La grabación conservada en una de las cajas negras del avión siniestrado en la ciudad de México confirma lo que escribí en este blog informativo y transmití en el programa “A Ciencia Cierta” el sábado anterior. La causa del accidente aéreo fue precisamente la turbulencia producida al paso del enorme Boeing que precedió al Learjet cuya caída ocasionó la muerte a catorce personas.
El piloto que me concedió la entrevista por vía telefónica acertó en su opinión sobre lo que pudo provocar el accidente: La turbulencia de la estela que dejó el enorme aeroplano que pasó primero, en combinación con algo de impericia por parte de los pilotos que fueron sorprendidos por la sacudida.
Los segundos de enorme dramatismo quedaron grabados. Prácticamente quedó resuelto el caso.
La tesis del atentado se desvanece ante la evidencia. Encontré muy pocos artículos que dijeran algo cercano a la verdad. La mayoría se fueron por la especulación originada por el entendible estado de escándalo y crispación en que se encuentra la sociedad.
El periodismo, si queremos llamarlo así, ha de conservar la distancia necesaria para no respirar el aire viciado del rumor especulativo. Hasta mis colegas más experimentados se fueron con la sombra del narco. Es de entenderse su emoción, sin embargo, erraron y esto en la profesión equivale a fallarles a los lectores. Es darle más vuelo a la confusión. No es admisible en un periodista, pero ya se nos hizo costumbre creer a priori lo que sea y de ahí que los informantes no se demanden a sí mismos más esfuerzo profesional. Le hacen más caso a la intuición que a las fuentes primarias.
La opinión de los expertos tiene mayor peso que las suposiciones de los que se interesaron en el caso, porque estaban por ahí de casualidad o cumpliendo alguna tarea. Tiene más sentido averiguar que piensa del accidente el que está expuesto a ello diariamente, que buscar en el clamor popular alguna clave.
El colmo fue un periodista que vio “diesel derramado”, como si el avión llevara motores de tractor o barco. Lo mismo ocurrió con un piloto bastante joven que no sabía de la existencia de la caja negra de voz y según él “algo derribó al avión”. No faltaron historias de luchas en la cabina, suicidio y aparatos sofisticados para manipular los controles a la distancia.
En estados de catarsis como el que se vivió tras el accidente, la imaginación es capaz de fabricar las historias más estrambóticas con la seguridad de que muchos lo creerán literalmente a ciegas. Todo se vuelve un ir y venir de mensajes que van de totalmente absurdo a lo medianamente cierto. Preferimos verdades cómodas en lugar de correr el riesgo de encajarnos una espina por buscar lo cierto.
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