martes, 23 de septiembre de 2008

Crimen e inseguiridad en México

I

La masacre de inocentes la noche del grito en Morelia, tiene visos de haber sido perpetrada por un grupo radical que pretende poner en aprietos a sus enemigos.

Preguntémonos entonces a quién le interesa obtener los beneficios de semejante acción y tendremos quizá más posibilidad de identificar a los responsables.

Los asesinos asestaron el golpe donde más laceran a la sociedad.
Cometieron semejante infamia cebándose en gente inocente que se divertía; eso es lo único que tenemos en firme. Sin embargo, aparecen más versiones y pruebas de algo escondido en los entretelones del horrendo episodio.

Elegir las víctimas al azar es propio de terroristas como la ETA, ERI, Al Quaeda y otros grupos extremistas violentos.

El ataque terrorista del quince de septiembre busca agraviar a la sociedad. ¿Con qué fin?

A continuación, algunas hipótesis:

a) Para que ésta reclame con mayor énfasis que se le de seguridad

b) Para que nadie se sienta a salvo y aprobemos que nos cuiden, sin objetar en las medidas que se tomen para ello

c) Una banda de las muchas que operan en Michoacán y en el resto del país, pretende cargar muertos a otra para que el gobierno cobre venganza y acabe con sus enemigos. (Esta hipótesis es la que menos se sustenta, dado el modus operandi de estos grupos, que no encaja con lo que se vivió en la capital michoacana)

No es una casualidad la pretensión que simultáneamente a lo ocurrido tiene Calderón de elevar el presupuesto para militarizar aún más al país. Días antes, había declarado una “guerra en serio” contra la delincuencia organizada. Ante todo esto, surge la pregunta de si alguien le quiso hacer el favor de llevar las cosas a tal extremo que, “cualquier sacrificio por la patria vale la pena”, (hasta se pidió perdón por ello, de acuerdo a lo que informan testigos que dieron datos sobre el “hombre de negro, medio calvo, con bigote ralo”, que soltó una de las granadas) con tal de liquidar a la oposición.

La tragedia que se montó en la ciudad de Morelia deja varias interrogantes, algunas de ellas esenciales para las investigaciones posteriores, si es que las hay. Los testigos hablan de la presencia del ejército a sólo diez minutos de las explosiones. Los soldados aparecieron de pronto en las bocacalles y cerraban las salidas. Ordenaban a la gente que se replegara a las paredes.

Esto significa que el ejército se encontraba en el lugar y dejó escapar a los agresores; circunstancia bastante extraña por donde se observe.

Otra rareza fue que las granadas explotaron en sitios cercanos a la entrada de dos iglesias distantes entre sí. ¿Se trata de un mensaje o de escoger a las víctimas?

Los empresarios han hecho mutis y el presidente titubeó para visitar a los deudos. Cosas separadas que al juntarse señalan para otro lado lejos del duelo que se vive en Morelia.

Por el crimen del hijo del empresario Martí, fueron organizadas marchas con gente vestida de blanco, además, los medios de comunicación alineados hicieron una enorme alaraca para blanquear todo, en cambio ahora permanecen callados. ¿Por qué?

El crimen y la inseguridad que dominan el ambiente mexicano, no se pueden reducir a ajustes de cuentas entre grupos de narcotraficantes o bandas delincuenciales.

Estamos ante una realidad compuesta por múltiples elementos que conforman una lista que comienza con el histórico atraso sociocultural y económico del pueblo, que se ha hecho propenso al delito y continúa con la mención de causas como la corrupción de las instituciones encargadas de la procuración e impartición de justicia.

Se añade a este conglomerado de razones que propician la descomposición del sistema y las consecuentes manifestaciones violentas, la cercanía fronteriza con EU, país que nos ha complicado la existencia desde que ambas naciones comenzaron a formarse.

Apropiados de nuestra economía, vía endeudamientos y acuerdos comerciales, no tan sólo rigen nuestra balanza comercial, sino que han practicado en detrimento de nuestros productores, políticas proteccionistas de sus mercados y hasta embargos, como aquel que sufrieron los empacadores de atún o los ahuacateros michoacanos, con lo que dejan en la quiebra a miles de familias.

Por si fuera poco el intervencionismo militar, comercial, político y hasta religioso, que han operado los estadounidenses hacia nuestro país durante siglos, ahora tenemos el problema mayúsculo de su elevada demanda de drogas y petróleo, en una época donde se juntan varias circunstancias desfavorables para los pueblos más débiles, como el nuestro.

El asunto de las drogas conlleva el problema enorme del trasiego de las mismas, es decir, el narcotráfico. Múltiples operaciones que suman billones de dólares, se realizan para este fin constantemente a lo largo y ancho de los territorios de los países involucrados en esta región del mundo, donde se incluye además Centroamérica y por supuesto Colombia.

Los capitales generados por esta actividad entran en las economías respectivas en forma de “inversiones para el desarrollo”.

Como parte del fenómeno capitalista de lavado de dinero, las operaciones del narcotráfico financian campañas políticas, bancos y hasta movimientos sociales represivos; esos que son capaces de acribillar inocentes con tal de proteger la marcha de los negocios.



II El crimen y la historia mexicana

La historia de México de por si es criminal, en tanto que la cubren hechos de sangre que se repiten en el tiempo. Los siglos XIX y XX registran guerras fraticidas, como las que libraron conservadores y liberales poco después de consumada la independencia.

Hace casi cien años, estalló la revolución en forma de choques de facciones que se disputaban el control militar y político del país. Nada que ver en realidad con una verdadera emancipación de las mayorías explotadas o simplemente marginadas.

Una década de luchas que cobraron alrededor de un millón de vidas, paralizaron la producción y los transportes, se vivió en medio de fusilamientos, al igual que cargas de caballería y metralla, principalmente en el norte, centro y sur, del territorio nacional.

Lo mismo árboles que postes del telégrafo, servían para colgar a las víctimas caídas en manos de los verdugos de los diferentes bandos que componían los ejércitos enfrentados, sin saber a ciencia cierta por qué, más allá de la razón de imponerse la voluntad de los cabecillas que eran auténticos caciques de sus respectivas regiones.

No se acababa de definir del todo un clima que permitiera continuar el progreso sin que lo interrumpieran los conflictos, cuando el general triunfador de la revolución Álvaro Obregón, fue asesinado por León Toral, un fanático ligado al clero, que pretendió según él salvar al país de la conducción de herejes, como éste sonorense y su compadre Plutarco Elías Calles, a quien le estalló la llamada Guerra Cristera, durante su mandato presidencial.

La guerra religiosa conocida como Cristiada, arrastró miles de campesinos; peones y hacendados, que combatieron al gobierno por considerarlo enemigo de la iglesia y por tanto de la fe cristiana. Pocas páginas son tan brutales como los días de los enfrentamientos donde se aniquilaban batallones completos, cuyos soldados eran ahorcados o fusilados entre múltiples vejaciones que practicaban en sus personas las turbas azuzadas por curas y párrocos.

En respuesta, el gobierno enviaba tropas que daban escarmientos no menos cruentos a cuanto individuo sospechoso hallaban en los pueblos o en las soledades de los caminos y montes. No se diga cuando encontraban partidas de cristeros que podían cazar como huilotas para darles soga o almuerzo de balas. ¡Viva Cristo Rey! Era el grito de batalla de estas partidas de gente que conformaban aquellas filas, donde no faltaban adinerados e individuos con sotana. Todos llevaban escapularios, medallas y todo tipo de insignias alusivas a la religión. Inclusive las colocaban en los sombreros o sobre las monturas.

De esta guerra absurda y excesivamente sanguinaria, se recuerdan líderes como Anacleto Morones, convertido recientemente en mártir por el clero. También figura el obispo Francisco Orozco Jiménez, estratega e instigador de la lucha que manchó de sangre inútilmente la historia de los estados donde se escenificaron las masacres.

La entrada de México en la Segunda Guerra Mundial, con aquel escuadrón de aviación 201, marca el abandono del discurso revolucionario por parte del Estado, para dejarlo relegado a ceremonias cívicas. El socialismo de Cárdenas es dejado por los presidentes sucesivos quienes se manejaron obedeciendo simultáneamente a las logias masónicas y a la CIA, que representaba la voluntad e intereses de los de la Casa Blanca.

El petróleo mexicano juega desde entonces un papel primordial en las relaciones entre ambos países. A EU le preocupa que México llegue a negociar con otros el crudo que tiene contemplado para sí, como reserva y abastecimiento para mover su flota.

Los presidentes se vuelven o son de antemano pro-estadounidenses, con la única excepción quizá de Adolfo López Mateos, quien no mostró gran simpatía por ellos. No obstante tuvo que ser el anfitrión del matrimonio Kennedy.

El sometimiento a Washington figura como factor de la llamada guerra sucia del sexenio de Luis Echeverría y el antecedente del sesenta y ocho. Se trata de mantener a México lo más lejos posible de la revolución cubana, al igual que de cualquier síntoma de golpe de timón hacia la izquierda.

La matanza de civiles desarmados que hizo el ejército mexicano la noche del dos de octubre del 68, quedó como un cuadro colocado en el altar que hace la memoria del pueblo a los suyos que mueren como héroes.

Echeverría aplicó la misma receta de asesinar con la represión del jueves de Corpus de 1971.

Nos ha quedado para siempre plasmada la imagen de soldados que están para reprimir y asesinar, por órdenes contrarias a lo que es la razón de ser del ejército: proteger al pueblo, en lugar de reprimirlo y arrebatarle la vida.

A esas víctimas les llaman agitadores o enemigos sociales, cuando sabemos que se trata de individuos que prefirieron morir antes de callar o vender su ideología, que no es sino vivir la justicia hecha realidad para todos por igual.

Se castraron en nuestro país las esperanzas de vivir sin la tutela de los gringos, gracias sobre todo a la americanización de los connacionales, a su veleidad y ambición de poder. Vende patrias les llama la historia. No fueron pocos, ni han sido los últimos quienes sepultaron al PRI; tienen sucesores más pérfidos aún.

La frialdad que cerró ese capítulo con el asesinato de Donaldo Colosio es emblemática; distingue a una clase en el poder que es capaz de abrirse a tratos con toda clase de agencias, incluidas las que viven del crimen y el terror, con tal de ver fluir la riqueza. Entramos así de lleno entonces en la etapa Colombianizada que ya adquirió sello de la casa.

La irrupción del PAN como grupo en el poder que llegó para hacer negocios, que no régimen que vela por la democracia y la justicia social, se combina con la era tecnológica de las armas sofisticadas, los equipos de espionaje ultramodernos, los automóviles blindados, telecomunicación con claves especiales, ordenadores, videocámaras satelitales, posicionadores GPS, cultivos hidropónicos, biología molecular y transgénica, entre un sinfín de artículos y dispositivos desarrollados para distintos usos de la vida moderna, pero que se aplican para que el crimen organizado trabaje mejor.

El crimen organizado es global como la economía, pero a la vez es neoliberal en tanto que se mimetiza con el sistema económico que rige por cuenta de las trasnacionales y sus socios.

A los capitalistas no les importa realmente el origen del dinero con tal de que fluya sin altibajos que espanten la clientela y sus fortunas.

Abundan las lavanderías gigantescas ante las cuales los casinos e hipódromos son cosa del pasado. Se trata de grandes desarrollos turísticos e inmobiliarios, empresas privatizadas que fueron del Estado, aerolíneas y empresas de seguridad, transporte y hasta medios de comunicación. El mundo financiero es el purgatorio y finalmente el paraíso del delito.

Lo que vemos ocurrir en México se explica de varias formas: Por una parte las bandas sacan provecho de un Estado débil y corrupto, al que le hacen la guerra lo mismo con el fin de debilitarlo causándole bajas para acrecentar el imperio delictivo, que también con la idea de desmotivarlo a perseguirles y puedan trabajar en paz.

En respuesta, el gobierno se organiza desde la lógica militar y emprende una campaña que con el tiempo la vuelven guerra contra estos grupos armados que son hostiles porque defienden su negocio. Logra así, desde su perspectiva, legitimar su cuestionado origen y presencia, a la vez que al permitir que se deshagan entre si las bandas criminales, se resten delincuentes que le cuesten al Estado su aprehensión y confinamiento en cárceles.

Por todo esto, vemos como algo imposible salir de esta espiral de violencia, que en mucho se relaciona con el sistema económico elegido por los gobernantes abrazados al neoliberalismo desde hace unos treinta años, aproximadamente.

Si no cambia la política y el sistema económico, no cambiará el destino del país que cada día se ve más sombrío. Nos ahogamos en un caos de injusticia, desigualdad, delincuencia y miseria. Los más pobres se aferran a lo que pueden pero ya no resisten más. La gente prácticamente no come, como lo requiere un ser humano. ¿Y todavía tienen el cinismo de pedir unidad? Es de retraso mental esta ocurrencia, como lo fue responsabilizar a toda la sociedad de los secuestros y asesinatos que se cometen a diario. Son disfuncionales o de plano tarados quienes dirigen el país. A los hechos me remito, están a la vista sus desatinos y falta de ética. ¿Y, qué creen? Ya pusieron la mira y echaron a andar la maquinaria para quedarse en el poder. No traen otra cosa en la cabeza que diseñar y organizar otro fraude en el 2009. Pobre México con este PAN con pócima.

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