jueves, 6 de mayo de 2010

El poder y delirio de un imbécil

El poder y el delirio de un imbécil
(Del lat. imbecillis).
1. adj. Alelado, escaso de razón. U. t. c. s.
2. adj. p. us. Flaco, débil.

La definición de un imbécil aparece así en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y describe perfectamente al personaje Felipe Calderón. Un individuo imbécil, tal como lo requirió una camarilla de sujetos de la calaña de Carlos Salinas, Claudio X González, Emilio Azcárraga, del panadero Lorenzo Sertvitje, entre otros que vieron en esta presidencia la posibilidad de manejar una marioneta que les garantizara la impunidad necesaria para mantener sus cotos de poder. Un débil que se engolosinara con la banda presidencial en el pecho, aunque lo repudiaran millones de personas que mucho antes de su impostura advirtieron el nefasto desenlace de su gobierno espurio. Se organizaron marchas y actos de protesta que fueron estigmatizados, constantemente atacados por la artillería de saliva de tanto corifeo de Televisa y del otro apéndice o tumor mediático igualmente beneficiario de la nimiedad de este michoacano.
Es el presidente del ridículo, de la vergüenza para los gobernados frente a sí mismos y ante el mundo, como lo fuera el anterior Vicente Fox, un ignorante ex director de la Coca Cola, que supo cómo hacer riqueza para él y su familia, gracias al poder que da el cargo. Sólo que éste individuo refunfuñón ha resultado más peligroso aún que la caricatura antecesora: el señor de las botas.
Seguramente es imposible quitarle lo imbécil porque se lo implantó la naturaleza y su dogmática formación, pero quizá no lo sea retirarlo del gobierno, pues en lo que resta de mandato puede provocar más desastres. Lo imbécil con semejante poder deriva en cosas graves, como la muerte de inocentes, la debacle de la economía y el empleo, el descontrol de todo, porque así es como permanece esta nación: sin rumbo, sin proyecto, sin esperanza.
Ha sido una presidencia caótica que en su vorágine de desatinos aceleró una guerra literalmente sin cuartel, donde lo único visible son las víctimas que se cuentan por decenas de miles, en lo que va de este horripilante período.
Cuando el mundo abandona un modelo económico por ineficaz, que lo único que ha causado es devastación en todos los órdenes socialmente posibles, el presidente mexicano continúa aferrado a la entrega de lo poco que conserva nuestro país como bienes nacionales. Esta actitud se explica solamente por el miedo a quedar mal ante los que le abrieron el camino, como un tajo, para que se hiciera de ese puesto, a costa de lo que sea, inclusive el hundimiento total.
Otras naciones buscan recobrar sus bienes privatizados, porque sus dirigencias han corroborado el enorme error que significa dejar en manos de los mercados los recursos estratégicos, como los productos no renovables, los transportes o los medios de comunicación.
Sólo un imbécil traiciona de esa forma a su propio pueblo, como lo hicieran otros azotes a partir de Miguel de la Madrid. Gente dispuesta a sangrar lo más noble que tiene la sociedad en aras de los caprichos e interés de los agentes poderosos y de asegurarse fortunas para varias generaciones de sus descendientes. El pillaje, el bandolerismo elegante, suntuoso y siniestro que han practicado por décadas estos hampones, sólo se diferencia en las formas del que ha encumbrado en el poder financiero a los que supuestamente se persigue y que en realidad se les convierte en socios, con tal de que aporten su capital.
Ya es tiempo de que reaccione la gente ante un imbécil más, éste que fanfarronamente presume de que en su país todo marcha con buenos indicadores, como sucede en los más desarrollados. ¿Está alucinado? ¿Embrutecido o engañado por sus colaboradores? No, simplemente es un soberbio imbécil.

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