Cada vez encuentro más alumnos que se consideran a sí mismos ateos. Son una minoría, desde luego, en comparación a los estudiantes que creen en algún tipo de dios.
Esto me señala que aumenta el número de sujetos que ya no sienten temor por negarse a creer algo incomprensible o que simplemente les resulta innecesario. No aplican en sus vidas tal idea abstracta y la descartan.
Los veo como personas que interactúan con los compañeros y participan en los temas de clase con la misma desenvoltura que lo hace cualquiera de los que se declaran como creyentes. Inclusive mis observaciones en este respecto me señalan que los alumnos ateos, que viven al margen de creer o practicar cuestiones de índole religiosa, se muestran ávidos de conocimientos y agudos en sus juicios de una manera que sobresale entre el resto de sus compañeros, como si el hecho de liberarse de ideas tan complejas como la obligación de creer en algo, la fe, los milagros y todas esas cuestiones, les dieran cierta paz con sí mismos y con los demás. Me da la impresión de que son intelectualmente más inquietos, tienen mayor cúmulo de lecturas en su haber y miran hacia la vida exterior con una actitud evidentemente segura. A veces se muestran preocupados por la ecología y por quienes se muestran ante sus ojos como atrapados en valores sesgados por prejuicios y prácticas irreflexivas, envueltas en clichés de miedos y prohibiciones. Algo característico de las religiones.
El tema, causante de la mayoría de las guerras y fracturas humanas desde tiempos muy remotos, sigue siendo peliagudo, inquietante, casi tabú. Aún con su mundanidad y banalización, la iglesia asegura fórmulas para dominar conciencias y vaya que mantiene un poder y control social avasallador al cual muy pocos renuncian o sustraen.
Al dialogar con mis alumnos ateos me doy cuenta de que captan las ideas religiosas como parte de la cultura universal que ha sido históricamente construida y acumulada. Los múltiples dioses que han abundado en las civilizaciones fueron concebidos conforme a las estructuras mentales individuales y colectivas de sujetos, tal como sucede con todo valor simbólico. Los dioses y las religiones fueron arquetipos intelectuales imaginados y utilizados con diversos fines, inclusive hasta como depuradores étnicos.
Negar o simplemente no aceptar la existencia de cualquier clase de dios, sin experimentar dudas o estremecimientos como si se atentara contra algo, significa pensar objetivamente en un tema específico. Ver el tema de dios y las creencias con la distancia que se cobra hacia cualquier objeto de estudios es algo que repiten los estudiantes en número cada vez mayor.
La cultura objetivada incluye cualquier idea de religión o de dios que circula y reproduce. Los alumnos comprenden la idea de cultura objetivada, como las estructuras formadas por instituciones o formas de pensamiento colectivo que perduran en el tiempo. Todo ello creado por humanos. Las religiones y los dioses que se incluyen en ellas forman parte de dicha cultura, aunque podemos decir que también han desaparecido cultos y religiones como parte de la cultura en movimiento, de hecho, parte de la cultura objetivada religiosa se mueve en patrones semejantes a los de la moda. Esto es, los rituales cambian y se adaptan conforme lo hacen las prácticas sociales y culturales.
Este fenómeno es comprendido por los estudiantes y muchos de ellos se dan cuenta por qué piensan religiosamente o llevan dentro, en algún lugar, ideas imbuidas de valores de corte doctrinal. Se les sembró la idea de un dios y un sinnúmero de conceptos relacionados que germinaron en sus conciencias y ahora que han adquirido cierta forma de pensar, una metodología analítica distinta, sin más se desprenden de dicha información considerándola estéril y por tanto sin sentido práctico o útil para su vida.
Vivir sin creencias de esta naturaleza equivale a vivir sin temor a fenómenos abstractos cuya explicación no coincide más de una vez en quienes tratan de hacerlo. El temor en cambio, se enfoca a lo que puede suceder con los equilibrios climáticos a causa de la actividad humana, entre muchos otros temas como el empobrecimiento económico de de millones de sujetos a causa del poder de las trasnacionales.
Digamos que las preocupaciones de mis alumnos ateos se cifran en peligros más concretos, tangibles e inmediatos, como la contaminación ambiental o la crueldad de las guerras.
En lugar de seguir una moral incongruente, que ve el sexo como pecado si no es practicado ex profeso para la reproducción, los jóvenes se exploran y disfrutan corporalmente, en un marco de convivencialidad abierta y saludable.
Coincido con ellos en cuanto a liberar el pensamiento de las ataduras impuestas culturalmente a través de milenios. Hace no mucho tiempo se zafaron estas ideas de mi cabeza. No tuvieron sustentabilidad cuando entendí la lógica de Bordieu y otros sociólogos que desentrañan la realidad.
El mundo es lo que la humanidad ha hecho de él con todo y religiones y dioses. La cultura es consecuencia de la humanidad, no de divinidades. Éstas son producto de la cultura. Las creamos y después nos volvimos sus esclavos y atemorizados sirvientes.
Al darse cuenta de esto, muchos lo comprendieron como método de control sobre otros, y lo han aplicado hasta nuestros días. El poder del miedo es enorme y el miedo a dios es más grande aún. De ahí que el afán de poder contemple y utilice el miedo.
Es interesante ver crecer el número de alumnos que siguen otras pistas en su desarrollo. Reflexivos y maduros como para permitirse quitar paradigmas y cadenas intelectuales que todavía sujetan o influyen en la mayoría.
Algo nuevo ha de surgir con estos frutos. Qué bueno que así sea.
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