Esta noche del cuatro de noviembre de dos mil ocho, será significativa para varias generaciones de estadounidenses y también para muchos otros de diferentes nacionalidades que en variadísimas formas mantienen vínculos con este país imperio que marcó, como ningún otro, la historia contemporánea.
Ha sucedido algo insólito e inédito en Estados Unidos de Norteamérica. El pueblo volteó la página que dejó atrás, para siempre, el tabú racial que tanto ha pesado en la conciencia y el corazón de millones de almas.
Washington, Franklin, Lincoln, Polk, Taft, los Rossevelt, Jhonson, Kénnedy, Nixon, Cárter, Reagan, entre tantos otros jefes del gran tótem norteamericano, voltean seguramente admirados de lo que logró este hombre instalado en el ánimo de millones de ciudadanos que literalmente se le entregaron, convencidos de que su presencia en la Casa Blanca ayude a cambiar las cosas.
Exactamente hace cuarenta años, un luchador semejante cayó asesinado por defender los derechos humanos en su país: Martin Lúter King. Ni siquiera ha transcurrido media centuria de que los negros eran considerados por los blancos como ciudadanos de clase inferior, por lo que constantemente recibían humillaciones y todo tipo de acoso o maltrato físico y psicológico: el tristemente célebre apparteid.
Qué decir “eran”, si hoy en día en EU el color de la piel es uno de los elementos presentes en la cotidianidad cultural y esquemas mentales que marcan el modo de vida de los ciudadanos. Es una asignatura que tiene aún mucho trayecto por delante.
La humildad de Barak Obama, revestida de un aura de decencia y experimentada lucidez, todavía siendo bastante joven, enfrentaron a la arrogancia y frialdad de los naipes de Bush, finalmente pulverizados por multitudes que en estos momentos festejan con tan singular entusiasmo, que de hecho marcó un hito; no existe un antecedente semejante. Alrededor de ciento cuarenta millones de votantes participaron en una elección que ya se inscribió entre los hechos que definirán el siglo presente. La mayoría de ellos rebosan de alegría. Ganó la posibilidad de allegarse algo que anhelan con vehemencia y esperanza.
Desde los primeros instantes del triunfo, el nacionalismo comenzó a hacer ebullición en las masas que frenéticamente manifiestan su júbilo. Qué interesante sería saber qué pensamientos acuden a tantas conciencias reunidas en una celebración con muy pocos precedentes en la vida de ese país. Como si hubiese sido declarada una vez más el Acta de la Independencia.
La llegada de Obama al máximo escaño del gobierno, cimbra de significado toda la historia que ha transcurrido como nación independiente. Tiene que ver con el atroz esclavismo sufrido por tantos durante varias centurias. También nos proyecta al relieve de otras cotas, como las enormes deudas morales que tiene Estados Unidos con la humanidad.
La maquinaria sangrienta en la que fundamentaron siempre buena parte de su progreso, es un saldo en contra que ni siquiera otros presidentes negros, japoneses, coreanos, vietnamitas, irakíes, alemanes o mexicanos, pudieran resarcir.
Han asesinado tanto por sus fines, provocaron tanta desolación, que difícilmente se les verá como nación verdaderamente hermana. De ahí que la gente, el ciudadano común norteamericano que piensa que no tiene nada que ver con la guerra, busque sacudirse el estigma que le fue impuesto por las circunstancias. Es demasiada carga injusta para un pueblo que ha conquistado tantos bienes para sí mismo y para la humanidad. No ven más razones por las cuales llevar a cuestas el costo de aquello que no fue en su beneficio. Los que organizan el negocio, como siempre, se llevan las ganancias y comparten las culpas o daños materiales o espirituales que se pagan en precio: por aquello del bienestar social, la seguridad y demás quimeras que se borran del cielo rayado y estrellado con rapidez preocupante.
Por eso la gente se desborda al ver abrirse la compuerta que guardó por tanto tiempo la doble moral característica, usada para convencer de que el poderío militar es el único camino posible para alcanzar los ideales.
La verdad es que la gente, hastiada del horror que producen los poderosos, prefiere la opción de elegir a quien jamás se hubiera pensado llegara a gobernar. Uno diferente a lo que ha sido siempre la línea ideológica que es para el anglosajón algo así como su seguro de vida. Los blancos con los blancos y los negros con los negros y siempre los blancos decidiendo lo más importante y por ende quedándose con la mejor parte del libreto.
Las trasnacionales seguirán siendo como corsarios modernos que arrasan naciones completas y los bancos continuarán sus esquilmos. Las visas y permisos para trabajar o ingresar al país, continuarán como lo que son hoy: un objeto de alto valor sólo accesible a pocos.
Miles de años de sistema acumulativo, especulativo, eminentemente materialista, no van a sufrir ni una raspadura por el triunfo de Obama. Sin embargo, los acontecimientos previos a la elección ya pusieron a pensar a muchos en la posibilidad de darle vuelta a la ruleta para apostar a otras cosas: nuevos sistemas políticos y sociales híbridos con mayor apertura y participación. Distintas hélices para que impulsen las naves.
El cambio. Se habla tanto de ello lo cual es síntoma de la inconformidad de la gente hacia sus niveles o estilo de vida. Se ha descobijado un sistema de merengue donde todo puede derretirse o volarse como confeti, según lo que experimentan tantos que lo padecen. Eso sí, suficientemente engrasado con golosinas de toda índole que se pueden alcanzar como peras en el árbol. Así han esperado tanto. Su vida es un interminable talk show.
La máxima ganancia de la jornada es precisamente la respuesta ciudadana. La explosión humana rebasó cualquier expectativa y esto nos habla de cuestiones más profundas que el deseo de ver a un gobernante rojo o azul en la Casa Blanca.
La conciencia apunta en una dirección mucho más transparente y vertical que los intereses del mundo financiero. Se encendió una flama entre millones de almas para que la humanidad sea algo distinto porque no resulta benéfico lo actual.
Auguro un contagio universal en el orden solidario e integral, incluyente y hasta fraterno, que está en la mayoría de los seres humanos. Que sea este el orto de la era colosal que abrace a todos los pueblos como uno sólo sobre la tierra.
Las grandes transformaciones de las sociedades que ha formado la especie a través de su existencia, comenzaron un día o una noche, hoy seguramente nos tocó atestiguar uno de esos inicios, es una noche para la historia.
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