martes, 4 de diciembre de 2007

Las razones del repudio

Más allá de la manera como cada quién supone, asegura o niega, el fraude electoral de 2006 y al margen también de los elementos que a lo largo de un año han surgido para suponerlo, ocultarlo, negarlo o esclarecerlo, lo que nos debería mover más a la reflexión es el origen e interés de las fuerzas que se movieron entre los subterráneos del poder, para asegurarse en nuestro país la permanencia de las estructuras del neoliberalismo creadas por el premio Nobel de economía Milton Friedman, emblema del libre comercio.
¿Por qué los que conservan hasta hoy el poder formal no escatimaron recursos, legales o ilegales, para ese fin, es decir; mantenerse como grupo dominante a cualquier precio y sin ningún escrúpulo?
Una de las frases que se recuerda del longevo y ahora desaparecido líder obrero Fidel Velásquez, decía que si balazos costaron hacerse del poder a quienes gobernaron con el PRI, balazos se necesitaban también para desplazarlos. Lección aprendida al pie de la letra por los que ahora suplieron y parece que se calcaron de los que permanecieron setenta años gobernando, no obstante haber llegado estos últimos de manera pacífica, gracias a la mercadotecnia y las facilidades que dio el propio partido tricolor, pero más que nada a la sobrecarga que ya había ocasionado el sistema en sus gobernados.
Parte de la estrategia en el atropello de 2006, consistió en absorber, minimizar mediáticamente y procurar amortiguar, incluso estigmatizar la consecuente irritación popular. Algo que no se les dificultó demasiado al saberse protegidos por las armas del ejército, algunos sectores del clero, más los medios de comunicación. Solamente con una fuerza similar podía darse el escenario de una guerra civil y la sociedad no se ha preparado para ello. Con excepción quizá del narco, no hay nada capaz de hacer semejante desafío a las armas nacionales.
Cuando las leyes no alcanzan para zanjar las posiciones encontradas porque éstas se vuelven letra muerta para alguna o ambas partes, surge incontenible la violencia. La ley en México no opera, excepto en las ocasiones en que el Estado se decide a aplicarla contra sus enemigos, o sea, el pueblo alzado sin más recursos que su capacidad de organización y estímulo o para los delincuentes cuando estos no han llegado a tener arreglo con las autoridades.
Al ser las leyes instrumento del poder, el aparato represor se extiende y ejecuta órdenes encausadas a someter cualquier intento de transición a la vida democrática, como sucede ahora al sentirse con más fuerza el peso del poder que tienen las trasnacionales. Éstas cuentan con ejércitos privados, ocultos a cualquier normatividad y exentos de controles oficiales del Estado.
El repudio que experimenta la sociedad mexicana hacia el gobierno impuesto, principalmente quienes pertenecen a la clase trabajadora en los distintos sectores, se debe a que la mayoría intuye o está informada respecto de la entrega que hacen los políticos encumbrados de los recursos, incluida la mano de obra, a la maquinaria neocolonialista que ya ha ocasionado demasiados conflictos en el mundo.
Se trata de empresas y monopolios que por sí mismos rebasan economías de países subdesarrollados. Su poder las posesiona por encima de la normatividad local y arrasan con las pocas defensas que tienen para sostener sus economías particulares, como pueden ser pequeños comercios o talleres familiares, además de sus recursos naturales constantemente acosados y devastados por la sobreexplotación y por la expansión de actividades como el turismo.
La gente que increpa al líder panista posesionado de la presidencia, se siente engañada y abandonada a su suerte porque unas cuantas familias son dueñas de los bienes del país y el gobierno las apoya a que aumente su influencia y riqueza, en agravio de los pobres a quienes solamente faltaría facturar como esclavos.
No se equivocan en sus manifestaciones de ira contra los que se vuelven achichincles de esa clase de ricos sin escrúpulos. Aún la gente más humilde comprende que su país está siendo saqueado y depredado por la ambición incontrolada de los que tienen exceso de capital y por la gente que se acomoda en puestos de elección y cargos oficiales con la única idea de terminar los ciclos con incrementos en sus fortunas personales. Esa plaga, como cualquier cizaña o maleza, descompone los frutos y la tierra.
La amenaza para la sociedad mexicana resulta en los políticos que gobiernan y que reciben participación por abrir las puertas del país, sin objeciones ni leyes, si acaso, algunos trámites y cuotas, para que los estadounidenses, españoles, canadienses, asiáticos y todo aquél que desee invertir en el negocio, participe de sus valiosos y bastos recursos.
Por lo pronto y como era de esperarse, Estados Unidos ya metió un pie; Bush, quien enseguida se fue hasta la cocina, donde junto con la especie de presidente que creyó ser Fox y su impulsado candidato, prepararon una receta yanqui cuya ingesta incluye prácticamente toda la soberanía que quedaba. Es más, ya se cuestiona si podrá México seguir existiendo como país en el futuro cercano.
Lo hizo a través de una treta llamada ASPAN (Alianza para la Seguridad y la Prosperidad en América del Norte) Es una especie de refuerzo del TLC (TLC plus) con añadidos que atentan peligrosamente contra el desarrollo autónomo al subordinar los recursos naturales como el agua u energéticos, y hasta al propio ejército, a la voluntad de los gobiernos de Washington. Por supuesto que dichos planes contemplan acciones de contrainsurgencia que se han puesto en marcha.
Los acuerdos y compromisos se dieron pasando por alto los respectivos congresos, quedando nuestro país a merced de los capitales, lo cual sería suficiente motivo para iniciar un proceso por “alta traición a la patria” a quienes se han prestado a tal actitud criminal que conlleva alto riesgo de conflictos mayúsculos, por exponer a las familias mexicanas a padecer mayores diferencias sociales e ideológicas. Convirtieron nuestro país en un polvorín de cuyo estallido esperan beneficios al asegurarse el dominio y control de los recursos naturales y humanos.
Quizá sea tiempo aún de desactivar lo que pudiera ser el final de nuestra independencia, impidiendo que prosiga el periodo arrendado por las trasnacionales y los capitales nacionales empeñados en vencer en lugar de convencer, jugando un juego atrabiliario que solamente acarrea tempestades.
Estas son las razones que entre otras mantienen a México en vilo. Son demasiados ingredientes y ya muy poco margen para que la parte de sociedad que rechaza este rumbo logre un giro, un golpe de timón, que nos salve de los escollos gringos que regular e históricamente desembocan en baños de sangre en cualquier latitud.
¿Lo entenderán así las mentes lúcidas que indudablemente están del otro lado? ¿Se atreverán a aconsejar a sus superiores ceder espacios, tomando en cuenta que la distensión de los conflictos necesariamente tiene que pasar por esta etapa?
¿Se mantendrán ocultos y en silencio para no perder sus privilegios?
De estas respuestas depende nuestro futuro cercano y en mucho también de la magnitud, calidad y características de los brotes sociales existentes y de los que nacen todos los días.

No hay comentarios: