Uno de los cambios políticos que dejó la
experiencia del 1 de julio pasado fue la casi extinción tanto del PRI como del
PAN, esas corrientes políticas que se habían alternado el poder sin variaciones
importantes y que la gente identifica como el PRIAN, prácticamente expiran.
¿Tendrá sentido intentar que regresen al ánimo de la gente? Seguramente muchos
se harán esa pregunta y piensen que habrá perdón y olvido suficiente como para
que los votantes vuelvan a elegir a sus candidatos. Todo parece indicar que lo
más sensato sería desmantelar ambas instituciones y volver a comenzar, desde su
raíz, un nuevo proyecto político. En caso de que sus dirigencias opten por
insistir en restañar los cascarones que quedaron después de las elecciones, a
lo más que llegarán será a figurar como partidos coleros, los enanos de
siempre, los que se quedan atrás. Y esto es así porque el imaginario colectivo
es mucho más poderoso que la voluntad y el dinero de unos cuantos, por más que
su optimismo y confianza se desborden. La gente no votará más por cualquiera de
estos partidos en la cantidad necesaria como para que sus cuadros alcancen
posiciones importantes. Se ha cerrado un ciclo y los nuevos partidos emergentes
con distinto dinamismo y discurso toman el espacio de la política impulsados
por miles de seguidores que se empatan con sus ofertas. Las personas adquieren
lo nuevo y desechan lo que ya conocen y que además dio malos resultados, sobre
todo los jóvenes no caerán en el juego de las marcas ya quemadas.
Esto lo pensaron los fundadores hace años cuando abandonaron las siglas PNR
(Partido Nacional Revolucionario, 1928-1938, para convertirse en PRM,
1938-1946, (Partido de la Revolución Mexicana) y, en Partido Revolucionario
Institucional, (PRI) de 1946 al presente. Tal vez los ideólogos estén pensando
qué siglas corresponde utilizar sin perder la esencia política -esto los
desdibujaría completamente- si es que queda algo de ésta en sus filas. En
primer lugar, tendrán que plantearse cuál ha sido la razón que obligó a perder
el rumbo. En el 2000 un trastabillo junto con una gran maquinación, los dejó
fuera de los Pinos mas no del poder. El presidente iluso y débil Vicente Fox,
de la mano de su consorte Martita, fueron títeres de Carlos Salinas, lo mismo
que Felipe Calderón que sirvió solamente para que sus intereses, junto con los
negocios de la DEA y Washington, continuaran sin afectaciones de ninguna
especie, incluso cooperó sumiso y hasta cómplice, para regresar “la
silla”.
La etapa de Peña Nieto fue letal para la imagen pública del partido y peor aún
para la realidad de los mexicanos, hubo lo que podemos definir como el
hundimiento de una institución que llegó a lo más bajo del fango del quehacer
político, como lo fue la respuesta para los sucesos en aquella noche en Iguala,
Guerrero: lo acaecido a los jóvenes estudiantes de la escuela rural Isidro
Burgos, de Ayotzinapa es aberrante, además de que la inexplicable forma de
llevar el caso puso en vilo al gobierno que pagó en las urnas su enorme
fracaso.
Por su parte Acción Nacional cayó en la trampa que le tendió su líder Ricardo Anaya, quien a su vez cayó en la otra trampa que le puso el sistema para darle brillo a López Obrador. La gente del capital no iba a pasar por alto que la creciente ola del hartazgo encausada por el dirigente de Morena haría imposible esta vez la derrota electoral y se fueron con la marea. Apostaron, como siempre en la historia, a lo seguro, y ganaron. Hicieron de su enemigo su gallo y se llevaron de calle la elección. La forma cómo va a ser gobierno el equipo que entrará en funciones dejará sin ninguna posibilidad de resurrección al PRIAN. Si acaso llegan a tener sus militantes algunas bocanadas de aire, serán muy marginales, en lugares y cargos de poca relevancia. Ni siquiera como oposición tendrán reflectores porque adolecen de credibilidad, lo más importante en la política. Lo mejor sería que su militancia pensara en otras opciones.
Por su parte Acción Nacional cayó en la trampa que le tendió su líder Ricardo Anaya, quien a su vez cayó en la otra trampa que le puso el sistema para darle brillo a López Obrador. La gente del capital no iba a pasar por alto que la creciente ola del hartazgo encausada por el dirigente de Morena haría imposible esta vez la derrota electoral y se fueron con la marea. Apostaron, como siempre en la historia, a lo seguro, y ganaron. Hicieron de su enemigo su gallo y se llevaron de calle la elección. La forma cómo va a ser gobierno el equipo que entrará en funciones dejará sin ninguna posibilidad de resurrección al PRIAN. Si acaso llegan a tener sus militantes algunas bocanadas de aire, serán muy marginales, en lugares y cargos de poca relevancia. Ni siquiera como oposición tendrán reflectores porque adolecen de credibilidad, lo más importante en la política. Lo mejor sería que su militancia pensara en otras opciones.
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