¡Cállate pendejo! Alguien gritó desde las filas de policías que acompañaban la ceremonia fúnebre de los últimos tres compañeros asesinados. La voz tenía destinatario: el desacreditado Emilio González.
Justamente cuando dirigía una perorata muy en su estilo de decir quién sabe qué cosas a base de un rebuscamiento verbal casi ininteligible, pero suponible según el esfuerzo de interpretación de los que tienen que escucharlo, se oyó esa orden indignada.
Horas antes el gobernante jalisciense había tratado de dar a entender que la sangre de los policías es una especie de abono que se derrama para que literalmente florezca la paz. A nadie le cayó en gracia el dislate. Habla de cuotas muy altas que han de pagar quienes enfrentan en crítica desventaja a los peores delincuentes. Gente que topa con una malignidad que supera cualquier escenario de crueldad y sadismo que hubiéramos imaginado.
Un policía se atrevió a decirle de viva voz y en público –aunque guardando el anonimato- lo que debieran hacer él y otros individuos emanados de la derecha persignada que de alguna forma se hicieron gobierno: callarse y mejor dedicarse a lo que más bien es lo suyo: el proselitismo católico y la multiplicación del dinero para sus bolsillos. Pero eso sí, que por favor lo hagan al margen del erario y dentro de la ley. ¿Lo aceptará el Yunque?
Si este gobernante tan mentado por los periodistas, no quiso escuchar a los entendidos en argucias de la política, si es que ha tenido alguno cercano, cuando quizá le recomendaban atemperar sus rollos de muchacho fresón, atildado, que no sabe ni lo que dice, ahora con mayor razón está obligado a cerrar el pico.
Sus expresiones, por lo regular ocurrencias propias de un mal cómic, hacen del idioma un papalote y del respeto a la moral de los demás, algo desechable: ¡me vale madre! “Es más, -perdón cardenal-… ¡Chinguen a su madre!”. “Les voy a dar unas chelas (además del condón) para que se vayan al hotel”. Todas estas joyas del gobernador ejemplifican la vulgaridad hecha régimen que comenzó desde los periodos de Alberto Cárdenas y Vicente Fox. Tipos empeñados en lucir su educación cerril que en lugar de avergonzarles la exhiben para según ellos encantar a muchedumbres ávidas de espectáculo y shows de lo que sea.
También se han visto como émulos de los fanáticos protagonistas de la guerra cristera, al rodearse de curas e inclinarse a besar anillos, entre otras prácticas rituales, asegurándose previamente de la presencia de los medios de comunicación, para que difundan imágenes de unos gobernantes supuestamente devotos hasta el sacrificio. Escenografía, histrionismo y demagogia, al por mayor. "Aiga sido como aiga sido".
Con razón les gritan e increpan, si ni siquiera el lenguaje es algo que puedan utilizar sin malas consecuencias. Mejor que se callen.
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