Continuaron
las detenciones, los saqueos, las deportaciones, al igual que el envío a la
prisión de las Islas Marías a personas señaladas como involucradas en las
acciones contra el gobierno por parte de los guerrilleros cristeros. La policía
descubrió propaganda religiosa en una bodega en la Quinta San Román, cerca del
Colegio Militar. Allí había una imprenta que quedó confiscada. Por esos días
fue aprehendida una banda de malhechores que extorsionaban a los católicos
haciéndose pasar por policías.
De
su parte en el Ejército Federal se resintieron numerosas bajas de oficiales y
soldados. También habían menguado las filas de combatientes que trataban de
extinguir la rebelión que, como hemos comentado, tenía múltiples cabezas.
Hechos
sobresalientes de ese año de 1927 en orden cronológico.
Al
comenzar el mes de enero fue atacada la ciudad de Léon, Gto., sin que los
asaltantes lograran consumar sus planes al ser rechazados por las fuerzas locales.
A poca distancia, en Tepatitlán, el general Ferreira combatía con notable
fuerza a los cristeros en tanto que la población de Atotonilco fue tomada por
los rebeldes hasta el día 20 en que las tropas federales recuperaron la plaza.
En
el mes de febrero cayó abatido en Guanajuato el general Bautista a manos de los
rebeldes. En Morelia fue fusilado el señor Salvador Calderón acusado de
rebelión y por la misma causa fueron fusilados cuarenta y cinco católicos cerca
de Guadalajara.
El
21 de marzo los hombres al mando del general Gallegos asaltaron el tren de
pasajeros de Laredo, aniquilando a la escolta. En la acción perdió la vida el
conductor don José Isabel García.
El
día 13 de abril fue asaltado de nueva cuenta el tren de Laredo en el kilómetro
339 a manos de una partida de rebeldes comandados por Juan Mendoza, Germán
Pichardo y Dionisio Aguilar. Para llevar a cabo el plan los asaltantes
deslizaron peñascos sobre la vía, sin embargo, el maquinista logró hacer una
hábil maniobra de retroceso.
El
día 20 una gavilla de cristeros al mando del “Catorce”, el presbítero Vega
Pedraza y Angulo, tomaron por asalto el tren de Guadalajara a la altura del
kilómetro 162, al norte de La Barca. Prendieron fuego a todos los carros
causando la muerte a 113 personas, entre escoltas y pasajeros.
La
Liga Defensora de la Libertad Religiosa publicó en su boletín número 28 del 30
de abril de 1927 lo siguiente:
El
reciente asalto al tren procedente de Guadalajara con rumbo a esta capital,
verificado la noche del 19 del actual en el kilómetro 162 al Norte de La Barca,
Jal., ha conmovido el alma nacional. Pero si la desgracia misma ha causado
honda pena en todos los corazones bien nacidos, a este sentimiento se ha
sobrepuesto el de una justa indignación
de toda la sociedad contra el Gobierno, verdadero responsable de la sangre que
se está derramando, ya que por capricho sectario se empeña en desoír el clamor
de un pueblo que reclama imperiosamente sus derechos más legítimos, y el
sentimiento hondo, intenso, universal de asco, de ira, de execración, y de
amenaza por la hipocresía, el cinismo y la vileza con que el Gobierno por medio
de un hombre sin conciencia y sin honor, de un calumniador asalariado, de un
vicioso público, ha desfigurado los hechos y mentido a sabiendas para llenar de
oprobio a nuestro glorioso Ejército Libertador, a nuestros soldados sacerdotes,
a nuestros venerables prelados y a la Iglesia Católica, haciéndoles aparecer
como turba de ladrones, asesinos e incendiarios. PROTESTAMOS PUES CONTRA LA
TROPA, VERDADERA RESPONSABLE DE LA CATÁSTROFE, Y CONTRA CALLES Y ÁLVAREZ QUE A
SABIENDAS DESFIGURARON LOS HECHOS PARA DESPRESTIGIAR A LA NOBLE CAUSA DEL
CATOLICISMO Y DEL PUEBLO. (Casasola)
El
jueves 5 de mayo se publicó en los periódicos la noticia de la muerte del
bandolero Rodolfo R Gallegos en un lugar cercano a Tepozán, municipio de San
Luis de la Paz. Había ido en su búsqueda hasta darle alcance después de 120
horas continuas de persecución el coronel José María Dávila. Junto con él
fueron ejecutados los cabecillas Fortino Sánches y Refugio Avilés. “De esta
manera comprueba el Gobierno de la República sus informes respecto a la
extinción de las gavillas episcopales en el Estado de Guanajuato y espera dar
igual noticia respecto a las organizadas por el arzobispo Orozco y Jiménez en
el Estado de Jalisco. El general brigadier Jefe del Estado Mayor Presidencial,
José Álvarez”. (Casasola)
En
septiembre fue comunicada oficialmente la captura y fusilamiento del sacerdote
Sedano junto con cinco personas que de igual forma fueron pasadas por las
armas.
En
noviembre el tren de pasajeros que iba de Ciudad Juárez hacia la capital fue
saltado por los rebeldes en el Estado de Zacatecas. Terminaba así el año de
1927 con enfrentamientos enconados en los estados de Jalisco, Guanajuato y
Michoacán.
Inició
1928, en el mes de febrero los rebeldes hicieron el intento de tomar la ciudad
de Guanajuato siendo rechazados por las fuerzas federales. En prevención de más
ataques a los trenes de pasajeros el gobierno decidió artillarlos con
ametralladoras, además de escoltarlos con cien hombres bien armados. Hacia el
mes de abril los alzados se aproximan a la ciudad de Colima. En mayo fue
asaltado el tren de pasajeros entre Empalme y Purísima, Dgo. Por su parte “El
catorce”, llegó con su gente hasta la Estación del Ferrocarril de Piedad de
Cabadas y la incendió.
En
el mes de junio el jefe de las Operaciones en el Estado de Guanajuato comunicó
acerca de un combate contra una gavilla de rebeldes en el que murió el
cabecilla Francisco Vargas y veinticinco de sus hombres.
En
septiembre el gobierno dispuso que los trenes de pasajeros que hacen el
trayecto entre México y Ciudad Juárez lo hicieran avanzando de día mientras se
llevaban a cabo movimientos contra los rebeldes. El día 16 de ese mismo mes los
cristeros levantaron la vía entre Nuevo León y Yurécuaro, descarrilando el tren
y ocasionando varias muertes. En octubre un grupo de rebeldes tomó posesión de
la Estación Verdía, Jal., apoderándose de dinero y mercancías.
Lejos
de sofocarse la revolución cristera seguía su curso quedando al frente de ésta
el general Enrique Gorostieta, hijo del licenciado Enrique Gorostieta quien
había sido Ministro de Hacienda durante el gobierno del general Victoriano
Huerta.
Poco
antes de finalizar el periodo presidencial del general Plutarco Elías Calles,
fue recibida en la Cámara de Diputados una petición hecha por un grupo numeroso
de personas para que se aplicaran reformas relativas a la Ley de Cultos,
adhiriéndose a esta solicitud miles de católicos de toda la República. El
escrito incluyó informes de abogados expertos que revisaron legislaciones de
otros países, con la intensión de dar sustento legal a la exigencia ciudadana
hacia el gobierno de Calles.
En
octubre de 1928, el obispo de San Luis Potosí dirigió una carta abierta al
Ministro de Gobernación, licenciado Emilio Portes Gil, pidiendo aliviar un poco
la situación de los católicos mientras se reformaban las leyes y se aplicaban
éstas sin extralimitaciones. A los pocos días el Lic. Portes Gil ascendió a la
presidencia y logró finalmente encontrar una solución definitiva al conflicto
cristero.
Para
la historiografía mexicana el tema cristero abre posibilidades sumamente
interesantes puesto que una historia de la historia de la cristiada aún no ha sido escrita. La experiencia de expertos investigadores
como el reconocido autor Jean Meyer, dejan los caminos ampliamente trazados
para otros exploradores interesados en un tema tan complejo como fascinante.
El
miedo cristero todavía es narrado en las comunidades agrarias o rancherías como
sobremesas que los más ancianos disfrutan escarbando en la memoria. Pasan ellos
algunas horas remembrando anécdotas que se transmiten de unos a otros hasta que
desaparecen en algún susurro; nadie las menciona más.
La
agitación de los años cristeros marcó destinos en forma trágica como la muerte
de los hermanos Pro, el Ingeniero Segura Vilchis, y hasta el propio Álvaro
Obregón acribillado por la mano del dibujante caricaturista León Toral, quien
sufrió torturas mientras aguardaba el día de su fusilamiento.
El
Archivo fotográfico de los hermanos Casasola constituye una fuente gráfica de
incalculable valor por su contenido histórico. Al ver las imágenes de los
personajes que le dieron dinamismo a una época especialmente trágica en la vida
nacional, vienen a la mente más preguntas acerca de por qué todo aquello que
segó miles de vidas. ¿Fue una causa inútil aquella lucha? O, por el contrario,
el ejemplo de un pueblo que no mide esfuerzos y sacrificios para defender sus
creencias puede servir para que los gobiernos aprendan a respetar a los
gobernados, lo cual significa tener obediencia hacia la voluntad de quienes
integran la sociedad; es decir, los ciudadanos.
De
su parte también lo acontecido con la rebelión nos alecciona para no cometer
los errores guiados por el fanatismo. Se nos muestra que, si una sociedad es
mayoritariamente creyente y/o practicante de la fe católica, igualmente existen
y conviven personas que practican otras creencias e inclusive hay aquellos
quienes viven al margen de cualquier tipo de fe o religión; existen los
librepensadores, ateos, agnósticos, entre otras nomenclaturas con las que se
distinguen las personas por sus ideas respecto de los asuntos religiosos.
Se
trató de una guerra muy de su época y circunstancia en el contexto nacional. La
revolución había dado espacios a choques ideológicos que pugnaron por
configurar un país de acuerdo a las visiones y ambiciones de cada grupo.
Quienes salieron triunfadores asumieron el poder con tal vehemencia en
controlarlo que dejaron poco margen para que hubiera más pluralidad política.
Gobernaron sin dejar las armas. Aplicaron las leyes sin molestarse en
adecuarlas a las mentalidades sensibles hacia la religión católica que se
conformaba de una gran parte de la población del país. Preconizaban una sucesión
interminable del poder pasándose de unos a otros que tuvieran la misma
filiación proclive a mantener una distancia importante de los asuntos del clero
y de la propia clerecía.
Como
mencionamos al principio, cundían en aquellos años las ideas del socialismo
llevado a la práctica por medio de comunidades agrarias. El motor de la
historia ha sido siempre aquello que se resiste a la explotación, a la
dominación o a los cambios. En la cristiada
se tocaron los extremos llevando cada lado una fortísima carga ideológica y
simbólica que entró en colisión con la parte opuesta. Los círculos
intelectuales de ambos sentidos exageraban sus posicionamientos generando
fricciones que saturaban el espacio público volviéndolo peligrosamente
explosivo. El encono social dio pie a persecuciones, delaciones, huidas
precipitadas y capturas; todo se puso difícil, sin embargo, el gobierno salió
avante.
Después
de estas luchas que ocasionaron tanto terror, vino la etapa cardenista que con
mayor ímpetu promovió una ruta nacionalista con vetas del socialismo más
acendrado, como copia del modelo soviético que había logrado imponerse en el
orden mundial que en algunos años fue bipolar.
El Estado pudo negociar con las élites católicas que lograron obtener
ventajas, como fueron las facilidades otorgadas para abrir escuelas con
enseñanza de religión, tener su propia prensa, mantener sus propiedades, entre
otras prerrogativas.
¿Hubo
influencias externas en la Guerra Cristera que tuvieron como propósito contener
el avance de las ideas socialistas en el campo? O, ¿se trató únicamente de la
prevención que tuvieron los poderosos terratenientes para que el gobierno
interrumpiera el reparto agrario? ¿Fue también el gobierno un provocador que
desoyó a la sociedad en sus reclamos para ser respetados sus derechos
religiosos? ¿Por qué el gobierno no advirtió antes e intervino para que no
creciera el conflicto? ¿Fue sorprendido?
Quedan
las preguntas para el caso de encontrarse algunas respuestas que permitan tener
un esquema objetivo que nos ayude a entender más sobre aquella guerra. ¿Por qué se lanzaban a guerrear los
campesinos dejando su vida ordinaria por una lucha que no les ofrecía nada,
sino que más bien eran ellos la ofrenda? Nos han demostrado una vez más que una
fe es capaz de movilizar multitudes como ha sido siempre en la historia de la
humanidad.
Casasola,
hermanos. Historia Gráfica de la Revolución. 1900-1940. Cuaderno 16. (Archivo
Casasola)
Moreno
O. Ángel. 1965. Semblanzas Revolucionarias. Compendio del Movimiento de
Liberación en Jalisco. Talleres Linotipográficos “Berni”.