Buenas tardes, señor Guevara, me encuentro en la ciudad de Alta Gracia. Visité la casa donde muchos testimonios hablan de su infancia en este lugar y de su vida en general. La han convertido en un museo que visitan diariamente decenas de personas en plan de turistas. Algunos llegan por sus propios medios, en tanto que otros son llevados en autobuses especiales que hacen recorridos por los lugares de interés histórico que existen en esta también llamada “Ciudad del Tajamar”.
Yo fui de los que se acercaron a pie, me acompañó mi esposa, al igual que dos de mis hijos que son menores de edad y no tienen conocimiento de lo que le hizo a usted tan famoso en el mundo, sin embargo, estuvieron felices contemplando lo que exhiben ahí que fue de usted y de los suyos: las fotografías, varias cartas, una pipa, la bicicleta y la motocicleta que le sirvieron para emprender aventuras extraordinarias, así como algunos muebles u otros objetos de su casa paterna.
Salimos del lugar con una emoción bastante peculiar, en principio por el culto que se le rinde a su persona, inclusive con una instalación escultórica a la entrada y que mantiene una llama encendida en clara alusión al mensaje de su obra: Que nunca se apague la esperanza y el ánimo de los que buscan libertad y justicia.
Le vimos en las imágenes captadas en momentos que fueron clave en su agitada vida, tanto en aventuras que resultaron de sus increíbles viajes, como en el proceso revolucionario que le llevó al primer triunfo en Cuba. Sonreía la mayoría de las ocasiones en que alguna lente fotográfica le atrapó para siempre.
Ché, disculpe que me extienda tanto en esta introducción a la entrevista que vine a realizarle, lo hago, espero lo comprenda, porque consideré necesario ponerlo al tanto de lo que hay aquí, en este singular museo dedicado a su figura y persona, por si usted no lo sabe ya que se marchó hace tantos años, siendo todavía bastante joven, un niño.
¿Cómo se encuentra ahora? Quisiera saber qué piensa acerca de todo esto que le digo. ¿Cuál es su postura ante un mundo bastante diferente al que dejó hace todo ese tiempo?
= Mire, ché ¿Villa?
= Si, Villa es mi apellido.
= No he podido descansar nunca, no me han dejado, ni las obras que se quedaron inconclusas, que fueron bastantes, por cierto, ni tampoco la gente que no se detiene para destruir el destino ajeno. Aún destruyéndose así misma. Eso me ha quitado el reposo y el sueño, incesantemente. Escucháme una cosa, disculpáme que te tutee, ché, pero así me da más confianza hablar, sobre todo ante un periodista. Mirá, todos tenemos algo que cumplir, vivimos sólo para ese fin y hacemos tantas locuras para realizarlo. A veces hasta tenemos que matar, eso es lo que más duele, yo lo tuve que hacer y vaya que amé y amo la vida, la respeto, por encima de todas las ideas u objetos respetables.
= Y, dígame, ¿lo volvería a hacer?
= Lo haría mil veces, un millón de veces, porque hay que acabar con los malos, los que meten bombas en los hogares de los niños. Los salvajes que no han dejado de matar inocentes. A esos es necesario aplastarlos, destruirlos, porque continúan multiplicándose por todas partes. Hasta en tu país suceden esas cosas todos los días ¿No es cierto?
= Absolutamente cierto, señor Guevara. En mi patria sufren veinte millones de individuos por hambre. Mujeres, niños, ancianos. Millones sin esperanzas, con una existencia infame a causa de las ambiciones de unos cuantos.
=Bueno, pues vos ya me comprendés. Vamos por buen camino. Ahora sabés, por si quedaba alguna duda, por qué Ernesto Guevara no está en paz. No lo estará nunca mientras la injusticia sea la tónica de este planeta. Como decís, por unos cuantos que lo quieren todo para ellos, sin dejar que los otros vivan su propia existencia, con lo que es indispensable, sin molestar al prójimo, sin causar daño alguno a los demás. Tú sabes ché, hay demasiada gente que vive así, personas buenas, hasta que llega el otro y le dispara un tiro en la cabeza delante de su familia, de sus hijos, para dejarlo sin vida, a él y a los suyos. Son los indefensos de este mundo quienes mueren antes de tiempo. Que no les llegaba su hora todavía, pero se metió el demonio en su casa, para dejarles nada más que polvo en las manos, con las esperanzas destrozadas. Con la muerte más dolorosa y triste que pueda haber.
= ¿Qué se puede hacer ahora que las cosas se han puesto peores de cómo usted las vio y las dejó?
= Bueno, permite que te aclare una cosa; yo no he dejado lo que comencé hace mucho, mejor dicho, lo que otros comenzaron y yo solamente traté de continuar. Aquí sigo, luchando, no con el fusil que ya no puedo llevar más, sin embargo, lo hago con las armas que empuñan otros. Simplemente puse algunas ideas, unos cuantos ejemplos y mirá que dió buenos resultados pelear así, hacer combates estratégicos y eficaces. Vos me decís que se ha puesto más mala la película y yo no lo veo exactamente así. Es verdad que los malditos no acaban nunca de asesinar inocentes para robar lo poco que les queda, pero te diré algo: sus días están contados. No falta mucho para el exterminio completo de la plaga. Vamos a ver triunfar a la razón sobre la fuerza, ya existen señales inequívocas de ello y los imperios van a estar de rodillas, suplicando clemencia. Se les vendrá el mundo encima, literalmente, se acabarán entre ellos mismos. Te lo digo yo, el Ché. Por cierto en mi época más turbulenta no había nadie que me llamara de esa manera, es otra de las cosas que me ha dado tanta curiosidad. No me cae mal que se dirijan a mi de esa forma después, lo amigos, vos sabés cómo son esas costumbres, le ponen un nombre a uno, por el modo de hablar, qué se yo. Son cuestiones muy particulares de los argentinos. ¿En México no se acostumbran estos apodos?
= Allá muchos nos decimos compadres, aunque no lo seamos de verdad. También usamos otras expresiones como vale, valedor, compa. Todos en el buen sentido, de camaradas. Bueno, ¿En qué nos quedamos? Ha, sí, me decía usted…
=Llamáme de tú, si no me hacés sentir mal.
= Está bién Ché, quiero decir Ernesto…
=Dime Ché Ernesto o Ché Guevara, como se acostumbra en los libros que cuentan estas historias nuestras, de los que intentamos hacer las revoluciones en los pueblos, hermanos de sangre, que estamos en América. Estas tierras que fueran de quienes los europeos despistados llamaron “indios”, sin saber qué clase de gente era, ni qué tierra pisaban. Ni siquiera imaginaron un poco las consecuencias de su presencia. Arrasaron con razas completas, fulminaron culturas que tenían más de tres mil años, quizá mucho más. Mataron a la mayoría con sus enfermedades, espadas y mosquetes. Al menos en tu país llegaron a sobrevivir algunos, sin embargo, en Argentina y en esta parte del sur, el exterminio fue sumario. No quedó casi nadie en millones de kilómetros cuadrados. Esa ha sido una de las atrocidades más cruentas de la historia de toda la humanidad. De ahí que los descendientes de esos asesinos se ensañaran, hasta la fecha, con los débiles. Por eso los combatimos más allá de la muerte, desde el infinito volvemos cada vez que es necesario, porque no es justo que sigan vivos siendo así.
= Ché, me enorgullece y sorprende tu valor, aún después de haber pasado por lo que pasaste. Díme ¿Cuándo y de qué manera hemos de seguir, para que no quede en pie ninguna columna de esta especie de bárbaros, las hordas salvajes que presumen técnicas y adelantos cuando se comportan como fieras hambrientas? Hablan de progreso, democracia y quién sabe cuántas pavadas que ni siquiera entienden y mira, qué destructivos e infames son todavía. ¿Dices tú que ya no falta mucho para su derrota final?
= Te lo aseguro que están viviendo las páginas finales de su historia de crueldad. Crearon sus propias calamidades y de eso morirán.
= El pensamiento del Ché está más vivo que nunca, me han convencido tus palabras. No sabes cuánto agradezco que te hayas tomado la molestia de atender mi llamada para concretar esta entrevista. Me dejas con muchas esperanzas, un optimismo claro, sin duda inspirado en tu buen humor y talento. Espero tener oportunidad de volver a platicar contigo, siempre y cuando no interrumpa tanto quehacer que tienes todavía.
= Volvé a llamarme cuando querás. Estuve muy bien platicando contigo, me recordás tantas cosas. Nadie me había puesto al día en cuanto a mi antiguo hogar y en verdad que te lo agradezco profundamente. Ahora me voy a cebar un mate y encender un puro, nada más por el gusto de haber tenido esta charla. Hasta luego, nos vemos pronto, espero, para cantar y celebrar la victoria.
=Gracias, Ché
=Gracias a vos, compañero.
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