Resumen.
El
presente texto reflexiona sobre la comunicación digital como el fenómeno que identifica
a la época que se vive.
Prácticamente
casi todo quehacer humano es por medio de dispositivos electrónicos que se
manejan con una mediana cultura digital; es decir, otra clase de conocimiento
para otra clase mundo que funciona con algoritmos y cuyo resultado más reciente
es la realidad virtual. Nos basaremos en tres aspectos que nos permiten sus perspectivas
acerca de algunos de los temas más inquietantes o perturbadores en los estudios
sobre las sociedades contemporáneas:
I.
Las dinámicas digitales y sus efectos
transformadores en el imaginario social.
II.
La división del trabajo virtual:
empleadores-desempladores en el orden sistémico: la guerra, la explotación y la
competitividad.
III.
El desprendimiento de la materia en la
transformación del ADN social: efectos en las decisiones políticas de los
pueblos.
Palabras y conceptos:
imaginarios, representaciones, comunicación digital, inteligencia artificial
(IA), automatización, trabajo virtual, desequilibrio global, explotación,
guerra, competitividad, comunicación-política, ADN social.
Vivimos una época en la
que valoramos el [ser civilizados] casi en equivalencia a estar comunicados y
eso conlleva efectos. Hemos formado las comunidades más comunicadas de la
historia, sin embargo, no quiere decir esto que sean las más justas. Tendríamos
que pensar en una ética informática, para que las herramientas virtuales que
nos comunican logren también la cultura más inclusiva de la historia.
No solamente hablaríamos
de quienes coincidimos físicamente en el tiempo, sino de pueblos que nos
antecedieron varios siglos. Una visión acompañada de tecnologías para hacer un
viaje en retrospectiva nos puede ayudar a comprender de otra manera el mundo
del presente. Veríamos que las diferencias creadas a partir de los brutales
desencuentros entre culturas de origen distante y distinto, son realmente
superables con otro tipo de entendimiento, hasta pudiera ser que las heridas
que fueron tan doloras, porque lastimaron lo más hondo del alma humana,
comiencen a sanar. Casi las mismas bases algorítmicas que permiten viajar al
espacio, ofrecen para nosotros la posibilidad de viajar al pasado.
Al futuro se viaja para
descubrir lo ignoto, que no sabemos qué o cómo sea, sólo tratamos de suponer;
en cambio, al pasado se tiene la posibilidad de viajar para entender fenómenos que
trastornaron millones de vidas humanas.
De forma notable, esta
aventura se está logrando, quiero decir que me encuentro asombrado porque las
tecnologías son herramientas que nos pueden conectar con lo que se extinguió: es
posible recrear realidades que nos antecedieron gracias a la virtualidad, con
lo cual nos damos cuenta de que lo acontecido puede ser apreciado de otra
manera.
Como seguramente ustedes
conocen, los expertos en programación digital concluyeron recientemente un
trabajo de alta definición que reproduce en toda su magnitud exacta la ciudad
de Tenochtitlán. ¡Fue recreada digitalmente una ciudad que desapareció hace 500
años! Desde luego sirvieron de fundamento para este logro tecnológico las
ruinas que se han encontrado en el subsuelo de la ciudad de México; desde
monolitos hasta parte de la estructura del Templo mayor de los mexicas, junto
con recintos que fueron palacios. Todo esto sumado a los estudios de expertos
que interpretan los rasgos que tuvo la ciudad; las plazas con sus jardines, los
canales por donde transitaban los habitantes en distintas embarcaciones según
los usos. Fue una metrópoli lacustre enorme, quizá una de las más pobladas del
mundo en aquellos años, además era de gran belleza y magnífico clima. Todo eso
podemos ver como si fuese real. Cada ciudad antigua puede ser igualmente
reconstruida con tecnologías que las traen de nuevo ante nuestros ojos.
Tenochtitlán, es de
nuevo reconocible y puede suceder lo mismo con Babilonia, Roma, Alejandría,
Troya, Tebas, Atenas, u otras metrópolis de cualquier época. Basta con tener
suficiente información como para alimentar los cerebros electrónicos que
llevarán a cabo el proceso de proyectar imágenes tridimensionales. Éstas son
capaces de reproducir con precisión dichos espacios pertenecientes a sociedades
que hace siglos dejaron de serlo.
¿Por qué hablar de todo
esto? Me parece que gracias ello es posible percatarnos de que hubo estilos de
vida totalmente incomprendidos, cuyo destino, después de haber sido atacado,
fue alterado al modo de las narrativas para las que no tenía sentido ni
siquiera tratar de comprender a los que fueron casi exterminados, además
borrada la mayor parte de su cultura, Podemos pensar que estos descubrimientos
e innovaciones de alta tecnología, son los portadores de un nuevo saber que vuelve
comprensible lo que realmente había como sociedad y población; qué clase de
imaginarios configuraban sus modos de pensar y de ser personas. Me pregunto si
esto nos ayudaría más a tener otra idea de identidad para quienes poblamos este
país.
En otro contexto, las
máquinas inteligentes nos resuelven la vida en su sentido práctico, a la vez
que constituyen amenazas, si se les ve de otra manera: realmente motivan a
pensar o a dejar de pensar. Nos invitan a “retozar” de alguna forma
entretenidos en la Web, sin darnos cuenta de que les damos gratuitamente nuestro
tiempo a otros por este simple hecho. Esto nos hace pensar que la cantidad de
horas acumuladas por la gente que navega, tal vez supera lo que se dedica a
otras actividades de forma presencial. Dicho en otras palabras; nos teledirigen
el tiempo que se considera propio, pero no sólo eso; también “enlatan nuestros
gustos, junto con nuestra personalidad”.
Ahora, hay productos que
tienen más valor porque nos los llevan a casa, que el producto en sí. En
algunos casos, le conferimos casi la misma importancia a no gastar tiempo y
dinero para salir a buscar, elegir y comprar, que a todo aquello que adquirimos,
tratándose de los millones de objetos “baratija” que se quedan arrumbados,
porque nos dimos cuenta tardíamente que no son necesarios. Fuimos seducidos con
la publicidad agregada a la facilidad de obtenerlos; solamente marcamos algunos
dígitos en el teléfono celular. Las compras por Internet ya rebasan a las
adquisiciones directas en buena parte de productos y servicios; desde
reservaciones de viajes hasta enseres domésticos, lo mismo que la ropa,
vehículos, e infinidad de mercancías. Empresas como Amazon o Mercado Libre,
elevan cada día sus activos, además de que se constituyen diariamente nuevas compañías
para comercializar en la red. ¿Qué mundo es este que no se ve ni se toca, pero
se reproduce como si fuera un cosmos?
Los millones de
transacciones que se efectúan cada minuto, sin detenerse, no podemos
advertirlas pero existen. Este fenómeno nos desprende a la vez que nos
desenfoca del mundo material: se hace ya casi todo de manera invisible. En
lugar del Centro Comercial (Shopping Center) como un lugar idóneo por
excelencia para el encuentro y el consumo, que funcionó en las sociedades
capitalistas de hace poco tiempo, ahora se decide hacer compras en línea. Vemos
ahora tales sitios semivacíos, hasta van a desaparecer muchos de ellos,
seguramente.
De su parte, la división
del trabajo en el mundo virtual ha jerarquizado a los millones de usuarios, sin
contar aquí a los aislados, desconectados, los invisibles, entre otros que
forman multitudes de sujetos que están por fuera de la gramática que se utiliza
para transitar en las autopistas de Internet. Para estas mayorías
desprotegidas, hasta de la vacuna contra la COVID19, porque no están en el
nivel de prioridades capitalistas, no existe más que el aprovechamiento de su
fuerza de trabajo y con ciertos límites muy palpables, la política, como única
salida a su condición social de pobres, lo cual se transmite por generaciones.
Vemos, en cada
innovación tecnológica, un factor que deja sin empleo a individuos que hacían
el trabajo que fue sustituido por contestadoras automáticas, vigilantes con
“ojos” electrónicos, e infinidad de robots que realizan toda clase de
funciones. La información que manejan estas máquinas, solamente para que
funcione la economía del mercado, supera quizá a cualquier otra utilizada por
la humanidad a lo largo de la historia. Se han agilizado las compras en
cualquier lugar del planeta, por ser tan fácil hacerlo, más no han aumentado
las capacidades cognitivas de los usuarios de dispositivos electrónicos que son
las nuevas herramientas del consumo, al
menos no hay algún indicador que pudiera demostrarlo. Por cierto, también
aumenta el número de pobres en decenas de países.
En ese orden de ideas,
ya no se es un individuo por lo que se conoce o por los valores, como la ética,
ni siquiera por lo que se tiene de bienes materiales, como fue hace poco, sino
por lo que se comunica y se puede entender por otros; es decir, el comportamiento
en los campos de interacción donde las redes sociales constituyen el nuevo
paradigma comunicativo. Se eleva constantemente el número de internautas que
transmiten lo que sea a través de canales propios, con lo cual acumulan dinero
y reconocimiento; si acaso llegan a captar seguidores en cantidad suficiente
como para vender propaganda en sus sitios.
Además, Facebook ha dado
a conocer que dentro de poco tiempo dará otro salto tecnológico junto con
gigantes digitales que han diseñado el “metaverso”,
operado en 5G. Tendremos así un universo alterno, un mundo paralelo, donde
estaremos por medio de avatares que serán como nuestro otro yo.
En el caso de los
gobiernos, se mide el poder por las capacidades de comunicar mensajes, sobre
todo si éstos sobrepasan la representación al ser compartidos de forma
algorítmica; el llamado efecto viral. Hablamos de verdaderas batallas virtuales
que buscan convencer de lo que se desea que otros hagan. “Las representaciones
que constantemente aparecen en los medios masivos como las redes sociales, los
periódicos y la televisión, inciden en la formación y cambio de los imaginarios
de la gente, y por eso son tan poderosas”. (Girola 2019)
La campaña de Barak
Obama en Estados Unidos en el 2008, inauguró la era en la que los políticos
buscaron ganar adeptos a través de las redes sociales de Internet,
especialmente por medio de Facebook. De allí continuaron promoviéndose
políticos en cada país a través de mensajes reproducidos con el impacto que
llegan a tener estas potentes arquitecturas programáticas y que es difícil
cuantificar. Baste recordar lo acontecido hace unas semanas con la desconexión
de Facebook y sus nuevas empresas asociadas. Generó tal descontrol el “apagón”
comunicativo, que se volvió tema dominante en prácticamente cada país que tiene
conexión con los productos de Mark Zuckemberg. Por cierto, los verdaderos
motivos no están suficientemente claros, aun cuando el propio empresario dio
explicaciones acerca de la razón por la que dejaron de funcionar al mismo tiempo
las redes sociales en el mundo durante horas, casi un día.
Es importante mencionar
también, que esas mismas redes sirvieron a multitudes de ciudadanos inconformes
que manifestaron su descontento, al punto de cambiar políticas y políticos; el
movimiento conocido como “La primavera árabe”,” El otoño tunecino” junto con
otras grandes movilizaciones en distintos continentes, mostraron el poder de
convocatoria y organización de masas que puede conseguirse por medio de esta
insospechada arma política. Entre otros expertos, el investigador y profesor
Manuel Castells, ha realizado estudios acerca de estos movimientos que plantean
otras formas de imaginarios que hacen que la gente tome el poder, sin llegar a
la violencia. “Los movimientos se extendieron por contagio en un mundo
conectado en red mediante Internet inalámbrico y marcado por la rápida difusión
viral de imágenes e ideas”. Desde Islandia hasta Chile, de Egipto a WallStreet.
“y desde allí la chispa prendió en un paisaje social diverso devastado por la
codicia y la manipulación en todos los rincones del planeta azul”. La falta de
justicia, de equidad y democracia, la pobreza, todas las heridas sociales se
manifestaron, más no solamente fue eso lo que hizo un estallido viral, sino la
humillante indiferencia de los poderosos y las élites que controlan el mundo
financiero. De acuerdo con Castells, todo ello transformó el “miedo en
indignación y la indignación en esperanza de una humanidad mejor”. (Castells 2015)
En cuanto a los
imaginarios, es posible que éstos hayan cambiado la percepción de la política
como algo instrumental que únicamente sirve para perseguir fines económicos, la
llamada “prosperidad”, lo cual ha encontrado una fuerte resistencia por parte
de grupos que no se ven dentro de estas expectativas. “Puede decirse incluso
que la emergencia de la soberanía popular ha dado una nueva importancia a la
política, traducida en parte en la recuperación de formas e ideales propios de
las antiguas polis y repúblicas, donde la actividad política ocupaba el lugar
más alto en la vida del ciudadano”. (Taylor, 2006)
Brasil y México,
cambiaron sus gobiernos en 2018. El país sudamericano dio un giro hacia la
derecha, con la llegada de Jair Bolsonaro – desplazando el lulismo- en tanto
que los mexicanos impulsaron el primer gobierno de corriente de izquierda en
toda su historia: en ambos casos lo acontecido en las redes sociales Facebook y
WhatsApp, principalmente, fue un factor determinante para los triunfos
electorales. Ahora cabe preguntar: ¿Por qué los ciudadanos -¿de ahora?- cambian
fácilmente de opción política, aun siendo representada ésta en partidos con un
perfil ideológico distinto e incluso opuesto al de quienes eligieron antes?
¿Sobrevive alguna clase de ideologización de carácter político en sociedades
como la nuestra, en las que no se ha consolidado en forma suficiente la
democracia? ¿El desencanto hacia lo político, por parte de ciudadanos, es una
constante insuperable en nuestro país, lo cual aleja la posibilidad de
participación en lo público? ¿Qué vuelve tan volátil la empatía, la voluntad,
hasta los principios morales, cuando se trata de elegir una opción para
adherirse y hasta promover una determinada candidatura? ¿Por qué es complicado
dar un diagnóstico de valoración de resultados del gobierno en México, en estos
momentos?
Lo imaginarios sociales
siempre están ligados a raíces profundas, con las que la humanidad ha interpretado
o construido la realidad; desde su percepción de lo material hasta las formas
complejas de lo social o aquello de índole espiritual. Las atmósferas de
sentido colectivo han variado de forma y de fondo a través del tiempo, sin embargo, no tan sólo los
imaginarios en los que se nutren permanecen latentes y hasta pueden
reactivarse, sino que éstos nos asocian con la realidad, casi de manera
generalizada en el mundo, lo cual nos hace imaginarnos como “una civilización
que prospera, porque socializa mejor sus prácticas y creencias gracias a la
democracia, a lo que tiene que ver con el desarrollo
científico-tecnológico, a que se
comunica más de todo libremente y por supuesto por el funcionamiento del
mercado trasnacional global”. En toda esa entelequia de valores y dinámicas
justificamos nuestra presencia como especie.
Por tanto, la idea de
progreso civilizatorio no es sino un imaginario dominante en la época en que
vivimos. Por cierto, todo esto tiene que ver con la planicie del conformismo
social que funciona sistémicamente y que hace ver las cosas y los
acontecimientos “como un proceso natural que continúa”. “Las estructuras
mentales del conformismo social pretenden construir una acción y una reacción
social lo más simplificadora de la realidad posible” (Roitman, 2010)
De un lado, miramos y
hasta probamos descubrimientos o innovaciones que aumentan cada segundo, como
en una competencia, mismos que sirven para tener supuestamente mejor calidad en
cuanto a los ambientes donde se vive. Esta idea de confort que justifica
cualquier barbaridad y vacío de sentido, ha creado un “estado de ánimo
colectivo autocomplaciente reforzado por la inyección de creencias y valores
que alimentan y mantienen vivo al sistema”. (Roitman,2010)
Se prefiere palpar la
existencia como si acariciáramos un gato en el sentido de su pelo, para sentir
lo más suave posible su piel, así lo apreciamos de una forma que nos complace.
Sin embargo, al hacerlo de la forma contraria, sentiríamos sus huesos, las
cicatrices, las partes ásperas que no nos agradan. Esto sucede al comprobar la
paradoja de que habitamos un mundo que se ha vuelto más hostil, deshumanizado,
y hasta salvaje, sobre todo en lugares donde hay más número de población en
condición económicamente y socialmente desigual: allí es donde proliferan las
víctimas de problemas sociales, políticos y económicos, sumamente agudos.
A lo que determina y
reproduce la carga de desequilibrios que prosperan en injusticias por
explotación de gente; a lo que lleva una
otra vez a la ausencia de repartos equitativos de la riqueza que se
obtiene por el trabajo, lo cual divide las sociedades entre ricos y pobres; al
ánimo colectivo que se esconde en el imaginario conformista que absorbe todo
esto como si fuese “normal”, “parte del destino humano”, “el orden natural de
las cosas”, “así funciona la democracia”, etcétera, lo pudiéramos esquematizar
dentro de un orden abstracto que se puede definir –metafóricamente- como el ADN
social, que no es otra cosa sino el cúmulo de imaginarios que mantienen la
información del pasado. Se trata de la huella que registra tanto hallazgos y
paradigmas que se suceden unos a otros, como aquellos conflictos no resueltos,
en ocasiones aquietados, y que por tanto gravitan en las hélices de la experiencia.
Hasta pareciera que retornan y en realidad vuelven los males como los odios
raciales, los fascismos, el aborrecimiento de unos entre otros, por causas de
carácter étnico, de índole religiosa, política, o por mantener una diferente
conducta o cualesquier clase de diferencia. Aquello con lo que se alumbra la
humanidad, junto con lo otro que la ensombrece, forman helicoidalmente nuestra
realidad. No se logran fácilmente disociar las herencias tan antiguas que
llevamos en cada imaginario que constituye, junto con otros de diferente matriz
y época, los ámbitos de las distintas formas de sociedades que formamos
actualmente.
Pareciera que algo
obliga a que persistan las divisiones profundas entre la gente de nuestros
días, aún dentro del mismo territorio. Se nos advierte en distintas mediaciones
de que existen voluntades que buscan afanosamente la apropiación de los últimos
recursos que conserva el planeta. No es que se trate de algo conspiratorio,
sino que los cambios traen igualmente objetos que se quedaron en el fondo de la
experiencia de cada cultura o pueblo, como sucede con los huracanes; éstos remueven
en las profundidades del mar donde aparentemente duermen cosas que de pronto
emergen. En esta época y civilización, los monstruos de la ambición, del uso de
la fuerza de unos contra otros para que sobrevivan sus negocios, los instintos
de dominación que hacen un mundo fragmentado en el que unos se ven a sí mismos
superiores a los demás y por ello se apropian del derecho de quedarse con sus
bienes, han sido tocados y alertados.
Es muy probable que
vayamos a vivir tensiones de tipo diplomático y político mucho más agudas o terribles
de las que se hayan conocido antes. No me gustaría concluir mi intervención en
este panel con un vaticinio triste, que remita a enfrentamientos bélicos o algo
por el estilo, solamente trato de descifrar en esta síntesis un mundo en el que
asoman señales de desencuentro, ya no tanto de índole ideológico, como era hace
medio siglo, sino por la hegemonía de los mercados, junto con las rutas y
sitios estratégicos para controlarlos, como si fuese la repetición de la
historia de las llamadas Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, en su versión de
China y Estados Unidos. Dos fuerzas dominantes del mundo financiero y
comercial, que tienen cada día menos puntos de apoyo que les permitan
sostenerse sin recargar peso uno sobre el otro. Esperemos que se pongan de acuerdo
y no se apoyen en los demás.
Estudiar los imaginarios
como mapas de la política, nos permitió ver que las ideologías y las
mentalidades son cuestiones distintas que se complementan al momento de
elaborar análisis del mundo social, que por cierto ha cambiado profundamente en
los dos años recientes y de forma especial lo que ha producido la COVID19, lo
cual viene a señalarnos que es ahora cuando comienza realmente el nuevo siglo.
De acuerdo con el sociólogo austriaco Zigmunt Bauman, (2002) vivimos un mundo
líquido, en el que todo se ha disuelto a gran velocidad, en primer lugar el
tiempo, pero también el espacio; la comunicación viaja a la velocidad de la
luz, y nosotros nos trasladamos a velocidades casi supersónicas, cuando hay la
posibilidad de hacerlo en los grandes jets. El dinero se mueve igual de rápido,
bastan unos segundos para llevar de aquí para allá cualquier cantidad de
billones en valores monetarios de diferente nacionalidad, y ya vimos nacer el
dinero virtual con la llegada del primer Big-coing.
Las ideas que circulan
por la Web son igualmente un distintivo de otra clase de comportamiento humano
al que hemos dado el nombre de navegación. Somos internautas quienes navegamos por
medio de Internet. Nos conecta una realidad diseñada por el ser humano
contemporáneo, ésta crece, aumenta su tamaño físico a la vez que expande los
límites de la racionalidad y de las formas imaginarias con las que damos
sentido a lo que llamamos vivir.
Referencias:
BAUMAN, Zigmunt (2002). Modernidad líquida. Fondo de Cultura
Económica. México.
GIROLA, Lidia. (2020). Imaginarios y representaciones sociales:
reflexiones conceptuales y una aproximación a los imaginarios contrapuestos.
http://www.scielo.org.bo/scielo.php?pid=S2223-30322020000100009&script=sci_arttext
M.CASTELLS, (2015) Redes de indignación y esperanza.
Alianza Editorial, España.
ROITMAN ROSENNMAN,
Marcos (2010). El pensamiento sistémico.
Los orígenes del social-conformismo. Siglo XXI Editores, España.
TAYLOR, Charles (2006) Imaginarios sociales modernos. Paidos.
Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario