Hay una fuerte tendencia del comercio y las viejas ideas por
apropiarse de la Navidad o por no dejar que se les vaya de las manos, como ha
sido siempre. Digamos que la Navidad es, más allá de las creencias, una fuerte
industria imaginaria que involucra incontables industrias reales, donde se
producen millones de artefactos especializados en las tradicionales fechas,
además de significar el mayor incentivo de ventas de toda clase de mercancías que
se dan durante el año en el mundo occidental.
La navidad también puede ser vista como uno de los
dispositivos del control social, en el que los medios de comunicación, los
comerciantes, el clero, además de otras entidades que reflejan poder, se ponen
de acuerdo para pausar la actividad colectiva en cuya atmósfera afloran los
sentimientos más adormecidos que tiene la gente, como son las ganas de regalar
algo para demostrar afecto, la generosidad, la solidaridad, los abrazos y las
palabras o frases como “la paz reine en tu hogar”, que se reservan para la ocasión
y que por la propia naturaleza humana se tienen guardados el resto del año.
También es un indicador
para saber quienes participan y hasta qué niveles de participación pueden
llegar a tener en la economía, de tal suerte que sabríamos, sin sorprendernos,
de una mayoría que ni siquiera festejan simplemente porque no tienen lo
indispensable siquiera para sobrevivir a esa fecha tan sonada en las
sociedades. Quienes hacen tanto alboroto por más que sea tierno o bien
intencionado, los que mueven las aspas del molino que rezuma de cascabeles, son
en realidad los menos de los que habitan este mundo, porque las tres cuartas
partes de la población están en otra realidad, sobre todo tratan de sobrevivir.
Entre quienes están de
este otro lado de la moneda aunque de alguna forma llevados por la marea del
consumo o la circulación de capital, como eje rector de la vida, hay
quienes encuentran la Navidad como el
espacio idóneo para la reflexión individual. Se enaltece así con sinceridad el
afecto familiar, ajustándose las relaciones al pensamiento apaciguado por la
celebración. Aunque igualmente y de forma no tan rara surge la contraparte de
la fiesta dado que las sensibilidades en la superficie de los ánimos pueden
hacerse añicos a la menor provocación.
La fecha navideña es
fuente de ansiedades tanto entusiastas como depresivas. Se pueden pasar los
días en convivencias gratas e igualmente a veces se hace el escenario perfecto
para las discusiones familiares, las rupturas, los desacuerdos y demás
resentimientos.
La confluencia de
aspectos económicos junto con los asuntos de las creencias religiosas suelen
complicar o hacer más compleja la trama navideña. Entre esa minoría humana que
toma en cuenta esta celebración acoplada con periodos vacacionales, que
obviamente no todos disfrutan, la Navidad distribuye d acuerdo a la condición
social la febril actividad de la compra, ya que unos se dirigen a centros
comerciales exclusivos, otros acuden a las plazas comerciales, en tanto que
muchos más realizan sus compras en puestos y mercados callejeros. La Navidad no
es una celebración generalizada y tampoco iguala a las personas, es simplemente
un producto de las sociedades anónimas que la comercializan en buena parte del
mundo.