A confesión de parte relevo de pruebas, dice la máxima del derecho. El fraude electoral del 2006 se aclara en la medida en que asoman nuevas evidencias y hasta confesiones de los protagonistas. ¿Cuántos desdeñaron y hasta se burlaron de los que, desde el primer día posterior a la elección, alzaron la voz para exigir la justicia y legalidad hasta ahora negada? Tendrían que reconocer que se equivocaron y por tanto ofrecer una disculpa a la nación. Si contribuyeron con su voto para facilitar lo que tenemos, razón de más, lo único que consiguieron fue ayudar a que se posicione y fortalezca el hampa más grande que hemos tenido en la historia mexicana. El fraude que dividió y desgastó a la sociedad (por cierto, ha costado mucho dinero inconformarse) existió tal cual, y ahora pagamos las consecuencias: tenemos un país que aceleradamente pierde estabilidad en todos los órdenes.
El clima de terror impuesto por las sociedades criminales gana terreno, los delincuentes tomaron nota de que el gobierno está conformado por otros que se mueven por dinero, igual que ellos, y les perdieron el respeto. Los pillos no se respetan ni se temen entre sí, más bien buscan eliminarse o negociar.
Es lógico pensar que las prácticas de corrupción, impunidad y que por tanto son delincuenciales, hacen que se pierda la autoridad indispensable para representar al Estado.
El envilecimiento de los políticos a la hora de sacar ventaja personal con los cargos públicos y la forma en que comprometen bienes ajenos, son observados por agentes del crimen organizado que toman ventaja de la situación, según lo que vemos ocurrir. Se configuró una república mafiosa, como me decía un amigo.
Sería impreciso señalar que el mal tiene poco tiempo. No sin cierta vergüenza, al repasar la historia reciente nos encontramos con que no abundan los personajes de la política dignos de buena memoria. Al menos a partir de la segunda mitad del siglo veinte, uno o dos presidentes, si acaso, pueden ser nombrados sin rubor, el resto han tenido de regular a pésima reputación, debido a los excesos, corruptelas y su propensión al enriquecimiento. Después del gobierno de Adolfo López Mateos, la gente no se volvió a identificar con presidente alguno, al contrario, desde Gustavo Díaz Ordaz, hasta el dudoso Calderón, todos han sido vistos con reserva, recelo y hasta franco repudio.
Sin embargo, no se había presentado, como ahora, el hecho de que los gobernantes fueran totalmente antipopulares. Hay una meta-violencia de Estado que sobrepasa la propia ley: Inmunidad a la crítica, pérdida sistemática del estado de derecho, pérdida total de dispositivos éticos, insensibilidad social y económica. Esto es el nuevo gobierno que se instaló hace ya ocho años.
Los costosos logros democráticos de los años de Woldemberg y otros predecesores que igualmente batallaron por hacer los cambios, para decirlo en términos a modo del discurso del régimen, se convirtieron en aborto: Con la llegada del PAN al poder, fue abortada la democracia en México.
El gobierno dudoso calderonista es abiertamente antidemocrático, tiende a ser impositivo y en un descuido puede volverse tirano y represor. Al parecer esa es la idea que más les agrada a los ocupantes de la presidencia y sus sucursales.
El problema más grave que enfrenta el grupo que se sirve del aparato gubernamental es el encono social que ha creado en su contra.
Generado desde los primeros años del foxismo, el rechazo popular hacia lo que prometió ser motor del cambio, se explica precisamente en la falta de compromiso social, rectitud y capacidad para gobernar con equidad, honestidad y justicia. Han fallado rotundamente en estos aspectos y además se ha pasado el tiempo sin rumbo establecido, sin proyecto alguno, objetivos concretos, visibles, plausibles, nada. Todo ha sido improvisación y rebatinga. Llegaron al poder y no saben para qué están ahí, aparte de aprovechar las vetas que dan dinero.
Las autoridades apoderadas de los recursos nacionales manejan y condicionan los escasos beneficios de manera facciosa, olvidándose por completo de que existen multitudes conformadas por millones de mujeres y hombres, cuya existencia se complica y empobrece cada día más, debido a las erróneas políticas de Estado y la corrupción que ya contaminó los componentes del edificio social, haciéndose más agudo y palpable este cáncer en la administración pública de todos los niveles y lugares de la nación. Esto es tan claro como el fraude.
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