martes, 22 de noviembre de 2011

La Fil: vicisitudes y memorias, veinticinco años después


Los veinticinco años que tiene ya, más otras opiniones e incluso informaciones parcialmente ciertas, me dan motivo para escribir este artículo dedicado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.


Como uno de los del equipo inicial que la fundaron y pusieron en marcha, me considero autorizado para dar, más allá de puntos de vista, críticas u opiniones que nadie me ha solicitado ni tampoco creo que tengan utilidad alguna, un testimonio de memoria de lo que vi hace un cuarto de siglo, cuando organizamos en 1987 la primera edición de esta maravilla que existe gracias al poder magnético de los libros y la literatura.


Me invitó directamente Maricarmen Canales, una de sus principales cabezas, con la idea de hacerme responsable de la venta de los stands en las casas editoriales que operan en el país, tanto nacionales, como extranjeras. Para ello era necesario dejar por ciertos períodos de tiempo a mi familia en Guadalajara, dado que casi la totalidad de estas empresas tienen sus oficinas en la capital. Se me proporcionó el directorio de dichas casas editoras y me encontré unas dos mil, aproximadamente y dos o si acaso tres, en Guadalajara.


Visité tantas como stands tenía la feria disponibles para la exposición y venta de libros, ya que otros estuvieron destinados a embajadas, universidades, centros de investigación y algunas rarezas, como libreros coleccionistas u otros.


La tarea de vender los stands, más que ardua fue crispante; no creían en nuestro proyecto. Nunca olvidaré al director de una editorial llamada Red Editorial Iberoamericana, (REI) que tenía sus oficinas cerca de Reforma. El individuo, un español, me hizo pasar a su despacho para mostrarme la invitación de la Fil en el bote de la basura. Según él “en este rancho nadie se acercaría a los libros”. Así como lo digo. Tamaña majadería solamente se explica en alguien que ignora totalmente las dinámicas de la provincia y tal vez hasta del propio país. Esta anécdota está como para restregarle otra invitación en la cara. Quién sabe qué sea de ese sujeto y de su empresa, pero seguro al tragar sus palabras, se atragantó.


Hubo, sin embargo, quienes sin llegar a esos extremos manifestaron sus dudas, en tanto que otros directivos fueron mucho más perceptivos e inteligentes, puesto que creyeron en la Fil. Entre ellos destaco al entonces director comercial de Grijalbo, don José Fuster, quien dejó este mundo hace años. Le recuerdo como un hombre de libros, que supo desde el principio hacia dónde nos dirigíamos.



¿De quién fue la idea?



Leí en una entrevista que le hicieron los de la revista Proceso al escritor Dante Medina, un buen amigo, por cierto, que Margarita Sierra, otra de las dirigentes de la feria, le manifestó que tenía una “idea” para vendérsela a Raúl Padilla, entonces director de un departamento de intercambio científico y académico, fundado por él mismo y su equipo, dentro de la UdG. Esa “idea” era el embrión de la Fil. Es impensable que a una sola persona se le ocurra algo semejante, máxime cuando ésta trabajaba entonces en un campo totalmente ajeno al de las ferias de libros. Yo tengo una versión diferente. La idea de crear por primera ocasión una feria internacional de libros en la provincia, de alguna manera tiene un antecedente en la Feria de Libros del Palacio de Mineria. Esta versión es la que me dio personalmente quien fue el primer director durante dos o tres años en la naciente Fil, el ingeniero Miguel Bolívar Zapata, quien antes de dirigir en Guadalajara, fungió como director de la Feria de Minería durante unos cuatro años, si bien recuerdo. Él me comentó que un amigo personal que a su vez lo era de Raúl Padilla, Onofre Sánches, pensaron proponer un proyecto semejante al de Minería para Guadalajara, con el mismo carácter nacional, dado que la feria capitalina no es propiamente internacional como la de Guadalajara. Para ello estuvieron de acuerdo en invitar a Raúl a un lugar para cenar y ahí platicar del plan. Me dijo Miguel en esa ocasión que Raúl estaba satisfecho con la idea y ahí mismo dejó claro que la propuesta sería darle un contexto internacional.


Entré como vendedor de stands y recorría sectores completos del DF. En ocasiones me apoyaban los choferes de la oficina de representación que tenía la UdG en la Colonia Roma, ahí llegaban los libros para su distribución a las librerías, porque ese lugar además servía de casa distribuidora del libro universitario, el encargado era Onofre Sánches. En esta finca tenía yo un escritorio, un mapa del DF, y una extensión telefónica. Las secretarias, al igual que el resto del personal, dos choferes-almacenistas, nos dieron un enorme apoyo, hasta que poco a poco se iba llenando el plano de la feria que estaba empotrado en hielo seco sobre la pared. Tuvimos que aceptar pagos del 50%, como anticipo, ya que los libreros esperaban los resultados para cubrir el total del importe por el espacio que les permitiría exhibir y vender libros en Guadalajara. Tal era el escepticismo que flotaba sobre la Fil.


Otro aspecto inicial que nos desfavoreció, aunque después tuvo un final feliz, fue el hecho de que la feria se pensó montar al principio en el Instituto Cultural Cabañas. La propaganda que se distribuía, en color plata con negro, así lo indicaba. De haber sido ahí hubiera fracasado desde el comienzo, ya que el lugar apenas si resiste, en términos de conservación de bienes con valor patrimonial e histórico, el impacto de las actividades burocráticas y algunas artísticas que emprende la SEC, Jalisco. No es propio para algo de gran magnitud y afluencia de públicos. La construcción de Expo Guadalajara, no estaba aún suficientemente avanzada. Sin embargo, los vientos cambiaron junto con la sede. Se imprimieron nuevos trípticos y demás documentos para dar a conocer y convocar a la feria.


En el organigrama inicial estuvieron Miguel Bolívar Zapata, quien se desempeñó como director general. Maricarmen Canales y Margarita Sierra se hacían cargo de diferentes actividades que iban desde las relaciones públicas gubernamentales, hasta relaciones internacionales. Daniel Varela estaba en el área de difusión. Emanuel Carballo creaba y organizaba bases de datos en una PC, la única que teníamos al principio, con el monitor monocromático y su programa Lotus. Era y es un gran editor. Antonio Venzor también se encargaba de áreas de medios y difusión. La actual directora Nubia Macías se desempeñaba como asistente de Margarita Sierra. Estaba también una chica del Iteso; Susana Sanromán.


La coordinación de la parte operativa técnica, el montaje de tal cantidad de stands, al principio metálicos y elaborados en los talleres de la UdG, fue por cuenta de Antonio Magallanes, así mismo, la Fil se ayudó de muchos universitarios que fueron sumados en tareas de apoyo logístico, edecanes, choferes, guías, etc. Si me falta algún nombre por citar en este primer equipo que duró dos años, es por falta de memoria. Cabe aquí también mencionar que los prestadores de servicios han sido un puntal de la Fil durante sus veinticinco años.


Al tercer año el puesto de encargado de ventas desapareció por innecesario: había ya una lista de espera por si algún inscrito cancelaba su participación. Increíblemente, casi por milagro, como apunta Dante Medina, la feria creció en cada año. Vimos por ahí maravillas vivientes como Silvio Rodríguez, Eduardo Galeano, Augusto Monterroso y Ernesto Cardenal. La Fil es Fuentes, Mosiváis y Arreola. También es tumultos de chiquillos corriendo por los pasillos, pasando muy cerca, casi rozando el talle de las beldades que graciosamente atormentan el pensamiento con una lluvia de deseos. Es un tropel, un enjambre humano propio para el saludadero interminable.


Mi trabajo concluyó muy aprisa, ya no hubo qué vender y me retiré unos años. Pero el destino me tenía un lugar en la Fil después; cuando ingresé a Televisa- Guadalajara. Como periodista encargado de actividades culturales, cubría la Fil, con entrevistas incluidas. Este fue el gran paso que me llevó a sentarme a dialogar con Carlos Fuentes, justo el día en que acababa él de presentar el libro de poemas de su hijo desparecido, Carlos Fuentes Lemus. Me acompañaba mi padre en el mesanine de la Expo, donde tenía lugar la entrevista, Al percatarse Fuentes del trato que tengo con mi viejo, me comentó: veo que llevas una excelente relación con tu padre. – Si,- le confirmé, somos grandes amigos. Recuerdo, y se nublan los míos, sus ojos depositarios de unas lágrimas que no se atrevieron a humedecer el rostro tan conocido y respetado. Su hijo acababa de morir.


Fue casi una década en que año con año estaba yo presente el día completo en la Fil, antes de partir a los estudios a editar las notas y reportajes. Era uno de mis campos favoritos de acción. Gozaba al tiempo que hacía mi trabajo.


Antes de concluir con esta memoria quiero dejar testimonio de uno de mis mejores recuerdos en esta gran feria. Era en la primera, fines de noviembre de 1987. Se organizó un homenaje a Juan José Arreola y el señor llegó con una hora de anticipación. Además se fue con su chofer o quien le haya llevado, por la puerta de atrás, justo el área de bodegas. Finalmente lo trasladaron a donde estaban los directivos y éstos, bastante ocupados, no pudieron atenderlo como merecía tan distinguido escritor en una feria de obras y autores. Entonces me pidieron que fuese algo así como su edecán por una hora. Tiempo suficiente para que el guzmanense me deleitara con su conversación prolija y literalmente de fábula. Nos detuvimos en un stand, él iba sosteniéndose un poco con mi brazo, entonces me soltó y tomó un libro. Mira, me dijo, aquí está el libro de donde aprendió mi hermana la receta del gazpacho andaluz. Tenía don Juan José una memoria maravillosa, y además era aficionado a las matemáticas. Hizo un cálculo y se llevó la mano a la frente: ¡Dios mío!, exclamó, era muy bueno para exclamar, declamar y todo lo que termina en amar. Me señaló un anuncio: 80 mil títulos. Es una barbaridad, comentó Arreola, si un individuo se pasara la vida leyendo hasta ajustar setenta años, a lo mucho leería unos cuatro mil ejemplares. Es una locura tanto libro ¿quién los va a leer? Yo jamás leo algo nuevo. Leo mis favoritos una y otra vez, vuelvo a ellos, no pierdo el tiempo con otros… ¡Zas! Me dejó atónito, pero seguimos caminando. Desde entonces he sido más cuidadoso o selectivo cuando elijo qué leer.


Hay más que pudiera mencionar después de un ejercicio de reflexión y sobre todo evocación de esos años, los finales del siglo veinte y esta primera década del veintiuno, bastante agitada, por cierto, en todos los órdenes, para bien y para mal.


Coincido con Dante en que esta feria tiene mucho de farandulera, es más, nació un tanto farandulera, digamos que con un pie en los libros y el otro en la fiesta. Pero ese es su secreto, su máxima para el éxito: ven, lee y diviértete.







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