“Asistimos a un funeral”. Mientras no pase de lo retórico lo dicho por Carlos Briseño Torres, todos estaremos más tranquilos.
Utilizó él esa fúnebre idea para anunciar que la etapa en la que Raúl Padilla era el fiel de la balanza en las principales decisiones de la institución llegó a su término. Convocó a una rueda de prensa para dirigir las exequias de su antiguo mentor político. Exhibió ante los medios las cabezas plasmadas en oficios legales de varios directivos que pasó a cuchillo nominalmente, respaldado en los poderes que le confiere el cargo. Entre ellas está por supuesto la de su más odiado rival, compadre, ex amigo y superior en la jerarquía explícita e implícita universitaria. Con voz exaltada, literalmente a gritos, como si estuviese en un templete, acusó, señaló y finalmente lanzó de la estructura universitaria, a quienes en primera instancia le significan enemigos que piden el propio pellejo. Franca guerra abierta que tendrá otros enfrentamientos.
La bandera que enarbola este emancipador como se autodefine, acusa lo que según él y quienes están detrás, constituye su nuevo ritual: la crucifixión del que “tanto daño hizo a la universidad durante veinte años”. Siendo él mismo parte de ese daño que señala nunca se dio cuanta o bien le favorecían las cosas como estaban, el caso es que esperó dos décadas para conocer su verdadera vocación y conciliarse con su conciencia. Ahora es el apóstol de la limpieza y el nuevo orden bachiller universitario.
Como un nuevo Savonarola, esgrime causas que en principio se contradicen. Los buenos indicadores que ubican a la UdG en el segundo lugar de eficiencia en el país y los eventos internacionales de promoción a la cultura como la Fil, la Cátedra Julio Cortázar o el Festival de Cine, que le dan proyección mundial de primera categoría en el ámbito cultural, por supuesto que no son producto de sus dieciséis meses de gestión, sino más bien obedecen al trabajo de por lo menos dos décadas en las que Raúl Padilla fue una figura central ¿Dónde está el daño? Tendrá que demostrarlo y convencer a la sociedad y a los que somos universitarios de que tiene razón, de lo contrario difama y convulsa inútilmente a la institución que le ha dado más de lo que merece, sin duda.
O bien no es verdad que la universidad tiene ese reconocimiento por su calidad, dado que Raúl lo impidió o Briseño tiene tal coraje que le corroe las entrañas por no ser la voz cantante y por tanto ha disparado toda la fusilería mediática y burocrática a su alcance. O sea, ¿Cómo puede una universidad, dañada durante veinte años por un personaje maligno, estar en ese nivel reflejado en estadísticas y resultados académicos y científicos? ¿Salió del pantano en los meses en que ha estado parcialmente manejada por el grupo de la rectoría, por cierto tan dado a utilizar los medios de comunicación y otras argucias para quedarse con el pastel? ¿No es más bien odio jarocho el que estamos presenciando? ¿Bilis a raudales, provocadoras, que con desazón profieren injurias y despropósitos desmesurados, cargados de violencia verbal y simbólica, con altas dosis de ironía y sarcasmo? ¿Qué es eso de funeral? Ojala no sea una invocación.
En los tiempos mucho más tranquilos de Raúl Padilla como rector, después de haber superado aquella toma de la rectoría, que por cierto no la ha sufrido Briseño, el doctor Juan López y López, connotado cirujano y cardiólogo, tío de los Padilla López, hizo un comentario en mi presencia que nuca olvidé y en el que hacía referencia a Armando Macías, ahora sumado contra Raúl Padilla. En aquélla ocasión el desaparecido tío Juan comentó que Armando Macías “ponía el pecho por Raúl”. Bonita expresión que denotaba la lealtad y afecto de esa relación de universitarios tan diferentes en todos los sentidos, excepto el gusto por la cercanía y ejercicio del poder. Esperemos que no pase por su cabeza, ahora que se ha volteado contra su antiguo amigo y jefe, poner otra cosa ante Raúl en lugar del pecho. No en balde la política ha caído en el peor de los desprecios contemporáneos de los ciudadanos, con esta clase de actores que dan nota todos los días.
Se ha extendido un rumor, como niebla en la madrugada, que anuncia el miedo de la gente por los fantasmas de la violencia que durante tanto tiempo tuvieron a la universidad como su casa. Tiempos brutales de donde milagrosamente salieron a salvo los valores que distinguen a la institución, como son sus tesoros académicos de ilustres catedráticos y la estructura fundamental para la impartición del conocimiento.
Tengo frescos los recuerdos de los grupos enfrentados a golpes y balazos. Las frecuentes suspensiones de clases, los crímenes a plena luz del día y a mansalva. En aquél entonces me dio miedo estudiar y me salí de la universidad para asistir a una privada. Me llevé un enorme dolor que conservé hasta mi regreso, cuando las aguas fueron tranquilizadas gracias al arribo del grupo que dirigía Raúl Padilla.
Él fue el artífice de la calma y el encauzamiento que hizo posible la universidad que tenemos. Están las hemerotecas para comprobar los cambios. Se desterraron los matones. Apareció la red con la reforma universitaria y comenzó una era de proyección internacional, no solamente en el ámbito cultural, sino en el académico principalmente. Se elevó el número de investigadores y programas, ahí está la historia de los años recientes para comprobarlo. Ahora este rector no tan sólo se monta en resultados y logros que no fueron de su parcela y no conforme con ello, ataca a quienes cultivaron lo que se ha conseguido.
Indudablemente no todos los del equipo de Padilla son universitarios de primera. Desde luego que están encaramados varios individuos que no se les puede reconocer gran cosa, sin embargo gozan de la gracia del jefe y ahí están, sin más méritos que la fidelidad, como un antiguo chofer y ayudante de Raúl, convertido en director de una preparatoria y cuya capacidad no me parece como para un cargo de semejante importancia. Esas cosas desde luego que no aplican favorablemente a la contabilidad del líder en aprietos.
Es necesario que se equilibren muchas cosas, mas no es el clima favorable para ello. Habrá confrontación, batallas mediáticas que esperemos no pasen de ahí. La suerte está echada, dijo el rector. ¿Para quién? Preguntamos, porque todos vamos en el mismo barco y nos conviene un buen capitán, no un filibustero con patente de corso que busca la gracia de algún reyezuelo a base de entrar en combate con cualquier nave que no sea de su flota.
La gente de armas tomar como Carlos Briseño, no cambian. Genio y figura hasta la sepultura. Utilizo el viejo refrán para darle un final al texto a tono con los novenarios que organiza la rectoría.
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