La parte álgida del incendio universitario, que dejó al que lo prendió más chamuscado que un judas después de Semana Santa, ha transcurrido sin mayor novedad que los exagerados calificativos que algunos editorialistas experimentados y otros advenedizos que apenas balbucean dos o tres ideas que canjean por chayos, han vertido en distintos medios.
De los primeros, cito a Diego Petersen, quien utilizó también el calificativo de “golpe de Estado”, a lo acontecido en el Paraninfo universitario durante el curso de las horas del viernes último del mes de agosto. “Los golpistas” les llama la prensa amarillista.
Nada que ver en realidad con un verdadero golpe de Estado, La universidad ni es Estado, ni lo que vimos fue propiamente un golpe. Al rector destituido, sea cual haya sido el desenlace de la reunión que él mismo convocó, se le hubiera hecho imposible manejar una situación totalmente adversa, reflejada en el ánimo de casi la totalidad de los integrantes del Consejo General Universitario. Aquí se confunden los analistas que ven influjos de Padilla moviendo voluntades, cuando las aspas que hicieron girar el engranaje que provocó la caída de Briseño se activaron desde su propio estado mayor, (para utilizar términos ajenos a la jerga propiamente universitaria).
Lo que caló y finalmente desencadenó la animadversión de un grupo de universitarios representativo, constituido como el órgano superior de gobierno de la institución, fueron varios factores provenientes del propio funcionario caído y su grupo. En primer lugar su afán de ir por más en la piñata de la política. También hubo enfrentamientos constantes con directivos al imponer en sus decisiones el antipadillismo que le llevó a donde está. Se acorraló en sus propios desplantes, ocurrencias y discursos, de los que después se desdecía. Patético.
Al parecer, nadie estaba informado de que precisamente quien lo sostenía, a pesar de tanta información que le llevaban en contra de su pupilo, amigo, compadre, sucesor, etcétera, era quien se convirtió finalmente en el blanco principal de sus ataques. Raúl Padilla se negaba a aceptar lo que le comunicaban. El de la Ciénega había sido su apuesta, por tanto, hizo todo lo posible por mantenerlo en el cargo, pese a que su estilo personal chocaba con todos los demás del equipo. Lo defendió hasta donde pudo o mejor dicho, hasta donde se dejó defender antes de volverse converso.
El momento clave fue cuando el licenciado los dejó hacer su voluntad, ya no metió las manos por él e inclusive se le hizo invisible, como suele hacerlo cuando lo indica la estrategia. Le jugó al teléfono descompuesto. No más interlocución. El jefe del clan se lavó las manos y se dedicó a sus asuntos, hasta que los alaridos mediáticos lo regresaron al redondel; la faena comenzaba en la medida en que el burel enloquecía.
Lo demás fue dejarlo hacer y decir. Tanto que les dio miedo a propios y extraños, entre los cuales hubo excelentes prospectos para convertirse en aliados.
La agresividad fue mucho más atropellada que objetiva. La verborrea generó efecto contrario, es decir; desconfianza. Al que se le oye maldecir y pelear o se le teme o se le cobra distancia y eso sucedió. Ya se desmarcó la mayoría; pintaron su raya para no verse en la foto con Briseño. El gobierno del Estado encabezó la lista.
Algunos no tuvieron tiempo o de plano están muy comprometidos, no se hicieron a un lado. Ya los captó la imagen instantánea que guarda para siempre lo que se vio.
Es tan cimarrona la política que el más encumbrado puede amanecer un día como apestado. Cada quien se labra su sitio.
Crítica a “Crítica”.
Entre las desproporciones más simpáticas de la jornada mediática que se vivió en suelo tapatío y jalisciense, me llama la atención un encabezado que publica un semanario golpeador que dice así: “El día que calló el muro de Padilla”. Cual si fuese el muro de Berlín. ¡Zas! El incólume “muro” está más fuerte después de la gimnasia que tuvo que hacer. Según lo que resultó del sainete briseñista, éste se encuentra en forma, “le hicieron lo que el viento a Juárez”. A propósito, la expresión se originó en la ciudad de Campeche, donde se tiene un enorme monumento erigido a la memoria y honra del benemérito. Ahí soplan vientos huracanados que en ocasiones sacan el mar hasta las mismas calles de la ciudad, llevándose infinidad de objetos por los aires o provocando desbordamientos por las crecientes de los ríos. Al monumento no le ha pasado nada en medio siglo que lleva en su pedestal.
El director de dicha joya del periodismo local, según tengo entendido se trata de un restaurantero que le ha dado por escribir de política y cobrar, por supuesto, los espacios que le dedica el pasquín a los que no les queda otra más que pagar por que los alquilen, se fue más lejos: dice en un sesudo editorial que titula “Universidad secuestrada” que presenció un “proceso oscuro y un tanto violento”, donde “alrededor de 140 de 158 presentes tomaron una decisión histórica sin razonamiento alguno, enfrentados a sus más primitivas emociones tribales. Ese salvajismo duró sólo unos segundos”. ¡Sopas! Como analista es muy buen cocinero de mariscos este señor que seguramente no está enterado de la resolución del Tribunal Colegiado que revoca a Briseño Torres la suspensión provisional que el Juez Tercero de Distrito le otorgó el lunes pasado. El mismo Tribunal declara fundados los argumentos del nuevo rector y pide al Juzgado de Distrito retractarse.
No vaya a escribir este empresario articulista que la universidad está secuestrada por la ley. Ni modo, no más chayos de la coordinación de medios UdG, para este “medio informativo” que ha proliferado como hongo por tanta pastura que dan los políticos de la pradera.
Lo que sigue.
Algunos le van a seguir el juego a Briseño hasta donde se le acabe la chequera. Hasta la lujosa suburban negra que se llevó ya se la reclaman. Es patrimonio que debe regresar. Por cierto, si le sigue buscando puede ir a parar hasta Puente Grande. De ese tamaño es la derrota que se fabricó a pulso. Debería saber que también le han armado un buen expediente donde aparecen desde apoyos a campañas de políticos, hasta el uso de la nómina para cubrir gastos que no tienen nada que ver con “las funciones sustantivas de la universidad que son la difusión de la ciencia y la cultura, bla, bla, bla, etc.”.
No le quedan más que dos cosas: conseguir alojamiento y trasladarse con su familia a una ciudad remota, que le puede acoger en un autodestierro donde al menos encontraría la tranquilidad de la compañía de los suyos o bien, unirse a las filas de los resentidos de siempre. Quienes lamentablemente quieren “recuperar” la institución con saliva y aspavientos. Incapaces de generar un proyecto universitario siquiera en papel, mucho menos van a poder realizar lo que sea necesario para forjar un rumbo acorde a los tiempos. De esa madera no salen más que astillas.
La experiencia sirvió para que apareciera el verdadero rostro de muchos actores. Se mostraron en su tinta las motivaciones de algunos y nos dimos cuenta de que entre la fauna que acudió al llamado del escándalo, había varios lobos con piel de oveja.
La universidad, sus líderes, la asamblea de gobierno, retoman el rumbo y enfilan hacia el porvenir. Qué mejor que en manos de académicos la rectoría y vicerrectoría, para equilibrar las fuerzas que se disputan el timòn de la nave.
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