sábado, 15 de diciembre de 2012

Con y sin PRI, México es igual.


¿Qué cambios puede haber en el país con la recuperación de la presidencia por el PRI?

Si bien cada inicio de un periodo de gobierno trae consigo nuevas expectativas de acuerdo a las coyunturas y ámbitos situacionales en los que se desenvuelve y materializa el poder, los cuales abarcan desde las más altas cúpulas hasta los resquicios locales de las comunidades aisladas, pronto los comienzos dejan de tener su espectacularidad fulgurante y el fuego de la fe comienza a extinguirse conforme avanzan los días. Esto último ocurre de la misma manera pero  la inversa, es decir, desde los cimientos de la sociedad hasta llegar a elevarse a la élite. El desencanto regularmente comienza y se agita en la base.
Con el peñanietismo en ciernes la regla sigue sin atisbos de algo diferente, como si la concentración de poderes que finalmente se salen con la suya en las lides y controversias políticas que emanan de la desigualdad creciente que agobia a las mayorías, hundiéndolas en  vorágines de peligrosa incertidumbre, se permitieran el ejercicio de la creatividad. Nadie en los equipos de trabajo que confluyen en el puesto de mandos es capaz siquiera de reinventar otros rumbos que sean menos desequilibrantes y arriesgados, simplemente no hay imaginarios distintos para un México que sigue en descenso. Con toda claridad es posible advertir que rutinariamente prima el afán por obtener toda clase de ventajas materiales y políticas en cada individuo, en cada grupo. De ahí que, sexenio a sexenio, se hayan desprendido de la patria y de sus habitantes pedazos completos de bienes patrimoniales y estratégicos, tanto en recursos como en autonomía política, sin tomar en cuenta las quiebras y devaluaciones que acabaron con las ilusiones y la tranquilidad de miles de familias.
Más allá de que el señor Videgaray termine el sexenio con una calva semejante a la de Carlos Salinas y que el propio Enrique Peña pueda quizá subir unos kilos, además de encanecer la mitad de su copete, con esa fórmula que se conoce como si fuese lección de clase de historia mexicana de nivel primario, no pasará nada de lo que cándidamente algunos piensan que pasará. En seis años habrá más pobres porque siguen aumentando sin control. La ciudadanía seguirá igual o más expuesta a toda clase de delitos, porque las fuerzas que se disputan el poder  operan con la misma lógica de cada quien tome lo que pueda arrebatar a los demás, lo cual da lugar a que los delincuentes y los que están para perseguirlos, frecuentemente cambien de bando. La economía tampoco mostrará cambios que puedan ser tomados como activos para la población, si bien al contrario, las firmas capitalistas se han acostumbrado a toda clase de beneficios ordeñados a un Estado ingobernado, descapitalizado, permanentemente endeudado e institucionalmente corroído por la corrupción.
De entidad política el PRI se transformó en las últimas décadas del siglo veinte en una marca que embona en ideas con las trasnacionales y otros actores capitalistas mexicanos que afanosamente se hacen de los negocios que involucran al Estado, por tanto lo han dejado con un número muy reducido de bienes e hipotecado. Desde luego esta transformación no dejó perder los hilos del juego político del que igualmente vive un número desconocido de individuos de diferente perfil y filiación política, incluyendo aquellos que militan en otros partidos o figuran en gremios que hacen sinergia con el tricolor.
Los dos fugaces y erráticos periodos panistas parecieron como un alquiler; quienes tomaron la casa la dejaron hecha una ruina. La mayoría de la gente quedó hastiada e inclusive asqueada de ese cascajo en que fue convertido el país durante doce años. Así y con billones de pesos, más todas las pantallas, la radio  y buena parte de la prensa, coludidas en la trama, fue sencillo volver a la presidencia.
Los únicos cambios que puede provocar el PRI son de actitud ciudadana. Ya lo demostró en las primeras horas de gobierno. Es una antigua organización entrenada para hacerse del poder a costa de lo que sea y permanecer dominando los espacios políticos contra cualquier voluntad. Esta dinámica lo único que puede producir como algo positivo es la reacción pacífica, pero a la vez enérgica e inteligente por parte de cientos de miles de personas. Por tanto, el único cambio posible en seis años es de actitud pero en la gente, jamás en el PRI, éste tendría que volver a inventarse, en cambio ya muchos despertaron.