viernes, 28 de diciembre de 2007

El acoso sobre las ballenas

Desde Playa Los Ayala, Nayarit, México.

Las ballenas necesitan emerger cada cierto intervalo de minutos para respirar en la superficie del océano. Es un reflejo natural que las mantiene vivas como sucede con nosotros. Lo que la naturaleza no tiene previsto es la explotación que hace el comercio turístico sobre los instantes en que los cetáceos, o mejor dicho algunas partes de ellos se mantienen visibles encima de las inquietas aguas. Se trata de bultos parduscos que resuellan con un chorro de agua antes de sumergirse arqueando el cuerpo para cobrar impulso con la cola en su viaje a la profundidad.
Visitan nuestro litoral en plan familiar pues en el trayecto nacen las crías que normalmente es uno por cada pareja. El ballenato que se enseña a nadar y alimentarse por sí mismo, entre otras lecciones que le permitirán vivir.
El pequeño o pequeña ballena es ayudada a estar cerca de la superficie por sus progenitores quienes además vigilan para que no se aproxime algún depredador.
La temperatura y otras condiciones de estas latitudes marítimas proveen de alimento a las familias de ballenas a la vez que les mantienen alejadas de los peligros de las aguas heladas del norte, donde abundan especies muy agresivas y de mayor tamaño que pudieran amenazar a los recién nacidos y a sus propios padres; orcas, tintoreras u otras criaturas. Además en aquellos mares los barcos no se detienen para capturarlas y destazarlas sobre sus cubiertas.
Llegan pues a las costas mexicanas del Pacífico en grupos, puntuales, durante los meses finales del año y permanecen hasta que la primavera calienta el mar sin llegar a las altas temperaturas del verano que les serían dañinas. Por lo regular las hembras regresan preñadas a su hábitat. Son varias especies entre las que destacan unas que la gente llama jorobadas porque tienen esa apariencia, aunque lo que pareciera una joroba es más bien parte de la cabeza.
En mi única experiencia de contemplar de cerca por segundos una parte de la piel de esa especie de joroba antes de desaparecer bajo el agua, aprendí otro rasgo importante de estos seres: tienen un magnífico carácter. Son tolerantes hasta la mansedumbre pues no acabaron a coletazos y trompadas con el enjambre de lanchas y barcazas que se les pusieron encima de donde tenían que salir a respirar y enseñar al crío a sobrevivir, sin dejar de aprovechar la ocasión para retozar.
Cientos de turistas curiosos que compramos boleto para acercarnos en flotilla las esperábamos con los obturadores listos entre gritos como de piñata: ahí, ahí, o allá…
Por más que indicaron a la gente que permaneciera en su lugar para ver mejor las partes de cuerpo de ballena que se asomaban, todos se agolpaban a un lado de la cubierta en cuanto había avistamientos, aunque éstos duraran escasamente dos y medio o cinco segundos. Un furor fuera de control nos pudo haber llevado al lecho marino con todo y catamarán y así seguramente tendríamos otro apunte de las ballenas y lo que sucede mientras se sumergen. Menos mal que las cosas no llegaron a tal punto aunque no descarto que las condiciones del navío y la forma de operarlo pudieron terminar en un susto y varios ahogados.
Además no me explico cómo todo ese ruido de motores que se propaga bajo la superficie no las ahuyenta. Quizá no cambian de playa porque sus ancestros se dirigieron hacia el mismo lugar como es el caso de las tortugas que desovan en la arena donde nacieron. Si llegaran a salirse de este esquema probablemente perderían el rumbo para hacer el regreso. Esto pudiera explicar el fenómeno de algunos ejemplares que tratan de salir del agua como si estuvieran desorientados. Dramáticos suicidios colectivos que de pronto surgen en alguna playa y nadie puede explicar. Es porque alguien quizá se apropió de los lugares donde tienen sus registros milenarios y fuera de ellos se pierden irremisiblemente.
Si esto fuera verdad, sería importante estar pendientes de lo que sucede con esta venta del momento del ciclo de las ballenas.
Me parece que aprovecharse de lo poco que tienen de libertad y relativa seguridad pudiera alejarlas de nuestras playas y poner en peligro la supervivencia de dichas especies.
La anarquía que agobia a México se nota hasta en estos detalles no menos importantes para la sociedad. Quién sabe cuántos centros vacacionales estén vendiendo esta clase de “servicios” en el litoral mexicano, independientemente del sacrificio que se realiza constantemente en la llamada “pesca deportiva” que no es si no otra manera de exterminio de fauna marina. Recuerdo una estancia en Los Cabos donde pude percatarme de que en cada temporada invernal llegan a atracar miles de yates desde las costas gringas de California bien provistos de víveres, agua y con las bodegas dispuestas para regresar repletas de atún, dorado, marlin y otras variedades que venden en lonjas. Así costean el viaje y se llevan ganancias. Congelan hasta una tonelada de carne limpia, según el tamaño del barco. Esto yo lo vi. No pagan más que una cuota irrisoria como si estuvieran en un trailer park. Ni visas, pasaporte, permisos de pesca, ¡nada! Muy gringo ¿no? Nunca he escuchado o leído que alguien se preocupe de este asunto muy similar a la pesca que hacen los buques japoneses y otros en aguas nacionales sin que la destartalada Secretaría de Marina mexicana las cuide en lugar de reprimir gente en Oaxaca, Chiapas o donde ordene la CIA.
Se requiere un deprecio muy grande hacia el país, su pueblo y lo que conserva de belleza natural como para permitir estas atrocidades. Los que tienen el poder en México son de esta calaña y por tanto despreciables.
Se mantienen como las embarcaciones: al acecho de las víctimas acosadas con su ambición.
Ya sabemos que son capaces de vender hasta el propio aliento de todos con tal de elevar la montaña de dinero. Sabemos también, por la historia, que estas calamidades no duran mucho tiempo aunque lleguen a reproducirse, a diferencia de las ballenas que han permanecido recorriendo los océanos durante miles de años gracias a su inteligencia.

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