miércoles, 26 de junio de 2019

Imaginarios en conflicto: los turbulentos años de la cristiada y lo que falta por comprender




En estas líneas abordamos desde varias perspectivas que nos sirven como puntos de partida para el análisis algunos episodios del movimiento rural armado acontecido entre los años de 1926 a 1929, mismo que llegó a tomar forma de rebelión en contra del gobierno de Plutarco Elías Calles. Captamos que éste evolucionó como una resistencia violenta al cambio de época; es decir, de un estado hegemónico a otro.
Durante aquellos años turbulentos el gobierno se transformaba civilmente; es decir, abandonaba las luchas armadas en tanto que las instituciones igualmente fueron actualizándose conforme a la época que acercó las nuevas ideas, no obstante, la gente en el campo se resistía a cualquier modificación negándose los propietarios de grandes extensiones de tierra a llevar a cabo los repartos entre los campesinos, como parte del programa agrario oficial, como si buscaran prolongar los tiempos del porfiriato.
Los cacicazgos trataron de evitar con las armas que el gobierno aplicara la Ley del 6 de enero de 1915, la cual protegía a los campesinos empobrecidos con la dotación de tierras. En abierta unión con clérigos éstos señalaron a los líderes agrarios como enemigos de Cristo o comunistas, instándoles a dejar sus parcelas e incluso combatiéndoles a muerte. Cualquier liderazgo de campesinos era violentamente reprimido. Las comunidades fueron amenazadas con gente que violentaba y agredía al servicio de los terratenientes que no se detuvieron para formar ejércitos con la finalidad de frenar el plan agrario oficial, con lo cual estalló la guerra.
Para algunos absurda, la guerra cristera o cristiada pudo haberse llamado la guerra agraria, porque el móvil principal fue la posesión de las tierras. Los dueños de latifundios se unieron y armaron gente, para evitar así que éstos fueran fraccionados en parcelas con el programa que impulsó el gobierno con la finalidad de ser repartidas entre campesinos. Los comisariados ejidales fueron las primeras víctimas de la ferocidad vengativa de los terratenientes cuyos mayordomos y guardias blancas les protegían junto con sus propiedades.
Los levantados en armas contra el gobierno de la revolución, más que combatir contra las fuerzas del Ejército Nacional, procuraban atacar agraristas; pero más que todo procuraban atacar a sus directivos y a los ejidatarios indefensos, preferentemente en emboscadas y a mansalva. Y el que caía en su poder vivo era asesinado con la mayor saña y crueldad. Así fueron desollados de los pies y hechos caminar hasta caer exaustos, (sic) los jefes de la importante comunidad de Sayulapan del Municipio de Zacoalco de Torres, Alberto y Manuel Madrigal. Así fue arrastrado y luego ahorcado el ejidatario de Zacoalco Ramón Lira. En las mismas condiciones de crueldad fueron asesinados muchos otros de la región. Manuel Ramírez, Felipe Gutiérrez, Melitón Evangelista, Leocadio Prado, Margarito Torres, Praxedis Álvarez y muchos más independientemente de cuántos campesinos murieron, no asesinados, sino en acciones de armas, peleando de frente. (Moreno, 1965)
No hubiese sido tan cruenta la lucha si no encarnara en las precipitadas agendas la cuestión ideológica del catolicismo más radical que se practicaba, como sucede ahora, entre los sectores de creyentes. Los vínculos entre hacendados propietarios de latifundios y algunos individuos del alto clero, llegaron a su clímax cuando coincidieron los intereses de ambos. Por una parte, las familias de terratenientes que se habían repartido las propiedades con la estratagema de la “pequeña propiedad”, se pusieron en alerta en contra de las medidas retributivas hacia aquellos que habían sido dueños originales desde la época colonial e incluso de tiempo atrás anterior a la conquista. Hubo en los territorios tanto familias de campesinos mestizos como descendientes de indígenas en forma directa sin mezcla sanguínea. Las comunidades puras habían huido desde hacía mucho tiempo hacia las zonas áridas y remotas que se encuentran enclavadas en las cordilleras o en el desierto. La cristiada fue así también una guerra étnica por despojo. Los terratenientes se aseguraron de alejar o explotar a los indígenas y sus descendientes mestizos.
Por otra parte, ante la perspectiva próspera de la productividad comunal el sistema de propietarios particulares se ponía en entredicho, por tanto, perdía fuerza. El trabajo colectivo por lógica tendería a rendir mayores frutos reflejados en cosechas abundantes, lo mismo que el aumento en la reproducción de animales con lo cual se crearían emporios manejados por grupos de campesinos organizados como cooperativas.
Visto de esta manera el proyecto agrario tenía que ser erradicado de tajo desde el poder, más allá del gobierno que lo impulsaba. El agrarismo amenazaba desde la raíz al sistema de latifundios (antes encomiendas) que se había creado en la época colonial, reafirmándose durante el porfiriato y que sobrevivió a la revolución de 1910. Con el éxito del trabajo colectivo del campesinado se ponía en duda la eficacia de las fórmulas de producción individual o privada capitalista que ya se perfilaba como la opción que asumirían las naciones del desarrollo industrial entendido como “orden y progreso”, de acuerdo con la época.
La Revolución de Octubre, triunfante, provocaba que soplaran vientos de la U.R.S.S. hacia México. ¿Qué tan peligrosa para las élites hegemónicas cuyo poder se elevaba por encima del presidente de la república y su gabinete, era en esos años la fuerza organizada del campo, o sea, el socialismo o comunismo agropecuario? A pesar de que Plutarco Elías Calles dedicó su vida política después de silenciarse las armas revolucionarias al fortalecimiento de la vida institucional, por lo que trató de aplicar las leyes constitucionales de 1917, no tuvo éxito para vencer del todo a las legiones de católicos que vieron en su gobierno al anticristo.
Azuzados por clérigos los pobladores de zonas repartidas en varios estados de la región centro-occidente de la República, crearon el imaginario que ubicaba a la iglesia y la propia figura de Cristo, amenazadas por un gobierno de comunistas. Este es el gran mito de la cristiada; que haya sido una guerra religiosa, cuando en realidad se trató de un conflicto de resistencia hacia el cambio hegemónico entre ambas partes beligerantes. Tanto los hacendados como los agraristas, recelaban de aquello que les quitara el estatus. Fue por tanto también una guerra difusa; no estaban suficientemente claros los objetivos al igual que las condiciones del campo para el gobierno, como tampoco lo estuvieron para los terratenientes que simplemente aplicaban sus propias leyes en desacato al mandato federal. De la misma forma sucedió con los agraristas que no definían mucho menos impulsaban sus proyectos, sino que fueron éstos convertidos en dependientes orgánicos del incipiente paternalismo oficial; nació así la burocracia agraria.
Nunca existió un programa socialmente incluyente que admitiera una combinación coherente y pacífica entre los actores sociales que interactuaban. Se abrió más la brecha entre dominantes y dominados. La cristiada fue por tanto la agudización de la crisis económica del medio rural que devino en rupturas y conflictos ensañadamente sangrientos.
Por otro lado, la participación de personas de rango superior en cuanto a las jerarquías de sus cargos, como lo fue el Obispo Francisco Orozco y Jimenez, acrecentó los ánimos enconados puesto que sus discursos eran tomados al pie de la letra por miles de fieles que apoyaron a los cristeros en sus enfrentamientos contra las fuerzas federales. Las multitudes absortas en la idea de instalar un gobierno católico avituallaron a sus líderes para conquistar dicho poder a cualquier precio, incluida la vida. Aquí es donde se aprecia una faceta de la cristiada comparable a una intifada o guerra santa.
La cristiada fue también, y eso es muy importante decirlo, una guerra regional. Los escenarios de las batallas, los asaltos, las tomas e incendios de poblaciones, los fusilamientos junto con ahorcamientos masivos, las volcaduras de trenes, entre otras acciones, tuvieron lugar en algunos estados del centro y occidente de México: Jalisco, Colima, Guanajuato, Querétaro, Michoacán, Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí, principalmente. ¿Por qué no se extendió a otros estados? Esta pregunta no tiene una respuesta definitiva ya que las anteriores guerras durante los años que se luchó por la independencia y tiempo después a causa de aplicar las Leyes de Reforma o debido al federalismo en contra del centralismo, presentaron hechos importantes acontecidos en estados más alejados como Coahuila, Chihuahua, Sonora Durango o Yucatán.
Es posible que el “incendio” de la cristiada haya sido acotado por los gobiernos de los estados para que no se internara en sus territorios. A ello contribuyó también quizá de manera importante la mentalidad de los ciudadanos de otras regiones (el norte y el sur) que los hace ser más “prácticos”, por tanto, menos dados a asumir la religión de forma tan notoria en su vida diaria. Culturalmente podemos considerar la cristiada como un fenómeno regionalmente focalizado en zonas donde el virreinato enraizó más profundamente, caracterizado por su violencia desprogramada, que fue circunstancial, en ocasiones espontánea, motivada sobre todo por impulsos de venganza. Desde este enfoque podemos hablar también de una guerra política gestada por la añeja lucha de clases que se dio en nuestro país desde la conquista.
Las clases dominantes pretendieron extender sus privilegios a perpetuidad dando un golpe bajo al gobierno que trataba de emancipar a los campesinos. Se propusieron acabar de una vez con el ímpetu nacionalista proletario-campesino corporativista que configuraba el nuevo gobierno. Lo que sucedía en el campo era estratégico por tanto primordial para las corrientes ideológicas que disputaban el poder. Los hacendados junto con el alto clero formaron el contrapeso que desde su visión era necesario para influir en que las políticas de Estado les favorecieran.
De su parte el gobierno revolucionario se reusó a aceptar las prerrogativas que permitían no tan sólo la conservación de los bienes y privilegios que ostentaban las élites, sino que éstas anhelaban influir hasta en el programa nacional de enseñanza, toda vez que las tropas regresaran a sus cuarteles. Se dieron por tanto dos posturas irreconciliables: los clericales o cristeros, por una parte y los gobiernistas apoyados por el Ejército Federal en el extremo opuesto. En medio quedaron las familias de campesinos que constantemente se vieron obligadas a trasladarse por distintos lugares según las refriegas que eran escenificadas por ambos bandos. El luto se apoderó del campo que, junto con el hambre propiciada por la destrucción, ahondaron la miseria de la gente. La cristiada fue la tumba de los pobres que se entregaron a morir porque “no tenían nada que perder”; nos han quitado la tierra, tal como lo dijo el clásico de Juan Rulfo.
Poco tiempo después de haberse apaciguado la nación al transcurrir los años revolucionarios, los brotes sublevados junto con las gavillas que asolaban los caminos, continuaban dando padecimientos a la gente. La incertidumbre dio pie para que fueran reclutados individuos al llamado contra el gobierno señalado como enemigo de la fe. “Viva Cristo Rey”; la consigna famosa con la que los cristeros trataban de exponer su bravura para batir a quienes sus patrones les ordenaban, se escuchaba previa a las descargas que hacían los cristeros sobre campesinos o soldados que les enfrentaban. Se guerreaba en diferentes sitios distantes entre sí con el mismo encono despiadado. Qué mejor para darnos una idea de lo que vivieron aquellos combatientes que sus propias voces:

Y en el caso de la importante población de Teocuitlatán de Corona, en que al estar siendo atacada la plaza al amanecer del día ocho de agosto de 1927 por una fuerte columna enemiga de más de 300 hombres comandada por los cabecillas reconocidos como peleadores, David Sánchez, León Sánchez, Anatolio Partida y el cura Federico González, todos de Michoacán, me citó a conferencia telegráfica urgente el señor Gral. Dn. Manuel Ávila Camacho, que se encontraba en Sayula y que era el Jefe del Sector Militar del sur, para informarse de lo anterior y aclararme que no disponiendo él en aquél momento ni siquiera de su plana mayor porque el 38 Regimiento de Caballería que era a sus órdenes inmediatas lo tenía movilizado totalmente, había ordenado que el 90 Regimiento de Guarnición en Ciudad Guzmán, se embarcara en tren especial lo más pronto posible para desembarcar en Estación Verdía y trasladarse de ahí a Teocuitlatán, pero que como esto tardaría y la situación de los defensores de la Plaza era muy difícil y temía que sucumbieran, me preguntaba si yo podría salir en breve tiempo con alguna fuerza montada de la que estaba a mis órdenes para acercarme al enemigo y distraerlo para disminuir su potencia de ataque mientras llegaba el 90 Regimiento para que en cooperación con este cuerpo procediéramos a batirlo, contestándole que aunque sólo disponía en aquel momento de pocos hombres porque había mandado proteger la Plaza de Atemajac de Brizuela que estaba amagada por el cabecilla Bouquet, y por otra parte importante la había destacado a perseguir una partida rebelde que se acercaba a Estación Catarina como ya él mismo se había dado cuenta, saldría inmediatamente con los que fuera posible en el acto sin perjuicio de dejar guarnecido Zacoalco. (Moreno, 1965)

1927 y 1928 fueron años en los que recrudeció el conflicto. Lejos de tender puentes de diálogo las facciones encontradas en lo que se definía como una revolución cristera, desairaban la postura del otro, menospreciándose entre sí ambos bandos. En los primeros meses de 1927 el gobierno dio la orden para que fueran clausurados los conventos y centros religiosos, dándoles uso de oficinas públicas o escuelas: El Convento de Capuchinas en Tlalpan, D.f.; los templos de Teotitlán, Topehuanes y Tecala, en Monterrey, el Arzobispado en Jalisco; los anexos de los templos de Mexicalzingo, Santa Mónica y el Santuario en Guadalajara; en Durango el Atrio del templo de San Francisco; en Manzanillo fue desalojado el tempo de Santa Brigida para ser convertido en escuela. La mayoría de estos inmuebles fueron saqueados con lo cual se perdieron joyas de gran valor como orfebrería sacra, candelabros, cálices, reliquias, retablos, sillería, entre otros bienes valiosos.
Para entonces la conmoción social era mayúscula en la capital y en varias ciudades del interior del país. El presidente Calles se mantuvo en su postura de no modificar la Ley de Cultos. A través de la prensa el régimen dio a conocer que la nacionalización de los bienes del clero que llevaría cabo redituará en cien millones de pesos para el Erario. La feligresía protestó en tanto que las aprensiones y expulsiones de arzobispos, obispos y sacerdotes se multiplicaron.

El 11 de enero varios agentes de la Secretaría de Gobernación, detienen en las oficinas del Episcopado, ubicado en las calles de Serapio Rendón a los señores Arzobispo de Michoacán, Ms, Lepoldo Ruiz y Flores; Obispo de Aguascalientes, Mons. Francisco Valdespino el Obispo de Saltillo, Mons. José María Echevarría, el Obispo de Papantla, Mons. Nicolás Corona, el Obispo de San Luis Potosí, Mons. Miguel de la Mora; el presbítero Nicanor Castro Soto y otras personas que allí se encontraban. Treinta y dos sacerdotes son reducidos a prisión a quienes se les considera complicados en el movimiento sedicioso. De distintos lugares de la República llegan a la ciudad de México algunos sacerdotes y se les obliga a presentarse diariamente a firmar. Son aprehendidas varias señoras y señoritas por violar la Ley de Cultos. Agentes de las Comisiones de Seguridad catean casas de obispos y católicos.  (Casasola)

Además de estas acciones el 21 de abril fueron expulsados del país los arzobispos de México, Puebla y Michoacán, asimismo los obispos de Aguascalientes, Saltillo, Cuernavaca, Chiapas, Huejutla, Papantla, Tabasco y Zacatecas.
Alarmado por los acontecimientos el Arzobispo de Durango, doctor José María González y Valencia publicó una carta cuyo contenido describe la postura religiosa por lo que consideramos interesante transcribir en forma íntegra:

“Nos el Dr. Don José María González y Valencia, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, arzobispo de Durango. Dios, bien sabe, Venerables Hermanos y muy amados hijos, con qué sentimiento de veneración nos dirigimos en esta vez a vosotros que os encontráis en el campo de la lucha, frente a frente de los enemigos de Cristo y teniendo en nada vuestro bienestar y vuestra vida Dios bien sabe el rubor que embarga nuestra alma al pensar que el puesto que últimamente se nos ha señalado en la presente lucha no es ciertamente el puesto de mayor peligro. Lejos de vosotros no queremos sin embargo privarnos del consuelo de dirigiros estas nuestras palabras, para robustecer, después de haber sentido de cerca el corazón del Papa, todo lo que públicamente os enseñábamos, y todo lo que privadamente os respondíamos cuando privadamente nos consultábais. Desde que por disciplina tuvimos que abandonaros para venir a esta Santa ciudad, nuestro pensamiento y nuestro corazón han estado siempre con vosotros. Hemos estado perfectamente al tanto de todo lo que hacéis en defensa de vuestra fe y de lo que por ella sufrís llevamos cuenta exacta de todos y cada uno de vuestros sufrimientos. Vuestras privaciones, vuestras cárceles y vuestras torturas: todo lo llevamos como punzante espina dentro del corazón”. “Séanos lícito ahora romper el silencio sobre un asunto del cual nos sentimos obligados a hablar. Ya que en nuestra arquidiócesis muchos católicos han apelado al recurso de las armas, y piden una palabra de su Prelado, palabra que Nos no podemos negar desde el momento que se nos pide por nuestros propios hijos; creemos nuestro deber Pastoral afrontar de lleno la cuestión, y asumiendo con plena conciencia la responsabilidad ante Dios y ante la Historia, les dedicamos estas palabras: Nos nunca provocaremos este movimiento armado. Pero una vez agotados los medios pacíficos, ese movimiento existe, A NUESTROS HIJOS CATÓLICOS QUE ANDAN LEVANTADOS EN ARMAS POR LA DEFENSA DE SUS DERECHOS SOCIALES Y RELIGIOSOS, DESPUÉS DE HABRELO PENSADO LARGAMENTE ANTE DIOS Y DE HABER CONSULTADO LOS TEÓLOGOS MÁS SABIOS DE LA CIUDAD DE ROMA, DEBEMOS DECIRLES ESTAD TRANQUILOS EN VUESTRAS CONCIENCIAS Y RECIBID NUESTRAS BENDICIONES. Edición de la “LIGA NACIONAL DEFENSORA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA. Delegación del D.F.- Sección de propaganda”.

Esta comunicación del arzobispo nos da algunas claves para entender el carácter trasnacional del conflicto al revelar vínculos con los “teólogos sabios” del Vaticano que dieron su anuencia para llevar el asunto mexicano hasta sus últimas consecuencias. Se estaba en el filo de la navaja; la iglesia pudo haber sido nacionalizada, con lo cual la Santa Sede perdería una de sus mayores fortalezas en el continente americano. 
En la Semana Santa de 1927 por primera vez en la historia mexicana fueron suspendidas las ceremonias acostumbradas, aun así, miles de fieles se dirigieron a los templos. El 12 diciembre de ese mismo año se llevaron a cabo las celebraciones del día de la Virgen de Guadalupe con la asistencia de unas cien mil personas a la Basílica.
El 6 de febrero de 1928 fue volado con dinamita el monumento que los católicos habían levantado en homenaje a Cristo Rey en el Cerro de El Cubilete, cercano a Silao, Guanajuato. De igual forma continuaron las clausuras de templos, escuelas religiosas, parroquias como la de Uruapan, los colegios teresiano y josefino en la capital, el Seminario conciliar que se ubica en la calle de Regina, el Seminario Católico de Puebla, la propiedad de los padres pensionistas de Tacubaya, el templo de Payo Obispo, Quintana Roo; el Asilo de Niñas de Santa María de Córdoba, Ver., entre otros más que también sufrieron saqueo.
Continuaron las detenciones, los saqueos, las deportaciones, al igual que el envío a la prisión de las Islas Marías a personas señaladas como involucradas en las acciones contra el gobierno por parte de los guerrilleros cristeros. La policía descubrió propaganda religiosa en una bodega en la Quinta San Román, cerca del Colegio Militar. Allí había una imprenta que quedó confiscada. Por esos días fue aprehendida una banda de malhechores que extorsionaban a los católicos haciéndose pasar por policías.
De su parte en el Ejército Federal se resintieron numerosas bajas de oficiales y soldados. También habían menguado las filas de combatientes que trataban de extinguir la rebelión que, como hemos comentado, tenía múltiples cabezas.
Hechos sobresalientes de ese año de 1927 en orden cronológico.
Al comenzar el mes de enero fue atacada la ciudad de Léon, Gto., sin que los asaltantes lograran consumar sus planes al ser rechazados por las fuerzas locales. A poca distancia, en Tepatitlán, el general Ferreira combatía con notable fuerza a los cristeros en tanto que la población de Atotonilco fue tomada por los rebeldes hasta el día 20 en que las tropas federales recuperaron la plaza.
En el mes de febrero cayó abatido en Guanajuato el general Bautista a manos de los rebeldes. En Morelia fue fusilado el señor Salvador Calderón acusado de rebelión y por la misma causa fueron fusilados cuarenta y cinco católicos cerca de Guadalajara.
El 21 de marzo los hombres al mando del general Gallegos asaltaron el tren de pasajeros de Laredo, aniquilando a la escolta. En la acción perdió la vida el conductor don José Isabel García.
El día 13 de abril fue asaltado de nueva cuenta el tren de Laredo en el kilómetro 339 a manos de una partida de rebeldes comandados por Juan Mendoza, Germán Pichardo y Dionisio Aguilar. Para llevar a cabo el plan los asaltantes deslizaron peñascos sobre la vía, sin embargo, el maquinista logró hacer una hábil maniobra de retroceso.
El día 20 una gavilla de cristeros al mando del “Catorce”, el presbítero Vega Pedraza y Angulo, tomaron por asalto el tren de Guadalajara a la altura del kilómetro 162, al norte de La Barca. Prendieron fuego a todos los carros causando la muerte a 113 personas, entre escoltas y pasajeros.
La Liga Defensora de la Libertad Religiosa publicó en su boletín número 28 del 30 de abril de 1927 lo siguiente:
El reciente asalto al tren procedente de Guadalajara con rumbo a esta capital, verificado la noche del 19 del actual en el kilómetro 162 al Norte de La Barca, Jal., ha conmovido el alma nacional. Pero si la desgracia misma ha causado honda pena en todos los corazones bien nacidos, a este sentimiento se ha sobrepuesto el de una  justa indignación de toda la sociedad contra el Gobierno, verdadero responsable de la sangre que se está derramando, ya que por capricho sectario se empeña en desoír el clamor de un pueblo que reclama imperiosamente sus derechos más legítimos, y el sentimiento hondo, intenso, universal de asco, de ira, de execración, y de amenaza por la hipocresía, el cinismo y la vileza con que el Gobierno por medio de un hombre sin conciencia y sin honor, de un calumniador asalariado, de un vicioso público, ha desfigurado los hechos y mentido a sabiendas para llenar de oprobio a nuestro glorioso Ejército Libertador, a nuestros soldados sacerdotes, a nuestros venerables prelados y a la Iglesia Católica, haciéndoles aparecer como turba de ladrones, asesinos e incendiarios. PROTESTAMOS PUES CONTRA LA TROPA, VERDADERA RESPONSABLE DE LA CATÁSTROFE, Y CONTRA CALLES Y ÁLVAREZ QUE A SABIENDAS DESFIGURARON LOS HECHOS PARA DESPRESTIGIAR A LA NOBLE CAUSA DEL CATOLICISMO Y DEL PUEBLO. (Casasola)

El jueves 5 de mayo se publicó en los periódicos la noticia de la muerte del bandolero Rodolfo R Gallegos en un lugar cercano a Tepozán, municipio de San Luis de la Paz. Había ido en su búsqueda hasta darle alcance después de 120 horas continuas de persecución el coronel José María Dávila. Junto con él fueron ejecutados los cabecillas Fortino Sánches y Refugio Avilés. “De esta manera comprueba el Gobierno de la República sus informes respecto a la extinción de las gavillas episcopales en el Estado de Guanajuato y espera dar igual noticia respecto a las organizadas por el arzobispo Orozco y Jiménez en el Estado de Jalisco. El general brigadier Jefe del Estado Mayor Presidencial, José Álvarez”. (Casasola)
En septiembre fue comunicada oficialmente la captura y fusilamiento del sacerdote Sedano junto con cinco personas que de igual forma fueron pasadas por las armas.
En noviembre el tren de pasajeros que iba de Ciudad Juárez hacia la capital fue saltado por los rebeldes en el Estado de Zacatecas. Terminaba así el año de 1927 con enfrentamientos enconados en los estados de Jalisco, Guanajuato y Michoacán.
Inició 1928, en el mes de febrero los rebeldes hicieron el intento de tomar la ciudad de Guanajuato siendo rechazados por las fuerzas federales. En prevención de más ataques a los trenes de pasajeros el gobierno decidió artillarlos con ametralladoras, además de escoltarlos con cien hombres bien armados. Hacia el mes de abril los alzados se aproximan a la ciudad de Colima. En mayo fue asaltado el tren de pasajeros entre Empalme y Purísima, Dgo. Por su parte “El catorce”, llegó con su gente hasta la Estación del Ferrocarril de Piedad de Cabadas y la incendió.
En el mes de junio el jefe de las Operaciones en el Estado de Guanajuato comunicó acerca de un combate contra una gavilla de rebeldes en el que murió el cabecilla Francisco Vargas y veinticinco de sus hombres.
En septiembre el gobierno dispuso que los trenes de pasajeros que hacen el trayecto entre México y Ciudad Juárez lo hicieran avanzando de día mientras se llevaban a cabo movimientos contra los rebeldes. El día 16 de ese mismo mes los cristeros levantaron la vía entre Nuevo León y Yurécuaro, descarrilando el tren y ocasionando varias muertes. En octubre un grupo de rebeldes tomó posesión de la Estación Verdía, Jal., apoderándose de dinero y mercancías.
Lejos de sofocarse la revolución cristera seguía su curso quedando al frente de ésta el general Enrique Gorostieta, hijo del licenciado Enrique Gorostieta quien había sido Ministro de Hacienda durante el gobierno del general Victoriano Huerta.
Poco antes de finalizar el periodo presidencial del general Plutarco Elías Calles, fue recibida en la Cámara de Diputados una petición hecha por un grupo numeroso de personas para que se aplicaran reformas relativas a la Ley de Cultos, adhiriéndose a esta solicitud miles de católicos de toda la República. El escrito incluyó informes de abogados expertos que revisaron legislaciones de otros países, con la intensión de dar sustento legal a la exigencia ciudadana hacia el gobierno de Calles.
En octubre de 1928, el obispo de San Luis Potosí dirigió una carta abierta al Ministro de Gobernación, licenciado Emilio Portes Gil, pidiendo aliviar un poco la situación de los católicos mientras se reformaban las leyes y se aplicaban éstas sin extralimitaciones. A los pocos días el Lic. Portes Gil ascendió a la presidencia y logró finalmente encontrar una solución definitiva al conflicto cristero.
Para la historiografía mexicana el tema cristero abre posibilidades sumamente interesantes puesto que una historia de la historia de la cristiada aún no ha sido escrita. La experiencia de expertos investigadores como el reconocido autor Jean Meyer, dejan los caminos ampliamente trazados para otros exploradores interesados en un tema tan complejo como fascinante.
El miedo cristero todavía es narrado en las comunidades agrarias o rancherías como sobremesas que los más ancianos disfrutan escarbando en la memoria. Pasan ellos algunas horas remembrando anécdotas que se transmiten de unos a otros hasta que desaparecen en algún susurro; nadie las menciona más.
La agitación de los años cristeros marcó destinos en forma trágica como la muerte de los hermanos Pro, el Ingeniero Segura Vilchis, y hasta el propio Álvaro Obregón acribillado por la mano del dibujante caricaturista León Toral, quien sufrió torturas mientras aguardaba el día de su fusilamiento.
El Archivo fotográfico de los hermanos Casasola constituye una fuente gráfica de incalculable valor por su contenido histórico. Al ver las imágenes de los personajes que le dieron dinamismo a una época especialmente trágica en la vida nacional, vienen a la mente más preguntas acerca de por qué todo aquello que segó miles de vidas. ¿Fue una causa inútil aquella lucha? O, por el contrario, el ejemplo de un pueblo que no mide esfuerzos y sacrificios para defender sus creencias puede servir para que los gobiernos aprendan a respetar a los gobernados, lo cual significa tener obediencia hacia la voluntad de quienes integran la sociedad; es decir, los ciudadanos.
De su parte también lo acontecido con la rebelión nos alecciona para no cometer los errores guiados por el fanatismo. Se nos muestra que, si una sociedad es mayoritariamente creyente y/o practicante de la fe católica, igualmente existen y conviven personas que practican otras creencias e inclusive hay aquellos quienes viven al margen de cualquier tipo de fe o religión; existen los librepensadores, ateos, agnósticos, entre otras nomenclaturas con las que se distinguen las personas por sus ideas respecto de los asuntos religiosos.
Se trató de una guerra muy de su época y circunstancia en el contexto nacional. La revolución había dado espacios a choques ideológicos que pugnaron por configurar un país de acuerdo a las visiones y ambiciones de cada grupo. Quienes salieron triunfadores asumieron el poder con tal vehemencia en controlarlo que dejaron poco margen para que hubiera más pluralidad política. Gobernaron sin dejar las armas. Aplicaron las leyes sin molestarse en adecuarlas a las mentalidades sensibles hacia la religión católica que se conformaba de una gran parte de la población del país. Preconizaban una sucesión interminable del poder pasándose de unos a otros que tuvieran la misma filiación proclive a mantener una distancia importante de los asuntos del clero y de la propia clerecía.
Como mencionamos al principio, cundían en aquellos años las ideas del socialismo llevado a la práctica por medio de comunidades agrarias. El motor de la historia ha sido siempre aquello que se resiste a la explotación, a la dominación o a los cambios. En la cristiada se tocaron los extremos llevando cada lado una fortísima carga ideológica y simbólica que entró en colisión con la parte opuesta. Los círculos intelectuales de ambos sentidos exageraban sus posicionamientos generando fricciones que saturaban el espacio público volviéndolo peligrosamente explosivo. El encono social dio pie a persecuciones, delaciones, huidas precipitadas y capturas; todo se puso difícil, sin embargo, el gobierno salió avante.
Después de estas luchas que ocasionaron tanto terror, vino la etapa cardenista que con mayor ímpetu promovió una ruta nacionalista con vetas del socialismo más acendrado, como copia del modelo soviético que había logrado imponerse en el orden mundial que en algunos años fue bipolar.  El Estado pudo negociar con las élites católicas que lograron obtener ventajas, como fueron las facilidades otorgadas para abrir escuelas con enseñanza de religión, tener su propia prensa, mantener sus propiedades, entre otras prerrogativas.
¿Hubo influencias externas en la Guerra Cristera que tuvieron como propósito contener el avance de las ideas socialistas en el campo? O, ¿se trató únicamente de la prevención que tuvieron los poderosos terratenientes para que el gobierno interrumpiera el reparto agrario? ¿Fue también el gobierno un provocador que desoyó a la sociedad en sus reclamos para ser respetados sus derechos religiosos? ¿Por qué el gobierno no advirtió antes e intervino para que no creciera el conflicto? ¿Fue sorprendido?
Quedan las preguntas para el caso de encontrarse algunas respuestas que permitan tener un esquema objetivo que nos ayude a entender más sobre aquella guerra.  ¿Por qué se lanzaban a guerrear los campesinos dejando su vida ordinaria por una lucha que no les ofrecía nada, sino que más bien eran ellos la ofrenda? Nos han demostrado una vez más que una fe es capaz de movilizar multitudes como ha sido siempre en la historia de la humanidad.

Casasola, hermanos. Historia Gráfica de la Revolución. 1900-1940. Cuaderno 16. (Archivo Casasola)
Moreno O. Ángel. 1965. Semblanzas Revolucionarias. Compendio del Movimiento de Liberación en Jalisco. Talleres Linotipográficos “Berni”.

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