miércoles, 17 de noviembre de 2010

De Kirchner al kirchnerismo

Hay un rostro menos. En esta época en que la fluidez de la imagen circula a la velocidad de la luz, las pantallas son saturadas con figuras públicas cuyos rostros o siluetas se exponen con exagerada continuidad mediática. Los rasgos físicos y actitudes manifiestas de los políticos se vuelven referentes visuales que la gente reconoce y asocia con determinadas características que, finalmente, se pueden valuar como defectos o virtudes.
Las imágenes aparecen todos los días y para que circulen se les reproduce, son reeditadas conforme a la conveniencia de los entrecruzamientos que forcejean y condicionan el devenir político. La fuerza que potencia la gestualidad captada por las lentes se controla por medio de las élites que utilizan los símbolos visuales puestos en circulación para sacar provecho.
Una forma de mirar hacia algún objeto, la actitud o la postura, cierta mueca o cualquier ademán para taparse el sol, adquieren dimensiones interpretativas cuyo uso escapa a cualquier control. Cada quien encuentra y ve lo que busca o necesita para comunicar con ello. Los productores trasponen y dislocan la composición original para reconvertirla en otro relato, una proyección con diferente expresión visual. De esta manera las imágenes son recapturadas y revestidas para volvérseles a reacomodar y titular en su otra representación, se les convierte en elementos visuales acompañantes de los titulares.
Dentro de un cortocircuito que cada día tiene menos durabilidad, las imágenes son procesadas al punto de volverse logotipos. Funcionan en el imaginario exactamente como lo hacen las marcas que se muestran durante segundos que a los receptores les bastan para captar el mensaje.
Se trata literalmente de relámpagos cortocicuitados donde se unen mensaje y medio, causando un destello o imagen que subvierte lo real, imprimiéndose en la realidad pensada colectivamente, es decir, en el imaginario. Esto puede durar unos segundos y se repite hasta por varios meses, como es el caso de las campañas políticas.
Las imágenes y símbolos potenciados por las mediaciones, se graban temporalmente convirtiéndose en tatoos o tatuajes mentales a niveles masivos.
Cualquier rostro reproducido por los medios se vuelve un objeto común, se transforma en una imagen conocida asociada a determinada información. La imagen de Néstor Kirchner, exhibida continuamente por los medios ya pertenece al pasado, mas no sucede lo mismo con el kirchnerismo.
La mirada de Néstor era lo que más llamaba la atención de su rostro: Unos ojos agrandados y la prominente nariz, posiblemente le ganaron el sobrenombre de pingüino, tal vez esa haya sido la causa. Esa mirada denotaba seguridad. Parecía disfrutar del trabajo de político. Estaba entregado a un proyecto cifrado en el dúo que hacía con su esposa Cristina Fernández. Ambos vivieron la política juntos desde hace aproximadamente dos décadas.
Como sucede con todo político que ocupa cargos destacados, N.K. era blanco de ataques mediáticos constantes y sistemáticos, hasta después de su muerte acaecida en forma por demás sorpresiva, pese a los conocidos padecimientos cardiacos del expresidente.
Se le asociaba con la reelección y la consecuente continuidad de un estilo de gobierno abrazado más a los cánones de autonomía, que por cierto se han vuelto práctica común en naciones sudamericanas, que a los antiguos ritmos bursátiles y financieros impuestos desde el norte. El Kirchnerismo como sub especie híbrida del peronismo, es de orientación popular, así lo reconocen y ejercen quienes integran el actual gobierno. Hacia allá se dirige la mira social que habilita los recursos y estos son liberados paulatinamente, llevando alivios sobre ciertas urgencias cuya atención es impostergable.
Un gobierno popular no es bien visto por el monóculo de Washington, cuyos dueños prefieren conservar el estatus de jugador que se lleva la mayor parte de las ganancias, tramposamente. Contra esa marea reaccionaria respaldada por el conservadurismo recalcitrante interno y externo ha ido bogando el gobierno kirchnerista. Se trata de negocios que atraviesan cualquier escaño del poder y que por tanto impactan en el margen de maniobra política que tiene a su disposición un grupo y su máximo representante.
Una de las facetas que se critican con mayor dedicatoria es precisamente la acumulación de poder político y sobre todo económico que llegaron a acumular los Kirchner. Riqueza que se atribuye a cuestiones un tanto enturbiadas o turbias de origen, las cuales brotan a través de correos de la web o medios informativos que no son afines a esta corriente política. Sin meter las manos al fuego por la procedencia del capital, simplemente lanzo la pregunta: en este mundo global bajo la egida del mercado, ¿quién puede gobernar sin poseer una fortuna que abra las puertas a los salones donde se deciden los destinos de las naciones y por ende la humanidad? El que no conoce las reglas del juego, ni se encuentra materialmente en condiciones de jugarlo, no tiene sentido que permanezca, por más que sus deseos le empujen a jugarse todo. Se requiere estar fuerte en todos los sentidos para aspirar a las ligas mayores de la política. Salvo en naciones donde el capital cultural y social rebasa cualquier otro, como sucede en Bolivia, para llegar al gobierno es necesario poseer una buena suma de dinero. De lo contrario se tendrá que recibir financiamiento hasta para costear una gira o un viaje y de esta manera se elevarán los compromisos, restándose capacidad de mando. Tal como sucede con varios gobernantes de Latinoamérica que llegan al poder atados de pies y manos. En ese sentido Néstor Kirchner jugaba pragmático. Era capaz de entablar conversaciones y llegar a acuerdos con figuras emblemáticas del capitalismo de mayor abolengo, a la vez que actuaba conjuntamente entregado a causas populares o progresistas con sus pares más radicales, como el llevado y traído aunque siempre nombrado Hugo Chávez.
Sin duda la Argentina Kirchneriana tiende a pensar en soluciones exigidas desde la base social. Asignaturas pendientes que no han sido favorecidas desde décadas, sino más bien lo contrario: han soportado mermas considerables en cuanto a calidad y expectativas de vida. El país en caos de hace una década se convirtió en uno que funciona, aunque todavía permanece invadido por el cáncer de la corrupción, así como otras inercias del clientelismo, entre otros vicios no erradicados. Las desigualdades se acentúan todavía por el efecto demoledor del neoliberalismo, sin embargo, se abre paso ya una emergente planta productiva local que sin duda es la mejor ruta hacia el progreso. El principal artífice de este cambio, las generaciones, espero, se lo van a reconocer sin titubeos, fue Néstor Kirchner.
Hay ya un rostro menos para la publicidad política y otro nuevo para la historia actual argentina. No le veremos más en las pantallas de televisión o en los infogramas de prensa como persona activa que no abandona sus deseos de conducir destinos, en términos de liderazgos nacionales y supranacionales. Llevaba a cabo una misión conjunta con otros líderes para buscar fortalecimiento y crecimiento acorde entre distintos intereses, como muralla de contención para un futuro incierto. Ello en tanto la presidente se encargaba como sigue haciéndolo, de la política y los asuntos internos y externos del Estado. Argentina se puso en marcha a partir de la etapa que encabezó Néstor. No hay forma de rebatir los evidentes estallidos sociales, la crisis provocada por la banca rota extendida que provocó una enorme emigración de argentinos que duró años, hasta que llegó un poder que ubicó en situación estable al país. Esto sucedió en forma continua desde hace aproximadamente ocho años. Más o menos el mismo tiempo que ha permanecido Lula en la presidencia de Brasil, con resultados que asombran al mundo.
Me guardo y a la vez comparto el recuerdo de su esposa vestida de luto, recibida en un acto público llevado a cabo en una factoría automovilística de firma francesa situada en Córdoba. Con una extraordinaria capacidad de síntesis dejó claramente expuesto el objetivo de su gobierno, recalcando que desde que asumió el mandato presidencial su marido se propuso gobernar a favor de las mayorías, hizo énfasis en la vocación popular del régimen que constituye la esencia del kirchnerismo. Mencionó que se optó por una política fuera de la órbita de los alineados hacia el norte, buscando mayor autonomía e interacción con los países del Cono Sur. Subrayó la importancia del esfuerzo productivo nacional, la fuerza de trabajo, como eje sustancial para el crecimiento. Se confesó como devota de Argentina, de su pueblo, como lo fuera Néstor, su compañero. Al decirlo advirtió que sentía su presencia entre la multitud reunida y lloró un poco, después siguió con la orden del día, sin cambiar el protocolo ni dejarse llevar por la emoción. Estoica y a la vez sensible, muy cercana, legitimada por su propia personalidad y autoridad, hizo un breve recorrido donde se le extendieron cientos de manos que trataban de tocarse con las de ella.
Se quedará el expresidente por largo tiempo en el imaginario y en el lenguaje que habla por la sociedad argentina, de sus avatares.
Néstor Kirchner será invocado una y otra vez, para hacer referencia a lo que representa el compromiso, la vocación de la gente de Estado en una América que llega a otra etapa de madurez y desarrollo, no exenta de nuevos desafíos, retos y también oportunidades.