Nuevamente reflexionando sobre qué es lo que permite a unos tomar las decisiones por los demás, pienso en el poder de influencia que tienen los grupos y actores sociales que no propiamente manejan el mundo financiero, sino que sus actividades se hallan muy aparte.
La geografía social nacional incluye centros de convergencia, redes y circulación simbólica articuladas por variadas ideologías en constante movimiento y transformación. Las formas de pensamiento colectivo dan lugar a sociedades altruistas, deportivas, religiosas, científicas, ambientalistas, políticas, agrupamientos de género, profesionistas, asistenciales, lucrativas o de negocios, especulativas y hasta las pequeñas o grandes asociaciones delictivas tan de moda.
Las masas se fragmentan en infinidad de circuitos que pudiera llamárseles bits, chips o unidades mayores de almacenamiento y circulación de capital social, como son los partidos, los grandes corporativos o la iglesia de las mayorías en México, identificada como católica.
Los conglomerados sociales institucionalizados, fincados sobre procesos históricos comunes, como lo son el clero, las asociaciones de propietarios de medios de comunicación, empresariados, las universidades, algunos agrupamientos u organismos civiles que se han internacionalizado, en determinado momento coyuntural logran imponer si no la totalidad, al menos alguna parte de sus respectivas agendas en la mesa de negociaciones que finalmente determina presupuestos, partidas e iniciativas de desarrollo o cualquier asunto de carácter público.
Estos procesos son mucho más dilatados porque su gestión se basa normalmente en planteamientos propios de visiones subjetivas individuales o colectivas, en las que se refleja un posicionamiento ideológico, que consecuentemente contrasta, choca, pugna hasta llegar muchas veces al conflicto con las demás corrientes.
Se impone naturalmente la voluntad de los que llegan a posicionarse mejor en la escala social. Quienes cuentan con acceso a recursos económicos, comunicativos, tecnológicos, entre otros, tienen mayores posibilidades de incidir en la dirección social que aquellos otros que permanecen marginados de origen.
Esto significa que las desigualdades y desequilibrios no emanan solamente de los centros neurálgicos o de poder que aparentemente dictaminan el destino de las masas, sino que la propia dinámica sociocultural de las fuentes o núcleos en que se fragmentan las mayorías para volverse minorías, conlleva este fenómeno: la desigualdad, la exclusión, la marginalidad, son producidas y repetidas tanto en mínimas como grandes escalas y desde el pensamiento colectivo. Las diferencias comienzan en los mismos núcleos familiares, la escuela, el vecindario, los centros de trabajo, de investigación, áreas de recreación, deportivas, etcétera.
Esta idea me hace recordar un apunte del sociólogo Jesús Martín Barbero que incluye en su obra “Oficio de Cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura”, (2002) donde se pregunta: “¿qué en el dominado trabaja a favor del dominador? ¿Poniendo en juego qué contradicciones la dominación es también actividad y no mera pasividad en el dominado? Si se desmonta la complicidad del dominado con su dominador, nos dice el autor, “será posible romper con el verticalismo populista y comprender realmente que la liberación es problema del oprimido, que es en él donde se encuentran las claves de su liberación”.
Analizada de esta manera, la dirección de la sociedad fundamentalmente parte desde abajo, de la raíz del tejido humano. Por tanto, cualquier cambio que se piense necesario para mejorar el clima de convivencia ha de surgir desde este punto. El problema del desequilibrio entre la gente viene de la semilla del fruto. Entonces, gracias a la ayuda de la nueva biología molecular, es posible suponer con los mismos principios de modificación de los genomas, que será posible operar en los fractales que conformamos socialmente. Es factible ahora retirar, desde las células madre, los genes dañados que pueden a su vez dañar, para suplirlos por tejido sano ¿cómo identificarlos en lo social?
Vemos que las poblaciones nacen y crecen sin control o planificación alguna. Permitimos que incuantificables núcleos de población proliferen reproduciendo los agentes nocivos y contaminantes que han minado peligrosamente toda la estructura. Nada impide hasta hoy que se expanda lo dañino con todos sus agravantes colaterales.
Los embriones van fallidos de origen, surgen anómalos, se reproducen exponencialmente hasta formar campos de difícil acceso y control para cuerpos extraños como lo son las instituciones del Estado, que a su vez muestran grados de descomposición por contaminación sumamente alarmantes.
Es muy importante no confundir estas células con los cuadros de marginalidad, con la pobreza material que padece la mayoría de la gente de este país: la confusa multiplicación de células enfermas opera indistintamente en los ámbitos socioculturales.
Ahora que está de moda decir que el modelo económico que aplica en el mundo capitalista, que es casi todo el planeta, se ha agotado, al menos como ejercicio creativo sería conveniente pensar en otras dinámicas, como sería por ejemplo replantear los sistemas monetarios con base en metal, concretamente oro. Revaluar la plata y sobre todo el capital humano.
Lo más importante: pensar en un gobierno ético como salida plausible a la crisis sistémica que vivimos.
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