Tener un buen presidente no necesariamente significa que
gobierne plenamente. Llevar a cabo obras formidables, incrementar las
actividades relacionadas con el petróleo, implementar programas sociales que
nunca se tuvieron, comunicar diariamente las agendas oficiales con la finalidad
de obtener retroalimentación que facilite interactuar ciudadanía y gobierno a
escala nacional, todo ello, entre otras cosas que efectivamente suceden, no
basta como para dar la certeza de que en verdad el país se gobierna
adecuadamente.
Tampoco se trata de pasar por alto lo mencionado, más lo
que no cabe en este espacio como para enumerarlo. Todo ello cristaliza significativamente
en servicios y beneficios importantes para la población, especialmente a quienes
se destinan los programas que tienen el estatus de iniciativas de Ley aprobadas
por la mayoría legislativa.
El asunto tiene que ver con gobernanza, el gobierno, que
no el presidente, no ha sido capaz de entablar el tipo de diálogos que atraen
también a los escépticos. Más bien es refractario a todo lo que no vaya en su
perspectiva o en la de las agendas públicas que pretende controlar. En ese sentido,
la dinámica elegida por él o impuesta por sus equipos, provoca que el Ejecutivo
se desgaste demasiado, quizá con un alto costo político que evidentemente no le
preocupa y no parece que haya forma de que cambie la estrategia. Confronta, un
día sí y otro también, hasta por nimiedades.
Lo que pudiera ser dejado a que se debilite por sí mismo,
ya que en la mayoría de las veces se trata de cuestiones sin trascendencia
importante. De pronto, por sus emociones, un asunto trivial lo convierte en
pasto para los medios, ¿para qué friccionarse, señor presidente? Considero que baja
de nivel al ponerse al tú por tú, con cuanto individuo se le atraviesa en son
de alterar e irrumpir, por lo regular para quedar bien con alguien.
Nuestro presidente cae seguido en el juego mientras el
sexenio se esfuma. Además, se ha acelerado el proceso de la sucesión. Las
“fuerzas de la cargada” se van a disparar creando cortinas de humo y polvareda
que lo van a opacar muy pronto. Ese no era el proyecto, sino pasar a la
historia como el transformador de la época que le tocó vivir. Algo está
ocurriendo que desvía la intensión del impulso inicial que comenzó a principios
de este siglo. Si bien todo lo dicho sobre el pasado es verdad irrefutable, casi
todo el bienestar social naufragó en un mar de corrupción que dio origen y refuerzos
a otras formas de violencia, no se habla sino de cadáveres, entes sin vida
política que acechan a la espera de un viraje que los traiga de regreso. No
tiene sentido ocuparse de tales fantasmas, sin embargo, se les insufla aliento al
enviarles los reflectores. Eso es un error y síntoma de un gobierno que no logra
superar una etapa anterior. A causa de esto se pierde posicionamiento valioso,
esencial para lo que se viene el próximo año, ya previo al de las elecciones.
Más que un presidente inaugurador de megaproyectos, las
circunstancias piden un estadista que destaque sin la figura del Ejército, ni de
sus programas “mañaneros”. Sugiero que sea por medio de una mayor apertura
política, aunque ceda terreno.
Es importante que reconozca que ha sido reacio muchas
veces a facilitar ese puente con extraños, con esos individuos con los que no
concuerda ni un céntimo, pero así tiene que ser, es un deber de presidente que
procura ser distinto, precisamente por su cercanía con “todos”. Si en lugar de lanzarles
dardos retóricos les tendiera una mano, de seguro los tuviera rendidos. Es
impensable sustraer la conducción del país a una realidad mundial, en la que el
capital domina sobre cualquier ideología o esquema de convivencia social,
llámese país, gobierno, régimen, sistema, etcétera. En ese razonamiento podemos
decir que a todos nos conviene lo mismo; es decir, que no haya traspiés o
alteraciones de ninguna especie, que pudieran desviarnos o alejarnos de los
demás que caminan a nuestro lado. Antes se le llamaba el “concierto de
naciones”, pero que hoy es más preciso reconocerlo como el nuevo orden mundial
emergente, más que nunca dependiente del libre mercado.
Acentuar las convergencias y dar otra clase de manejo a
las divergencias, pudiera ser útil al presidente de México, para que no se vaya
por la borda el esfuerzo que se aplicó a través de tanto tiempo. No se entienda
en ningún sentido que la idea es claudicar a lo que se busca, por cierto, con
toda la vitalidad posible, sino de usar las estrategias de los conocedores como
Maquiavelo, en algo tan sutil como el arte de gobernar.
El autor del Príncipe sigue siendo el mejor consejero
para aquellos que se las ven con el poder. ¿Lo habrá leído? Si fuese así no
estaría luchando contra la perversión de sus atacantes, los enemigos naturales,
esos que lo desprecian hasta por cuestiones de clase social, sino que lograría
restarles elementos de sus filas, que igualmente se creen como ellos, pero que son
susceptibles de cambiar de líder.
Si les hablara en su idioma y con sus símbolos, que no es
otra cosa sino el imaginario que comparten, si los escuchara y en algo les
ayudara también, quedaría para la historia como uno de los más grandes
presidentes que han pasado por Palacio Nacional, en tanto que los oponentes
políticos o ideológicos se diluirían muy pronto.
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