miércoles, 19 de mayo de 2010

Los antipopulares ¿nuevos dueños del mundo?

Nunca como ahora los que detentan el poder lo habían tenido de manera tan rotunda. La gente común que conforma y representa lo popular, los pobres, los aislados étnicamente, las clases medias, son más débiles que en tiempos pretéritos. Ya no les pertenece casi nada, ni siquiera la política porque están cada vez más fragmentados, constantemente acechados por el “exterior constitutivo”.

La unidad del nosotros es permitida por el exterior constitutivo, es decir, un determinado exterior que no lo es en el sentido estricto del término, porque de alguna manera es parte de la identidad que ayuda a conformarla pero al mismo tiempo le impone un límite. Amenaza y confirma, contribuye a configurarla a esa identidad pero simultáneamente la acecha. Gabriel Carrizo (2009)

Las elites que controlan los flujos materiales y económicos, han puesto en jaque a los demás. Los nuevos administradores han sumado entre sus activos la propiedad industrial, entre otras áreas de productividad que fueran de los estados que las administraban y que, pese a las incertidumbres o deficiencias, éstas operaban, generaban rendimiento que se traducía en utilidad común. Con todos los inconvenientes que siempre mostraron, constituían una base social que en distintas formas era fructífera, mucho mejor, desde la perspectiva del pueblo, entendido como la parte excluida de la planificación institucional.

Una frontera de exclusión divide a la sociedad en dos campos. El “pueblo” en ese caso, es algo menos que la totalidad de los miembros de la comunidad: es un componente parcial que aspira, sin embargo, a ser concebido como la única totalidad legítima. (...) El pueblo puede ser concebido como populus -el cuerpo de todos los ciudadanos o como plebs -los menos privilegiados-. (...) A fin de concebir al “pueblo” del populismo necesitamos algo más: necesitamos una plebs que reclame ser el único populus legítimo – es decir, una parcialidad que quiera funcionar como la totalidad de la comunidad- (Laclau, 2005 a: 108)

Haber conservado lo que se privatizó en el estatus de bienes nacionales, sin duda fuera un resultado más positivo en términos de democracia, que lo ofrecido por las privatizaciones, desmontajes o demoliciones: el aceleramiento de la desigualdad en aras de abrir el campo de los negocios a grupos e individuos constituidos como beneficiarios directos y desproporcionados del proceso. Baste mencionar como ejemplo una de ellas: los ferrocarriles, ahora desaparecidos como medio de transporte colectivo y en algunas regiones incluso como sistema de carga.
Los neo administradores son dueños de ejércitos, de grandes extensiones de tierra, minas, medios de comunicación, hospitales, universidades y todo lo que humanamente es necesario para continuar existiendo. Lo único que dejan y no siempre, según la conveniencia en términos económicos, son algunas bibliotecas, los museos, las plazas con sus monumentos, parques y lugares de recreación, que son cada vez más acotados.
Se trata de un cambio cultural ejercido a base de mostrar y aplicar el músculo. Toda la fuerza de los particulares, los propietarios y dueños, según su manera de entender y defender las propiedades, ha entrado en juego para dar en este escenario de inicio del siglo XXI, el gran golpe a lo que era o se creía como beneficio común. ¿Qué significa ahora este concepto, más allá de la posesión de unos cuantos bienes y libertades relativas? ¿Qué es ahora lo comunitario? ¿Acaso solamente los endeudamientos que ponen a cuestas sobre los comunes los gobiernos que los llevan a cabo? Maristella Svampa ha nombrado a este escenario como “gran asimetría de fuerzas”, proceso visible “por un lado, en la fragmentación y la pérdida de poder de los sectores populares y amplias franjas de las clases medias y, por otro lado, en la concentración política y económica en las elites de poder internacionalizado” (Svampa, 2006: 142).
Será un proceso largo y doloroso para las poblaciones desposeídas y fragmentadas la recuperación de lo perdido, máxime si en sus propias filas abundan líderes del momento que los dividen aún más.
Tantas veces acusada la izquierda de estar fragmentada, no atina a engrosar un cauce común que haga frente a los que aceleradamente se adueñan del espacio y de la materia, en desmedro de lo que es indispensable a otros, como el agua o los campos para producir alimentos. Algunos opinan que esto se debe a la tendencia en la que cada grupo o movimiento civil atiende solamente a sus límites o cotos de poder, sus bordes periféricos que encierran su propio interés. Falta una visión de coincidencia y aglutinamiento como factor de cohesión e impacto.
Las diferencias entre los qué más ganan dinero y los que menos acceso tienen a éste, pueden llegar a proporciones entre cien y uno, como sucede en México, inclusive mucho más.
Es claro también que el sistema o modelo económico colapsa en sus redes o circuitos, no opera más el orden especulativo de la acumulación, del mercadeo. O se vuelve a lo social, se regenera lo distributivo, comenzando por los monopolios, o ya no habrá más formas de estabilidad.
Durante milenios, prácticamente toda la historia, el desarrollo tuvo que pasar por el Estado bélico, la guerra como agente acelerador del cambio. No hay nación desarrollada o próspera que no haya sido beneficiaria de la economía de guerra de forma directa o indirecta. De ahí que nunca se suspendiera la guerra y todo lo que se hace para la guerra. Sin embargo, hemos llegado a una etapa donde ya no es tan factible hacerla entre naciones, quizá por esta razón se ha optado por modalidades internas de luchas dentro de los límites de un Estado. Un ataque de un país a otro corre el peligro de encontrar gran resistencia e involucramiento que pudiera revertirse en contra del atacante. Hay ahora mucho más equilibrio de fuerzas y mayor resistencia social a la guerra. En esto los medios juegan un papel definitorio porque llevan a las conciencias los acontecimientos genocidas y demás atrocidades propias de la violencia militar. Esto sin duda frena el curso de las agresiones aunque no del todo. Por tanto, la guerra se ha vuelto algo más difícil dado que el peligro, la amenaza que conlleva puede volverse en contra de quienes la organizarían.
Suena paradójico que parar la guerra equivalga a paralizar también la economía, sin embargo así es. El abastecimiento originado por las vorágines o torbellinos bélicos acelera la acción productiva, canaliza materias primas, activa finanzas, permite alimentar las balanzas de oferta y demanda, donde descansa la ganancia de unos al tiempo en que se despoja a otros. ¿Es este el orden natural que debiera seguir? Tal vez, aunque si se quisiera continuar en esta lógica, ya no corresponde a la realidad de nuestra edad.
Por supuesto que los poderosos se negarán por siglos a cambiar cediendo a otros parte de su fuerza. La lucha de contrarios reales o imaginarios es sustancial al género y a cualquier género de vida. Ya lo apuntaban así los filósofos y pensadores más antiguos, desde Aristoteles y Platón, hasta Kant, Bodino, Maquiavelo, Montesquieu, Marx, Tocqueville, entre muchos otros politólogos y observadores de la realidad humana.
Pero también es cierto que la supervivencia depende de un nuevo acuerdo que puede ser contrario o en buena medida distinto, a este tipo de evolución o aparente evolución de lo social. Se tendría que revalorar la mayor parte del todo constitutivo que conforma lo material y social. Dar un viraje rotundo y profundo, desde la implantación de otra ética, que haga posible el cambio sustancial de esta inercia tanto tiempo acumulada, así como todo aquello que lo sustenta. Se tendría que pensar distinto, concebirse la especie desde otros ángulos, con otros referentes que revaliden lo invalidado y recuperen así un diferente sentido, en tanto se logre disminuir lo atribuido a aquello por lo que se ha sostenido el luchar. La conciencia y la inteligencia han demostrado que juntas pueden deconstruir otra realidad y mostrarla como pausible ante el mundo. Es posible objetivar otro orden que subvierta el actual que es cada día mayormente destructivo, exponencialmente letal para la especie y otras que han padecido nuestra conducta.
Quizá nunca el género humano haya experimentado algo tan promisorio, dado que es como una utopía, pero siempre lo ha buscado. El relato de la historia nos habla de que así ha sido por siempre y por esta suerte, que no ha sido sencillo crear, se han logrado equilibrios que en muchas ocasiones llevaron a la paz. Gracias a ello hemos avanzado en la lógica de la ética, se ha acrecentado la sensibilidad de muchos en tanto que pugnan por el rescate de lo humano. Estos estadios acunaron las ciencias y el arte, el don de vivir y dejar vivir. Aunque siempre se mantuvo este otro lado oscuro de choque de fuerzas, lucha de poder, que tal vez perdure aunque destruya cada vez más.
Por alguna parte tendrá que surgir un consenso que comience a cambiar para que los antipopulares dejen de ser los dueños del mundo, los amos de la humanidad.

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