sábado, 24 de mayo de 2008

III. Valores del laicismo en la educación

“El carácter laico de la enseñanza oficial es el consiguiente forzoso de la independencia de la Iglesia y el Estado. La instrucción religiosa y las prácticas oficiales de cualquier culto, quedan prohibidas en todos los establecimientos de la federación, de los estados y de los municipios, dice la ley, y los fundamentos filosóficos de esta prohibición son invulnerables. No los ha inspirado el espíritu de partido, la pasión política, la hostilidad sistemática a determinada secta, no, ningún sentimiento mezquino; obedece a más altos fines, significa el respeto a todas las creencias, la inviolabilidad de la conciencia humana. El Estado que garantiza el ejercicio de todos los cultos, no es un ateo, y al extirpar de la escuela pública la enseñanza religiosa se muestra consecuente con sus principios y la deja al cuidado de la familia y del sacerdote, al tierno abrigo del templo y del hogar”.

Fragmento del discurso del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Joaquín Baranda en el congreso de instrucción en 1889.


Los valores tienen su origen en la satisfacción de necesidades, que se vuelven cada vez más complejas.
Los valores apuntalan el respeto y la tolerancia , como factor esencial de la convivencia humana en un mundo cada vez más plural.
La pedagogía ha jugado un papel primordial en la asimilación de valores por parte de la sociedad a través de distintas posturas:
Indoctrinación. Esta postura se basa en la inculcación de valores en los educandos y los aplica unilateralmente sin que medien procesos de argumentación, convencimiento, diálogo y reflexión. Se fundamenta en una actitud autoritaria, atenuada en ocasiones por un implícito conductismo. Se confía en la fuerza del mandato, en la eficacia de la inhibición y represión, en recompensas y castigos. De hecho este procedimiento representa la antítesis de una verdadera formación basada en valores.
Falsa neutralidad. Tratando de no afectar la libertad del educando, se argumenta que la educación debe comportarse neutralmente. Tal vez por carecer de una posición específica, o porque no se pretende compartir sus convicciones, el educador se abstiene de dar información al alumno con la finalidad de que él encuentre respuestas por si mismo, a través de su propia búsqueda. Esta neutralidad se advierte imposible, debido a que el educando estará siempre sujeto a influencias de todo tipo, además, es pedagógicamente incorrecta porque priva al alumno de las ayudas necesarias para desarrollar su sentido moral.

Voluntarismo. Esta postura confía en el poder pedagógico de la exhortación, del ejemplo y la motivación dirigida. Se basa en la autoridad moral del educador.. Este enfoque por lo regular se da a principios morales que se proponen como universales e inmutables.
Relativismo. Esta postura puede entenderse como un relativismo ético en el que los valores morales, o son subjetivos, o son condicionados por la evolución cultural.. La educación , en consecuencia, debe procurar que los niños y jóvenes se adapten a los valores y normas aceptadas en el momento.
Una técnica aplicable a esta postura es la de “esclarecer valores”. Los niños y jóvenes explican, a través del diálogo y la interacción, sus valores. Sin embargo, filosóficamente esta postura es insostenible, precisamente porque al conducir a un relativismo ético, se condiciona y reorienta a los alumnos si estos manifiestan valores inaceptables.
Desarrollo humano. La afirmación de la autoestima es el punto de partida para la construcción de valores personales. El educador debe ser un facilitador para que los alumnos encuentren un ambiente que les facilite el libre desenvolvimiento y expresión de sus ideas y habilidades, sus opiniones y deseos.
Basada en las teorías clínicas de Rogers y Abraham Maslow, esta teoría supone que la búsqueda de satisfactores para sobrevivir es lo que impulsa el desarrollo del ser humano. Se pone especial atención a la autoestima y a las capacidades de la persona, así como al concepto positivo que se tiene de sí mismo.
Desarrollo del juicio moral. Piaget inicia la exploración del desarrollo del juicio moral como un proceso paralelo al de la evolución de las capacidades cognoscitivas del niño y del joven.
Evidentemente la pedagogía no ha sido ajena a la evolución de la moral y tanto el maestro como la familia y el Estado, mantienen una responsabilidad definida en la formación ética de los sujetos. En México, la evolución histórica de la formación moral de los educandos, aparece en los primeros días de la vida independiente. Tanto Lucas Alamán como José María Luis Mora, coincidían en la necesidad de proveer a la educación de la formación de las virtudes morales y al mismo tiempo, se advierte un incipiente propósito de separar la escuela de la educación religiosa.
Las leyes de Gómez Farías (1833) establecían en la enseñanza primaria una clase de Catecismo Religioso y otra de Catecismo Político, y la misma separación se introdujo en las pocas escuelas normales que empezaban a establecerse (Guevara Niebla, 1997,p55) Se seguía en esto el ejemplo de Francia, en donde Napoleón había introducido en la instrucción publica los catecismos cívicos o imperiales. La asignación de moral se mantuvo, con cambios de nombre, en el currículum de la primaria a lo largo del siglo XIX: Moral en la ley de abril de 1861, Moral y Urbanidad en la de 1869, por ejemplo; también figuraba en el currículum de la Escuela Modelo de Orizaba(1883) y en todos los grados de la primaria anexa a la Normal.
Pablo Latapí Sarre.(“La Moral regresa a la Escuela” p70)
Desde los primeros siglos de la Iglesia se utilizó el término “laico” para designar a los fieles que no desempeñaban funciones religiosas como lo hacían los sacerdotes. San Clemente I a fines del siglo I ya lo utilizó par referirse al pueblo, y Victricio de Rouen (año 396) señaló la distinción entre clérigos y laicos. Tiempo después, el término pasó al léxico de la teoría política en la Ilustración y en la Revolución francesa. Posteriormente se aplicó al orden público y a las instituciones del Estado.
La laicidad implica reconocimiento a la libertad religiosa y al mismo tiempo significa el principio de separación entre Estado e Iglesia. En este punto existen divergencias debido a que hay quienes consideran la libertad religiosa como estrictamente individual y privada, y quienes reclaman su manifestación en el orden público.
¿Cómo ha traducido el Estado mexicano su carácter laico en la educación que controla y promueve? ¿Cómo ha definido la laicidad escolar? ¿Cómo ha enfocado la formación moral en su tarea educativa de acuerdo a esa laicidad?
La histórica oposición entre liberales y conservadores en nuestro país, incidió siempre en la educación. A lo largo del siglo XIX la asignatura de Moral se mantuvo con cambios de nombre: Moral en la ley de abril de 1861, Moral y Urbanidad en la de 1869.
La Constitución de 1857 se limitó a declarar que “la enseñanza es libre” y que la ley determinaría qué profesiones requerirían título para su ejercicio, y con qué requisitos debería expedirse. Como antecedente se tenía el caso de una escuela independiente de la Iglesia; la de las Vizcaínas, fundada en 1732, sin embargo, la mayor parte de los primeros gobiernos independientes apoyaban las escuelas establecidas por la Iglesia y pedían a ésta abrir otras y supervisarlas; a estas escuelas asistían el 53% de los niños.
El 19 de abril de 1861 Juárez publicó la ley en la que no se mencionaba la enseñanza de la religión en el plan de estudios de la primaria; lo mismo sucedió en la ley del 2 de diciembre de 1867 y su reglamento del 24 de enero de 1868, y en la ley orgánica del 15 de mayo de 1869 y su reglamento.
Paralelamente a la promulgación de la laicidad escolar en 1874, se introdujo en el currículum la asignatura de Moral, sin dejar de insistir en la separación de la Iglesia de las escuelas públicas; el artículo 1 de la ley del 23 de marzo de 1888 prescribía: “En las escuelas oficiales no pueden emplearse ministros de culto alguno ni personas que hayan hecho votos religiosos”.
En el Primer Congreso de Instrucción (1889-1890) el currículum propuesto para la primaria incluía la Moral y la Instrucción Cívica. Esta propuesta pasó a ser ley el 21 de marzo de 1891. En dicha ley se utilizó por primera vez el término “laico” al establecerse que “la enseñanza obligatoria que se imparte en las escuelas oficiales será además gratuita y laica”.
En los primeros años del Porfiriato, sobrevino un cambio: en la ley de educación primaria de 1908 desapareció la Moral y quedó sólo la Instrucción Cívica. Justo Sierra, afirmaba que el laicismo escolar significaba neutralidad en materia religiosa: ”La neutralidad entraña que no se enseñe ni se ataque religión alguna”.

Los hombres del Porfiriato eran católicos en su mayoría, pero como grupo en el poder o incluso como corriente de pensamiento, el catolicismo había perdido peso a raíz de la derrota de los conservadores en los campos de batalla y tras el proceso de secularización. A pesar de ello sus ideas mantuvieron presencia, pues no sólo se difundieron a través del púlpito sino que los católicos contaron con diversas publicaciones: sobresalen revistas como La Semana Católica y La Nueva Semana Católica, publicadas por el Arzobispado; órganos de comunidades religiosas, como El mensajero del Sagrado Corazón de Jesús y El Propagador del Señor San José; periódicos como El Tiempo y El País.
Sin embargo, al hablar de las ideas de los católicos se debe tomar en cuenta que en el seno de los creyentes, e incluso de la propia Iglesia, existieron diversas corrientes de opinión. En forma general se puede hablar de dos grandes tendencias. La primera puede denominarse como intransigente ortodoxa. Sus seguidores pugnaron por restaurar el papel de la Iglesia en la Sociedad y por recuperar el espacio que le habían arrebatado los regímenes liberales. En forma general, condenaron toda propuesta que atacara al clero o se alejara de su doctrina. En cuanto a la política, consideraban que la soberanía no recae en los hombres, sino en Dios, el cual la entrega al gobernante por intermedio de la nación, es decir, veían al pueblo exclusivamente como mediador. Por otro lado, pensaban que sólo deberían votar los individuos que por sus méritos, virtudes o educación, tuvieran capacidad para hacerlo, y se oponían al sufragio universal. Sostenían que la autoridad proviene de Dios, quien como autor de la sociedad tiene poder sobre ella. Por tanto, afirmaban que las leyes naturales, de origen divino deben constituir el eje de la organización social, como la moral cristiana debe regular la conducta social, pues sólo así se puede lograr el bien común. No estaban de acuerdo con que se separaran las esferas terrenal y espiritual, o las tareas encargadas a la Iglesia y al Estado, pues consideraban que la primera había sido creada por Dios para salvar a los hombres u obrar sobre su conciencia; el segundo, que también había sido creado por Dios, estaba encargado de solucionar sus necesidades temporales o mandar sobre su cuerpo; por tanto, veían a ambas instituciones como instrumentos divinos y creían que debían actuar en colaboración, sin embargo, siendo el bien espiritual más importante que el temporal, se tenía que reconocer el predominio de la Iglesia. Así, rechazaron la propuesta liberal de enseñanza o el matrimonio civil. Consideraban que la moral religiosa no puede ser sustituida por una “moral laica” y que la educación secularizada generaría un ateísmo que, a su vez, propiciaría la ruina moral y la decadencia de la sociedad.
Ideas, Educación y Arte Durante el Porfiriato. Elisa Speckman Guerra, Mílada Bazant y Antonio Saborit. Tomo IV, p.221, Gran Historia de México Ilustrada, Planeta - CONACULTA - INAH. 1° edición, enero de 2001.

Con la revolución y la Constitución de 1917, quedó establecido que la educación oficial sería laica, al igual que la educación que se impartiera en los planteles privados a nivel de primaria. Ninguna asociación religiosa ni los ministros de cualquier culto, estaban autorizados para establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria. La aprobación del texto del artículo 3° fue producto del éxito de la comisión legislativa encabezada por Francisco J. Mújica.
Esta decisión no fue bien recibida por algunos liberales como Alfonso Cravioto, Félix Palavicini y otros que mantenían posturas un tanto moderadas. De la misma manera, la iniciativa de ley era opuesta al proyecto del presidente Venustiano Carranza que limitaba el laicismo a los establecimientos oficiales.
En medio de estas discusiones estalló el conflicto religioso de 1926-1929 y la situación se agudizó seriamente para las escuelas confesionales. En febrero de 1926 fue publicado un Reglamento Provisional de las Escuelas Primarias Particulares del Distrito Federal, que les obligaba a mantenerse ajenas a toda influencia de la Iglesia.
Estas medidas dividían a los ciudadanos y la escuela era un campo predilecto para ser disputado entre los distintos grupos que pugnaban ideológicamente. En el período del presidente Pascual Ortiz Rubio y siendo Secretario de Educación Pública Narciso Bassols, el 29 de diciembre de 1931, se promulgó la ley que extendía el laicismo a la secundaria que recientemente se había establecido en 1923.
Evidentemente se estaba ante disyuntivas que tenían su origen en posturas radicales por ambas partes. La Iglesia ha buscado influir en la sociedad hasta donde sea posible y por otra parte, el Estado le ha impuesto los límites que se consideran apropiados para que no se generen conflictos. La situación empeoró en 1934 cuando se realizaron las reformas al artículo 3°. Bajo un texto de orientación socialista preparado por Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano, se impuso a la educación básica una visión racionalista que impedía cualquier tendencia religiosa. Se extremaron medidas restrictivas y se aplicaron sanciones a quienes no acataran estas disposiciones. El malestar social no se hizo esperar y los reclamos subieron de tono al sentir la gente que se aplicaba una política antirreligiosa. El presidente Manuel Ávila Camacho reformó el artículo 3° en 1946 y suprimió el socialismo, introdujo principios humanistas y nacionalistas y suavizó algunas disposiciones; sin embargo, se mantuvo la laicidad en la educación básica tanto pública como privada, así como en la que se destinaba a obreros y Campesinos. La política conciliadora del presidente Ávila Camacho dio lugar a un acuerdo tácito entre el gobierno y la Iglesia católica y como resultado del mismo las escuelas confesionales se multiplicaron por todo el país. Paradójicamente los hijos de los gobernantes y gente acomodada, comenzaron a asistir a estos planteles. Esto se ha llegado a considerar como un triunfo de la enseñanza privada sobre el Estado.
En 1992 y 1993 se realizaron las últimas reformas jurídicas a la educación. El gobierno del presidente Salinas promovió el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano y fueron modificados varios artículos constitucionales, entre ellos el artículo 3°. Así mismo, se expidió una nueva ley reglamentaria del mismo artículo: La Ley General de Educación (LGE) del 12 de julio de 1993.
Al hacer referencia al artículo 3°, se menciona que la educación que imparta el Estado mantendrá su condición de laica y por tanto será ajena a cualquier doctrina religiosa.
Hace treinta años fue publicado un análisis elaborado en 1965 por Miguel Villoro, en el cual distingue dos grandes fines de la educación: el desarrollo armónico de todas las facultades del ser humano, y el fomento del amor a la patria y de la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y la justicia. Para el cumplimiento del primero se establecen dos criterios: laico (para la educación pública) y el científico para superar la ignorancia y sus efectos. En este sentido, el análisis de Villoro nos indica que:

- La laicidad es un apoyo para lograr el primer fin de la educación que es el desarrollo armónico de todas las facultades del ser humano y, por tanto, un medio positivo orientado al perfeccionamiento del educando.
- Se relaciona con el criterio científico y lo complementa.
- Supone explícitamente el respeto a la libertad de creencias, por lo que no es antirreligiosa.
- Y no implica prescindir de formar valores, puesto que el segundo fin de la educación (el “fomento del amor a la patria y de la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y la justicia”) y sus criterios explicitan y puntualizan un conjunto de valores deseables en los educandos:

Fines de la educación
Disposiciones doctrinales del artículo 3°
1) Desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano.
Criterios para obtener este fin:
a) Criterio Laico (que se aplica a toda la educación impartida por el Estado):
. ser ajena a toda doctrina religiosa
. combatir la ignorancia y sus efectos (servidumbres, fanatismos y prejuicios)
. no ser antirreligiosa, al respetar la libertad de creencias
b) Criterio científico: basarse en los resultados del progreso científico y luchar contra la ignorancia y sus efectos.
2) Fomentar en el educando el amor a la patria y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y la justicia.
Criterios para obtener este fin:
a) Criterio democrático, entendiendo la democracia como:

Estructura jurídica:
– Aprecio por la dignidad de la persona e integridad de la familia.
– Ideales de fraternidad e igualdad de derechos de las mujeres y los hombres.

Régimen político.
– Comprensión de nuestros problemas sin hostilidades ni exclusivismo.

b)Criterio nacionalista(que coincide con):

.Como sistema de vida

. Mejoramiento del pueblo:

. Interés general de la sociedad

. Mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

. Aprovechamiento de nuestros recursos.


Defensa de nuestra independencia política y aseguramiento de nuestra independencia económica.

c) Criterio de fomentar la mejor convivencia humana: que implica varios de los anteriores (dignidad humana, mejoramiento constante, ideales de fraternidad e igualdad, etcétera. .

La polémica sobre la neutralidad del maestro es muy antigua, aunque hoy se plantee en términos nuevos. La neutralidad pedagógica es necesaria en ciertos aspectos de la educación.
Por neutralidad se entiende no apoyar una opción entre varias que se discuten.
Trilla(1992,p.175) menciona cuatro argumentos de quienes defienden la neutralidad.

- La neutralidad en materia moral y religiosa es la única manera de educar en una sociedad plural; la neutralidad es una consecuencia necesaria de la separación del Estado respecto a las iglesias y la única manera de respetar la conciencia de todos.
- La democracia supone que se ventilen los conflictos de valor civilizadamente, y en un espacio público como es la escuela sólo la neutralidad salvaguarda esa manera civilizada.
- Las religiones son asuntos opinables y la escuela pública, destinada a todos, debe evitar tratar asuntos de tal índole.
- Las religiones dividen y provocan antagonismos y discriminaciones; la función social de la escuela pública es precisamente la de unir a todos por arriba de las diferencias.

El debate en torno al laicismo en la educación pública, así como la formación de la moral bajo un esquema religioso y su pertinencia en la escuela, es materia de estudio para los sociólogos y pedagogos. Sin embargo, el tema no debe ser ajeno a los docentes que instruimos en el sistema escolar público. Nos debe quedar claro que no obstante la falta de consensos para respaldar o negar la participación de la iglesia en la enseñanza pública, los maestros cumplimos una función específica en el aula y nos concierne orientar el análisis y aún dar nuestro propio punto de vista y exponer nuestras convicciones, siempre y cuando hagamos énfasis en el respeto y validez que merecen las opiniones distintas a la nuestra.
Hemos expuesto en los capítulos anteriores algunas de las principales razones que hacen del laicismo una condición indispensable para la convivencia humana. La escuela es la célula que la sociedad dispuso para influir en la toma de conciencia de los sujetos. Es el lugar donde se practica el discernimiento y el análisis conjunto de aquello que motiva nuestros actos. La escuela es también el campo de prueba de los valores; en ella se adquieren o se reafirman.
El concepto de la laicidad y la moral en la escuela ha evolucionado con el tiempo. Muchas de las transformaciones sociales y culturales que ha tenido la sociedad mexicana en los últimos treinta años, tienen alguna relación con la laicidad en la enseñanza tales como:

- Creciente pluralismo religioso, debido a la diversidad de fuentes e intercambio cultural, así como a la mayor libertad de expresión y menores censuras sociales, aceptación de los distintos modos de vida, preferencias religiosas, ideológicas y sexuales.
- Mayor tolerancia hacia opiniones diferentes en lo político, religioso, o en otros ámbitos.
- Secularización de la vida pública que se caracterice por una disminución de referentes religiosos públicos y aceptación de las normas de comportamiento seculares.
- Surgimiento y reforzamiento de un sector social que sea cada vez más visible y organizado. Esta movilización ciudadana ha de aglutinar a toda agrupación que se manifieste legítimamente.

La transformación que experimenta la sociedad en nuestros días, nos debe situar en la búsqueda de una modernización educativa y cultural que no soslaye ni evite el abordaje de temas de interés público. Es necesario crear el espacio para la discusión y el análisis crítico y objetivo de las ideas.
Por otra parte, el fortalecimiento y penetración de los medios de comunicación ha relativizado el papel cultural de la escuela, creando imaginarios colectivos y fijando patrones de comportamiento y hábitos.

Se cuestionan hoy– y los niños participan en estos cuestionamientos desde su temprana edad– tanto el saber histórico, antes considerado sagrado(la historia oficial, sus héroes y justificaciones), como la moral pública que antes era homogénea, debido a los planteamientos de las innovaciones científicas en el campo de la bioingeniería, la neurofisiología, la sexualidad o la reproducción humana.
La escuela está hoy más preocupada por su eficacia, por el éxito ocupacional y económico de sus egresados que por las antiguas fidelidades a normas e ideologías.
Por otra parte, se ha comprobado la importancia de comprender la dimensión religiosa de las culturas, inclusive para fortalecer la democracia.
Pablo Latapí Sarre. “La moral regresa a la escuela” “La revisión de la laicidad”, p.114.

La Iglesia católica mexicana toma en cuenta la necesidad de inculcar valores en los jóvenes que estudian en escuelas públicas y proponen, incluso el Papa Juan Pablo II ha insistido en ello, la libertad religiosa en las escuelas públicas, dando apertura a la enseñanza religiosa a los creyentes. La institución religiosa sostiene argumentos que se fundamentan el la tradición católica del pueblo mexicano y en la necesidad de inculcar valores en la juventud, evidentemente necesarios.
Lo más probable es que el Estado mexicano mantenga la educación laica en el corto y mediano plazo, sin embargo es necesario recalcar que el cambio político que experimenta la sociedad mexicana, muestra grandes tendencias, como lo hemos anotado en capítulos anteriores, hacia todo lo que favorece el status de quienes por su poder económico, tienen el mando sobre todos los demás.
No sería sano para la educación y para el futuro de México, dejar que la escuela de cabida a cualquier tipo de enseñanza religiosa. Nuestra escuela pública debe ser el lugar donde la libertad y el respeto por las ideas, en todas sus expresiones y condiciones, sea el principal fundamento.

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