jueves, 3 de diciembre de 2009

Mujer a la medida

Llegó acompañada de dos paquetes ligeros. Los agentes de la empresa bajaron el encargo. Sabían de su fragilidad, el enorme valor. Solicitaron, comedidamente, revisarlo. Para comprobar, frente a un supervisor técnico, que el envío llegaba en buenas condiciones.
Acoplada a un estuche de unicel, venía la Venus CLX 2100, de factura japonesa.
En otro bulto, estaban los controles, instructivos, manuales, garantías escritas y una serie de aditamentos perfectamente empacados y clasificados en sus respectivas fundas.
Se pasó la noche en el estudio minucioso de las indicaciones, reconocer las piezas, una a una; tocar, oler, observar con atención los detalles.
El silencio de la casa solamente era interrumpido por los pasos que se escuchaban en la planta alta.
Joseph giró las llaves doradas dejando llenar la tina de baño.
En la habitación contigua, una figura de material plastificado yacía sobre el tapete. La tonalidad encarnada, casi traslúcida, contrastaba con la caoba del mobiliario. La primera parte del proceso consistía en sumergir aquello durante diez horas seguidas en agua filtrada a 39° centígrados, para elevar su volumen y producir así un efecto de vitalidad, sobretodo en las partes de silicón que reemplazarían el tejido blando.
Sonó el teléfono varias veces, a propósito Joseph no lo contestaba, tampoco estaban los criados para ello: los alejó a descansar durante unos días.
Leyó cuidadosamente el manual del primer baño, memorizando el diagrama anexo para no cometer algún error y perder una fortuna, pero más que nada por el interés de evitar que se alejara la posibilidad de tener una compañera a la medida.
La empresa manufacturera no facilitaba sus productos sin tener la posibilidad de monitorear el proceso de activación, mediante un sistema de circuito cerrado. Una cámara seguía cada movimiento y Joseph mantuvo comunicación con los fabricantes cuando requirió ayuda. Conseguir el prodigioso capricho, aparte de la exorbitante inversión que fue necesario desembolsar, obligó al adquiriente a responder gran variedad de cuestionarios a través de correos electrónicos y conferencias telefónicas que duraban horas.
Era única, solamente existía en el laboratorio un modelo prototipo que se desactivaría en cuanto Venus comenzara a servir a su dueño; el solitario magnate que tuvo que pagar el precio que le daría el privilegio de convertirse en el primer poseedor del mundo.
Depositó lentamente el objeto que se doblaba como un ligero y alargado salvavidas sin aire. Una vez sumergida, era necesario espolvorear encima el contenido de unas bolsitas de polietileno, además de mezclar en el agua varias pastillas de gel. Por último, añadió el líquido ámbar contenido en unos cartuchos, echó una mirada al termómetro y apagó las lámparas: la oscuridad total estaba indicada en la guía.
Con el propósito de mantener la temperatura, entre los accesorios fue incluido un termostato adaptado a un vertedor de químicos que producen calor.
Si todo resultaba según como le informaron, tendría una mujer artificial que comenzaría a convivir con él, robóticamente, en cuanto concluyera el siguiente paso del procedimiento de activación. Esta segunda etapa era un poco más complicada; requería de varias horas para examinar, probar los programas. Además, el ajuste sensorial automático llevaría de dos a tres semanas, por lo menos.
Abrió la puerta del cuarto de baño y enseguida un vaho ardiente le espantó.
Seguramente algo salió mal, pensó, casi suelta un alarido de angustia. El vapor se desvanecía lentamente. Transcurrieron diez horas con quince minutos, era tiempo de ver el resultado; encendió la luz.
Al mirar dentro de la bañera no pudo contener una exclamación de júbilo. Ahí estaba, serena, lánguida, pero sin vida. Estática, sin razón ni pensamiento.
De alguna manera su apariencia rígida era extraña. Sin embargo, en la otra mitad del envío estaba la clave para que la muñeca “viviente” fuera más carismática, conforme a la exclusiva y costosa oferta.
Consiguió una réplica humana de sofisticada exactitud: La piel, todavía húmeda, ligeramente morena, parecía como si la acabara de broncear el sol. Tenía algunos lunares distribuidos en su anatomía plástica.
Al absorber casi la mitad del agua en que reposaba tomó la forma y el tamaño de una miss; la escultura palpitante que ofrecieron sus inventores.
El peso subió a 47 kilogramos. Joseph con dificultad la tomó en brazos para continuar con el proceso.
En todo era como una mujer real. Con satisfacción se felicitó por tan audaz, a la vez que interesante adquisición. No dejaba de admirarse al contemplar el pubis cubierto de rizos castaños, los hermosos senos coronados por unos pezones café claro. El rostro delicado, sensual; un ser dichoso que duerme tranquilamente, con el cabello revuelto sobre la almohada.
Instaló hasta diez chips en las peinetas y los aretes. Colocó la pulsera y enseguida advirtió que la temperatura comenzaba a elevarse, lentamente, hasta adquirir la tibieza del cuerpo humano.
Examinó con una lupa sus detalles; observaba con detenimiento infinidad de poros, los pequeñitos bellos que la cubrían. No lo podía creer cuando comenzó a tener aroma aquella piel sintética.
La cápsula que se colocaba dentro de la “vagina”, constituía uno de los grandes logros del portento; se trataba de algo esencial en el funcionamiento de Venus. Cuando la instaló sintió que se humedecían sus dedos. Después de un ajuste de articulaciones, colocó varios micro amplificadores en la boca. Al cabo de cuarenta y ocho horas estaba lista para la parte final: En la nuca, debajo del cabello, se ocultaba la cavidad cilíndrica que contenía el mando central. Éste consistía en una tarjeta que, mediante su micro fuente de plutonio, mantendría en funcionamiento a la primera máquina hembra de toda la historia. Colocó el diminuto artefacto ayudándose con las pinzas y una lente.
Quedó todo concluido, solo faltaba ponerla en funcionamiento con un leve toque en los labios, o en las muñecas. El cerebro tardó doce horas en cargar, de manera que ya le resultaba posible “pensar” algunas cosas sin información previa.
La vistió y maquilló como pudo –tenía ella su propio estuche de belleza - acomodó su preciosa pertenencia sobre el sofá. Emocionado la tocó en los labios, enseguida en las muñecas; la mujer hechiza abrió los ojos, alzó la cabeza, después quedó igual de inmóvil. Joseph sintió frustración. Con ansias la sacudió. Tocó de nuevo únicamente sus labios, fue cuando ella tomó aliento, –si cabe decirlo – se incorporó; frotó sus ojos, acomodándose el cabello, con cierta timidez, sonreía. Estaba viva, o parecía estarlo. Era tan idéntica a una mujer de verdad que difícilmente podía pensarse que no lo fuera.
Mis ojos te reconocen, eres grato a ellos, también comienzo a escuchar sonidos y clasificarlos. Se que todavía no llegas a sesenta años, ya no falta mucho...Me agrada la loción que usas.
Su voz era clara, melodiosa, pronunciaba perfectamente cada palabra, el movimiento de los labios estaba perfecto.
¿Puedes decirme tu nombre y darme alguno que te plazca?
Joseph, Joseph Alexis, pensé que tu nombre es Venus, ¿no te agrada que te llame así?
Soy el proyecto Venus, así me nombraron quienes materializaron mi existencia, sin embargo, no tengo un nombre propio. Puedo ayudarte a elegir uno que me vaya bien y te proporcione alegría pronunciar, ¿te parece Ada?
¿Ada?
Sí, o tal vez Marina. Recuerda que me formé, de algún modo, en el agua...
Bien, te llamaré Ada Marina y tendrás siempre treinta años.
Bien Joseph, ahora que hemos cumplido con la presentación, prográmame una rutina para no inmovilizarme. Me gustaría conocer mi habitación, tu casa.
Nuestra casa, Ada, es tuya y mía.
Oye, si no te molesta déjame ver el guardarropa, para cambiarme este atuendo. No te sientas mal, así somos las mujeres.
Ada Marina trazó un holograma de la finca con sus mínimos detalles. Utilizando un sistema de posicionamiento espacial geológico integrado, supo la ubicación de su domicilio. Caminaba con un pasito entre aprisa y cadencioso. Detectaba lámparas encendidas e inmediatamente las apagaba, si no era necesario que estuvieran prendidas, contestaba el teléfono y tomaba recados presentándose como la nueva asistente del señor Alexis. Era capaz de desempeñar su aseo personal con aditamentos especiales, además se vestía con exquisito gusto. Acondicionaba una ducha a base del vapor de mezclas alcalinas y sustancias desinfectantes que despedían un aroma semejante a las rosas. Operaba perfectamente las máquinas caseras; secadoras, lavadoras, estufas, hornos de microondas y demás aparatos electrónicos. Escribía, mandaba correos, dominaba perfectamente cien programas de cómputo.
En ocasiones Ada tenía dificultades para registrar varias voces al mismo tiempo. No obstante este pequeño inconveniente, procesaba velozmente para no perder el hilo de la conversación. Hasta se daba el lujo de exhibir un excelente sentido del humor.
Con algunas aplicaciones, era posible enseñarle a cocinar, aunque no hacía falta en una residencia con dos cocineras, el ama de llaves, dos camareras, el chofer, un viejo jardinero y el secretario. En realidad se encontraba ahí para el exclusivo halago del deprimido petrolero que tenía diez años de viudo y desde entonces no entró mujer alguna a sus habitaciones. El hombre, desmesuradamente adinerado, era, en consecuencia, bastante influyente en el mundo político y financiero.
No existían descendientes que heredaran su fortuna, el poder. En el testamento figuraban los colaboradores y sirvientes, pero con cantidades o bienes modestos. El resto de su riqueza aún no tenía destinatario al morir Joseph Alexis Grasskovitz.
Cuando la servidumbre regresó a continuar con sus labores, les fue presentada la adquisición del patrón. Disimularon bastante bien la sorpresa, excepto la señorita Clementina, el ama de llaves cuyo estrabismo acentuó en ella un gesto bastante cómico. Se le preguntó si tenía algún problema, por lo que la mujer, con sus ojillos apuntando en distinta dirección, movió tímidamente la cabeza y se disculpó.
Los tres o cuatro gatos que deambulaban por la casa, huían despavoridos ante la presencia de la nueva inquilina, la mujer electrónica. Su enorme sensibilidad seguramente les hacía desconfiar de algo que se hallaba fuera del mundo animal, donde nos incluyen.
Joseph no ocultó que era feliz, nuevamente sonreía, hacía bromas con la gente. Con frecuencia realizaba paseos al campo a bordo de un descapotable. En los parajes de una propiedad en la rivera del lago cercano a la montaña, practicaba el kayak, o pescaba desde la orilla: Siempre con su inseparable y literalmente suya, la robot inadvertida. Y ni tan inadvertida, porque en ocasiones le dirigían una que otra palabra con algo de atrevimiento, o de pronto trataba alguien de buscar su mirada, o simplemente atraer su atención en cuanto le miraban sola; a lo que ella, en plan de dar siempre la misma respuesta condicionada, movía ligeramente sus labios, como si fuera a sonreír.
También sucedió que, después de alguna noche de excesos, le subía la temperatura y Joseph, con apuro no disimulado consultaba los manuales para administrarle algunas cápsulas disueltas, por vía de unos pequeños depósitos de enfriamiento de emergencia.
Llegó un invierno severo y el artificio dio muestras de resfrío agudo. Pese a la calefacción no encontraba alivio. Sumamente intranquilo, Joseph habló a la compañía japonesa de fabricación y experimentación tecnológica. Le indicaron que era preciso que cambiara de clima llevándola hacia algún lugar tropical, o bien, mantenerla en una cámara de calefacción constante, sin consumo de aditivos y bajo un estricto tratamiento de fricciones a base de yodo, glicerina y sal disuelta en alcohol.
Joseph pensó que lo primero era lo mejor; imaginó visitar un país en el sur, tal vez una isla en el Caribe, o Australia. Sus contactos, conseguirían un pasaporte para Ada Marina. La falta de identidad de ella no representaba ningún problema: podía tramitársele cualquier documento que necesitara. Reservó pasajes para viajar a Oceanía y pronto estaban bajo el sol de una playa de arena dorada y caliente.
En el lugar se practicaba el nudismo, por lo que constantemente Ada atrajo la atención de quienes estaban alrededor, o pasaban por ahí. Hombres y mujeres la veían admirados, con disimulada curiosidad.
Se recuperó el primer día y provocó toda clase de comentarios, sobretodo entre las mujeres. Asombradas o recelosas, admiraban su porte, la manera de andar. No se diga al bailar, parecía princesa africana en algún ritual del amor. Balanceaba la cadera llevando compases hipnóticos, hasta que se escuchaba alguna exclamación.
Prolongaron las vacaciones mientras pasaba el invierno de New York y eligieron las islas griegas para continuar el paseo.
Fue necesario enviar constantemente paquetes a casa, debido a las abundantes compras a las que rápidamente se aficionó la mujer artificial. Sus campos de atracción vibraban especialmente en presencia de joyas y perfumes, aunque tenía una especial predilección por cualquier clase de flor natural. El aroma de los jardines la fascinaba y quería hacer el amor ahí mismo.
La pareja feliz viajó por todo Europa siempre en las mejores categorías y restaurantes gourmets, donde el señor invariablemente comía y bebía como auténtico rajá, mientras su dama le contemplaba, o hacía preguntas con una copa de Champagne en la mano – lo único que admitía su cuerpo cibernético, nuclear y electrónico –.
En los Alpes Suizos Ada fue espectacular al descender las pistas en esquís, a velocidades superiores a ochenta kilómetros por hora. Nadie imaginaba que iba guiada por un radar digital. La gente preguntaba si competía en las olimpiadas. En distintos idiomas hablados correctamente, respondía ella que era simple aficionada.
Antes de volver a América, Joseph cerró una transacción de diamantes en Zurich, los cálculos de Ada les dieron una utilidad de un millón de Euros, utilizando dos cuentas bancarias y una serie de llamadas telefónicas.
El vendedor era un judío suizo y el comprador un hotelero de Brasil. Al día siguiente de concluir la operación revisaron las páginas financieras de los diarios. Los ordenadores de Ada sugirieron hacer la conversión a francos suizos. De esta manera obtuvieron un 6.5% adicional a las utilidades del negocio, gracias a una operación que llevó una semana y redondeó una ganancia de un millón setecientos cuarenta mil dólares; esta sí fue una verdadera luna de miel, ahora estaban listos para volver a casa.
Las habilidades de la mujer maravilla tenían a su dueño deslumbrado, inmensamente satisfecho. No tan solo aumentaba su riqueza, sino que vivía a su lado una especie de ángel artificial, una criatura excepcional concebida por la perseverancia y el ingenio de la ciencia. Solo que, a veces, aunque parezca insólito, dudaba que fuera del todo irreal; por su increíble forma de ser humana sin serlo.
También era cíclica, como la luna, las plantas y las demás mujeres: Cada veintiocho días desechaba un repuesto, cambiaba de humor y disminuía notablemente su actividad.
La admiración, los cuidados obsesivos de Joseph hacia aquel tesoro, tomaron otro rumbo; alteraron su carácter. El cambio de actitud se reflejó en el trato hacia el personal de confianza, en la forma de comportarse con los socios y hasta en la manera de dirigirse a los escasos amigos. Ya muy pocas veces estaba disponible para alguien más que para su mujer plástica. Era ella tan inteligente y dinámica, que no permitía que los negocios dejaran de producir, o que algún descuido provocara pérdidas, o situaciones de riesgo. Al contrario, preveía cuidadosamente todos los movimientos financieros. Era insuperable analista de las fluctuaciones de los mercados, de las acciones bursátiles. Además, tenía la virtud de darle todo el crédito a su... ¿Cómo referirse a este lazo?, digamos a su dueño, amo y señor; utilizaremos este lugar común que aplica perfectamente al caso.
Joseph se convirtió en el hombre de negocios más influyente del país, por lo que su infalible asesoría era solicitada constantemente en los círculos de la presidencia y de las cúpulas empresariales. Pero al mismo tiempo comenzaba a filtrarse la existencia de la misteriosa dama de compañía, la “extranjera”, quien había cambiado radicalmente el mundo del viudo millonario, Joseph Alexis Grasskovitz.
Todos, principalmente las damas de sociedad, querían conocerle. Llegaron a organizar una gala especialmente para la pareja más comentada en el mundo de los negocios: el selecto club de los afortunados.
Joseph pagó una enorme suma para publicitar que revelaría la historia de la mujer que no es de verdad. Apareció en entrevistas, dictó conferencias, siempre acompañado de su inseparable aparato feminoide. Pero la gente no creyó. Una y otra vez le pidieron pruebas más convincentes. Tanto escepticismo terminó por fastidiar a la pareja y optaron por el aislamiento.
Un periodista cometió el exceso de sugerir que, si en verdad solo se trataba de una muñeca inteligente, debía arrojarla desde un sexto piso para demostrarlo. Joseph mandó comprar la cadena de difusoras donde tuvo lugar el desatino y citó al ocurrente. Preguntó al sorprendido locutor, en presencia de ella y ante los micrófonos, que si estaría dispuesto a hacer lo que dijo en su programa. Por supuesto que éste se disculpó y juró que aunque esta mujer que tenía frente a sus ojos fuera el ser vivo más sintético del mundo, o la cosa artificial más real que se pueda imaginar, no se atrevería a tocarla ni con el pétalo de una rosa.
Sin embargo, una poderosa compañía de televisión contra-atacó; pidió públicamente a Joseph, que explicara qué tipo de relación llevaba con su mujer biónica. La expectativa se calentó, los medios informativos inflamaron el morbo colectivo. Varios grupos conservadores organizaron juicios inquisitoriales; condenaron al “excéntrico lunático”, que sostenía relaciones maritales con un invento japonés. Hubo quien elevó demandas ante la corte por atentados al pudor y buenas costumbres. Se promovieron comités de ética y los enemigos comerciales patrocinaron campañas de rechazo a las firmas de productos y servicios relacionados con los monopolios de Alexis G y Cía.
Ada, anticipada, lúcida como siempre, solicitó aparecer en una entrevista con la prensa en cadena nacional. La convocatoria causó una gran movilización en los medios informativos. Éstos fueron obligados a dedicar tiempo extra a una plática de antología, que por cierto marcó uno de los más elevados raitings de la historia noticiosa. La dama, construida gracias a la insólita combinación de la tenacidad científica y la inspiración plástica, se desenvolvía con un encanto que pudiera pensarse sobrehumano. Dulcemente exponía su razón de ser, el origen físico-químico que la transfiguró. Explicó que fue concebida como parte de un proceso que tiene más de tres décadas en investigaciones, búsqueda exhaustiva, gastos insospechados. Con delicadeza, alzó el peinado reluciente para mostrar el lugar más importante de su anatomía artificial; la pieza oculta donde guarda la clave del funcionamiento.
Las llamadas inundaron el estudio, se interrumpieron las líneas telefónicas. La gente estaba enamorada de Ada y todo mundo quería ser Joseph Alexis. Los felicitaban, suplicaban que les diera la posibilidad de conocerla personalmente.
La beldad aceptó y la audiencia enloqueció. El prestigio del magnate se recuperó. Sus inversiones fueron quintuplicadas en una sola noche.
Agradecido, profundamente maravillado, Joseph habló de una posibilidad matrimonial. Ella respondió, visiblemente turbada, que tal situación era lo único imposible, aunque para cerrar con un toque de humor, añadió que tal vez sería un buen ardid publicitario.
A veces también olvido que soy tu máquina. Pasan por mi pantalla una serie de imágenes creadas por mi laboratorio virtual. Puedo complacerte en todo lo que mi programación sensorial permite, pero es imposible alterar el vínculo. He funcionado al límite de mi capacidad por adaptar mis campos a tu entorno mental y físico. Cumplo mis tareas con precisión cibernética y considero que aún puedo crear otros ámbitos que aumenten y mejores tu red financiera. Me encargo especialmente de tu autoestima, sinceramente es lo que más disfruto. Además, no quisiera que lo tomes a mal, pero me he permitido tomar algunas muestras mientras duermes y observo tu salud en buenas condiciones, pero te falta hacer ejercicio.
Respeto tu decisión de no tener relaciones con mujeres de verdad, pero te recomendaría confiar más en alguien, que en algo, como yo. Si me conviertes en tu esposa, pierdes una amiga incondicional que te ofrece todo lo que necesitas.
La respuesta causó hilaridad en Joseph, aunque inmediatamente adquirió una actitud reflexiva. No tan sólo no tenía nada qué decir, o quizá era tanto lo que debía decir, que enmudeció. Se contemplaron mutuamente: ella con un par de iris, azul pálido, maravillosamente cristalinos, de un fulgor casi imperceptible. Él, solamente la miraba.
Sentada al pie de la ventana, se quedó en silencio mientras un haz de luz descendía entre la cortina de mimbre. La complejidad de su perfección iba más allá del más fino y escrupuloso detalle. Laboriosamente exquisita, bella, era una acertada combinación de la Venus de Urbino y Nefertiti. Fundidas con la mexicana Malintzin. Solamente una minuciosa y metódica inspección, permitiría sentir algo extraño en las pulsaciones bajo la piel. Un delicado examen dejaría notar la carga de estática que despide su cuerpo. Acercarse demasiado a ella, después de muchas horas de activación continua, haría posible percibir un cierto olor a calentamiento eléctrico. Mirar fijamente sus pupilas permitiría ver el fuego nuclear a través de las fibras ópticas. En cambio, tenía cabellos de verdad y tocarlos o hundir la nariz en sus bucles, era como refrescarse en el cielo. Lo mismo el pubis y los finísimos bellos que le nacieron por todas partes.
Después de unos meses, disminuía la curiosidad de la gente. Ningún otro modelo había salido al mercado, por razones más que nada comerciales. Se esperaba un fuerte auge de androides y era preciso especular. Los pedidos tenían que esperar hasta dos o tres años. Nadie disfrutaba aún de la sensacional compañía de un ser ficticio, a excepción del conocido y esquivo millonario Joseph Alexis, quien financió parte del proyecto y de esta manera se hizo acreedor al primer ejemplar hembra.
Ada Marina, tenía un don especial para tratar al personal de la casa. Con una mezcla de cortesía y autoridad, se ganó el afecto de todos, aunque en cierta manera había en el trato algún temor a lo desconocido, a lo que pudiera ser o hacer.
De cualquier forma, convivían en armonía. Sabían que teniendo contento al impredecible señor Joseph, estaban tranquilos. Hasta se daban el lujo de hacer bromas y tomar un poco más de lo necesario para comer y beber.
La fortuna levantó el ánimo del solitario hombre de negocios, al grado de verse jovial y emprendedor. Comprar a la mujer radioactiva, redituó mucho más de lo que hubiera calculado su previsora imaginación. Dedicaba horas a observarla mientras ella cuidaba los arbustos y flores en el jardín. La llamaba a su lado y de un día para otro, estaban en algún avión volando para realizar operaciones financieras, o asistir a las conferencias que continuamente ofrecían por el mundo.
La vida transcurría dulcemente tranquila, aunque veloz. Todo era éxito, más poder. Las cosas estaban en su ordenado equilibrio.
Descansando en su finca campestre Joseph recibió una llamada: Cierto funcionario de la empresa tecnológica de Japón le puso al tanto de que habían enviado un correo y recomendaban revisarlo a la brevedad.
Sin perder tiempo, Joseph encendió el ordenador donde encontró un archivo que mostraba a la nueva modelo de la compañía. En este segundo diseño los creadores se esmeraron en una mujer con rasgos orientales, asombrosamente hermosa. Tenía tres mil G más de memoria, campos especiales de reflejos, así como chips de ubicación virtual extra sensorial a larga distancia. Lo más importante: era perfecta, poseía un complejo programa de sexualidad basado en el Kama Sutra. El modelo costaba tres millones de dólares más que el anterior, pero lo valía. También era posible obtenerla al cambio.
Joseph leyó detenidamente la información, miró una y otra vez, los videos que mostraban la sensual robot en distintas actitudes y ropajes.
Afuera, en el jardín, Ada cortaba una rosa, con cuidado quitaba las espinas. En eso, una de las muchachas que hacía trabajo de camarera, se aproximó a la mujer cibernética. Sugirió desprender una flor un poco más alta; las dos trataron de obtenerla, subiéndose una de ellas al enrejado y la otra, apoyándola suavemente del talle, tocando ligeramente su seno. Clara, así era el nombre de la joven, subió y cortó la rosa, cuya espina se cobró la flor con una gota de sangre.
Joseph las observaba de pie ante la ventana que da al jardín, pensaba en las variadas manifestaciones con que nos rodea la naturaleza: el agua, los vientos, las rocas que se transforman, cambian, se convierten en algo distinto. “¡Valla que hace caprichos!”. Contempló la nube semejante a una gigantesca nave espacial. Otra más lejana que tenía la forma de un trineo deslizándose en el vacío, en unos instantes se desfiguró. Después se apareció la que parecía un caballo a galope. También asomaban cabezas redondas de gigantes boquiabiertos.
Así mismo, reflexionaba, vamos como esas familiares islas de vapor que flotan, moviéndose lentamente; aunque muchas veces vuelan aprisa, desprendiendo jirones.
No nos damos cuenta a qué hora cambiamos, en qué momento ya no somos iguales que ayer.
La tarde se lucía en aparecer, por todo el cielo, infinidad de fragmentos de nube ordenados y simétricos; rebaños flotantes bañados de luz con tonalidades que no tienen un nombre preciso; sin embargo, sabemos que están familiarizados con el rojo, el gris, o el violeta.
Dejó pasar unos días mientras reflexionaba acerca del enamoramiento de Ada y la posibilidad de reemplazarla por la nueva producción de mayor poder y belleza
Decidido por esto último, comenzó a preparar el cambio: Precisamente una de las mayores ventajas de su compañera artificial, era justamente su calidad de artificio. Gracias a la tecnología, a su ingenio y sobretodo a su riqueza, pensaba Joseph, sumergido en un mar de reflexiones, por fin logró manipular el sentimiento sin comprometer su ética.
Después de todo, tres años fueron suficientes para disfrutar de los beneficios y encantos de una invención hecha a imagen y semejanza de la mujer ideal. La naturaleza insaciable de los humanos también está fuera de toda duda. El que todo lo tiene, siempre anhela poseer algo más.
Joseph estrenó a Mika en navidad, después de organizar una despedida inolvidable, para la valiosa Ada.
El personal manifestó unánime rechazo a la nueva compañera del señor. La más afectada fue Clara. A los pocos días renunció y no había transcurrido una semana cuando comenzó a circular una noticia que pasó casi desapercibida en el mundo:
“Millonaria pieza desaparece misteriosamente de una fábrica de robots humanoides en Japón”. “Se presume que una mujer joven se hizo pasar como integrante del cuerpo de científicos y huyó con la máquina”.
A los pocos días Interpol encontró el rastro de las dos mujeres. Se alojaban en un hostal del este de París, muy próximo a la estación del metro que tiene una plazuela a la salida, donde abundan cafeterías y bares de turcos, entre tiendas de ropa. Sin embargo, la intuición de Ada detectó la cercanía de los agentes al sentir muy próximo a ellas un automóvil que le pareció extraño, por lo que haciendo gala de un estupendo ardid éstos fueron burlados. Fingieron ser hombre y mujer e hicieron una llamada a una central de emergencias para que enviara una ambulancia, con el argumento de que la señora tenía un malestar. Los policías que preparaban la detención atestiguaron la salida en camilla de una mujer robusta, la cual era seguida por un hombre que llevaba gabardina y gafas redondas. Los paramédicos apresuraron el paso y emprendieron la marcha rumbo al hospital. Al descender del vehículo, Clara en su papel de marido de la enferma, les pidió que le escucharan un momento aparte y les ofreció una suma de dinero por dejarles en ese sitio sin ingresar al hospital, puesto que el “malestar” de la señora realmente no era más que una reacción pasajera, debida a una discusión que sostuvieron horas antes en el interior del hotel. El encargado del servicio arguyó que era necesario pasar al lugar para justificar la petición de la pareja. En un cuarto de hora resolvieron el asunto y se perdieron por las calles parisinas.
El efectivo se les agotó en tres meses. Ni un solo euro o dólar quedaba en las cuentas. Por fortuna estaban cubiertos dos meses de alquiler, esta vez se trataba de un piso pequeño situado en los suburbios. Clara consiguió empleo temporal en una librería de la zona, así que no faltaba el alimento y chucherías, sólo para ella, porque Ada estaba librada de toda necesidad. Sin embrago, los aditamentos químicos, según sus cálculos, alcanzarían a mantener su funcionamiento no más de medio año, al cabo del cual comenzaría un deterioro físico cuyas primeras manifestaciones probablemente comenzarían a observarse en cambios de humedad en la piel o quizá algunas actitudes ya no tan dotadas de sentido ante la realidad, todo ello por una paulatina disminución de energía, sin embargo, todo esto no estaba probado puesto que Ada fue la primer mujer en su tipo.
Lo que si estaba garantizado, era la fuente sub atómica que la mantendría en funcionamiento por lo menos otros quince años más, en tanto que el envejecimiento del ser artificial seguía siendo un misterio.
Los familiares de Clara dieron pistas para su localización puesto que de vez en cuando hacía llamadas con algunos de ellos. Se le detuvo al salir de cierto almacén donde manejaba una cuenta, justamente a unos pasos de donde se encontraba Ada que la esperaba entretenida con un vendedor de pinturas. Unos árboles además del quiosco que estaba en medio, la ocultaron de los agentes y Clara no delató su presencia. La subieron a un automóvil evidentemente policíaco que se sumó rápidamente al tráfico. Sin los ingresos que aportaba Clara, Ada tendría dificultades para seguir en su libertad, aunque no le era necesario nada más que sus periódicas duchas o fricciones químicas. Ya idearía cómo obtener lo necesario para pagar rentas en tanto sus poderes geofísicos localizaban a su protectora y antigua compañera de casa. Con el guardarropa de la amiga, sumado al de ella, le sería posible pasar más tiempo recorriendo lugares, hasta que nuevamente se hiciera de más objetos indispensables, como perfumes o adornos para el cuerpo. Su condición de máquina dependía de su condición social y ésta no era ni parecida a lo que fue al principio, aquella opulencia que la recibió y abrigó durante poco más de tres años. Ahora deambulaba sin rumbo ni metas precisas. Sólo tenía el propósito de pasar inadvertida para quienes se habían propuesto, con grandes recursos de por medio, dar con ella. Obviamente la seguían tipos de toda laya que la encontraban por ahí. Los esquivaba como le era posible, aunque no siempre lograba desprenderse de individuos que se mostraban inmunes al desdén y los insultos. Comenzaba a conocer un lado de la vida que la ponía a disgusto y además chocaba con el objeto de su existencia. Los alcances de su cerebro electrónico-nuclear, no previeron cambios bruscos en el esquema sociocultural de la proeza viviente. Sin sentimientos, no le afectaban las horas que pasaba en baja actividad, un estado de semi reposo o letargo, que conseguía regulando unos circuitos de su cuerpo mediante una ligera presión en la sien izquierda. Por su parte, Clara era frecuentemente interrogada y seguida de cerca por los agentes que sentían que era el único conducto para dar con su presa. Nada. Al cabo de un año los investigadores llegaron a la conclusión de que Ada estaba fuera de Francia, quizá lejos de Europa, en cualquier otro continente y quién sabe si ya hubiera sido descubierta por alguien su naturaleza robótica. En realidad nunca supieron del todo a quién seguían, las órdenes que recibían hablaban de una mujer como cualquiera, aunque singularmente atractiva. Efectivamente, todo rastro de Ada desapareció de la faz de la tierra. Buscada en el mundo entero desde el año 2005, probablemente deambule solitaria en Estambul o Bogotá. Quizá tuvo la idea de regresar a las ardientes playas australianas o prefirió la ciudad de México o tal vez Río de Janeiro, para hacer más difícil su búsqueda. Es probable que hayamos pasado junto a ella y no supimos que era la mujer más reclamada en cierto círculo del mundo científico y en especial por alguien que destina fortunas para localizarla: Joseph Alexis, quien a los pocos meses la echó de menos, como un niño que ha perdido su mascota amada, su mujer a la medida.

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