jueves, 26 de marzo de 2009

México, país de pirámides







Entre las múltiples grandezas que tiene nuestro país aparecen, majestuosas y misteriosas, decenas de pirámides que varían de arquitectura, uso y época.
Como centros de reunión, culto o enormes mausoleos, cumplieron también con el propósito de ofrecer un lugar idóneo para escudriñar el cielo y discernir así la mecánica del movimiento de los cuerpos siderales.
Las pirámides mesoamericanas como lo son las de Teotihuacán y Chichen-Itzá, se encuentran asociadas a elevaciones que fungieron como puntos angulares de referencia en las constantes observaciones astronómicas.
Los desplazamientos solares y lunares eran cuidadosamente estudiados, al igual que la forma y ubicación de las constelaciones. Para ello se basaban en puntos de observación, donde se llevaban registros, a la vez que trazaban esquemas sobre diferentes superficies, lo cual les permitía cultivar una ciencia astronómica que les servía para marcar fechas donde se hacían ceremonias o bien organizar las actividades en torno a los ciclos agrícolas.
Teotihuacán, Monte Albán, Tula, Cholula y Tajín, son algunos de los lugares que más se conocen entre los que guardan el patrimonio de tiempos prehispánicos, aparte del fantástico mundo maya, que contiene cientos de zonas aún sin explorarse en su totalidad.
En el occidente no se tiene conocimiento de la existencia de pirámides o construcciones de gran estructura, salvo algunas muy interesantes en los estados de Nayarit y Colima. El Ixtépete, rodeado totalmente por la urbanización de la capital jalisciense, es uno de los lugares que guardan ruinas que pueden dar idea de algún tipo de organización y motivación que les llevaba a emprender tales construcciones.
Abundan en la región las muestras de elevado valor estético y significado histórico necesarias para armar los mapas que nos faltan para conocer el pasado, más allá de lo que nos permitieron saber los escasos códices de antes y después de la conquista y algunas crónicas mestizas o europeas.
A través de los hallazgos como lo son las tumbas de tiro, características de la zona occidental de México y otros vestigios como las extrañas pirámides circulares de los llamados guachimontones, en la bregión de Teuchitlán, notablemente investigados por los arqueólogos Phil Weigand y su esposa Celia, conocemos cada día un poco más sobre las culturas pretéritas que florecieron en donde ahora vivimos nosotros.
Con esa inquietud me involucré hace años en una serie de excursiones, al principio con el profesor Samuel Moya, arqueólogo autodidacta que vive y da clases en la preparatoria de San Agustín y quien conoce la zona gracias a sus constantes excursiones con alumnos e interesados en el tema de la historia regional. En dos ocasiones nos acompañó Otto Shondube y descubrimos algunas formaciones de piedra como muros y escalinatas; lugares de observación y culto utilizados por gente de hace unos mil quinientos años, aproximadamente, según los cálculos hechos por el arqueólogo al reunir varios restos de cerámica y molcajetes.
Alguna vez hice un recorrido por una zona no muy lejana de donde nos llevó el profesor Moya y al pasar por unos sembradíos que tenían la milpa ya crecida, vi recortarse contra el crepúsculo la silueta enorme y asombrosa de una gran pirámide. Averigüé días después con la ayuda de un mapa que se trataba de una elevación natural que se conoce como cerro de la Villita. Me hice de una carta Cetenal de las que proporciona el Inegi, y pude corroborar que efectivamente el cerro, junto con otro muy próximo llamado cerro de las Latillas, se consideran conos volcánicos.
De todas maneras fui a reconocerlos con mis propios ojos y me sorprendí mucho de la forma piramidal de ambos. Volví en varias ocasiones y cada vez constataba que algo había hecho la mano humana, pues encontramos que estaban en parte terraceados y casi a flor de tierra hallamos tepalcates y pedazos de figuras que el arqueólogo Luis Gastelum, de la UdG, les estimó una fecha de mil quinientos a dos mil años de antigüedad.
Ya con estos datos me entusiasmé y acudí al INAH, y después de una inspección me entregaron una carta que de alguna manera daba a entender que no le vieron nada de importancia. Entonces guardé mis fotografías y deseos en un cajón y continué mi vida periodística y académica.
De cualquier forma esperé la estación más propicia para visitar las que yo consideraba y considero pirámides, para subir de nuevo y fue entonces que descubrí una plataforma rectangular o cuadrada con algunos gradientes señalando seguramente puntos cardinales. La estructura tenía curiosamente alguna intervención de fecha actual porque mostraba metal, sin embrago no deja de ser muy rara en medio de esa soledad y lejanía.
Además, mi intuición que se fascina con este tema, me llevó a pensar en la posibilidad de haber sido un lugar habitado por gente adelantada en cuestiones de agricultura y cierto orden social y de seguro militar: Eran los custodios del hierro de la época, es decir, la obsidiana.
El Bosque de la Primavera es una fuente inagotable del material vítreo que despidieron los volcanes. Tal vez una de las más importantes del continente. Con ello fabricaban armas para la guerra o utensilios para diversos usos incluido la cirujia.
Los dueños de las minas de obsidiana seguramente las defendieron con estrategia militar y se beneficiaron de su comercio. Así se hicieron grandes y lograron prosperar y llevar a cabo intercambios culturales con pueblos o repúblicas de elevada condición intelectual como lo fueron los teotihuacanos o los toltecas. Quizá fueran contemporáneos de los mayas u olmecas, difícil saberlo con tan poco que conocemos de ellos.
Hoy que disponemos de herramientas maravillosas como el Google Earth, decidí visitar virtualmente las pirámides y se me fue el sueño de las últimas noches ante lo que descubrí y comparto con mis amigos.
Son tres pirámides alineadas en un triángulo muy bien delineado. Dos de ellas están escalonadas, aunque la actividad moderna ha deteriorado bastante la superficie de ambas. Inclusive una de ellas estuvo concesionada al ferrocarril para extraer balastro.
Son cónicas, circulares y perfectamente delineadas buscando la forma piramidal. Se aprecian en las fotografías los relieves geométricos y en los trasfondos se observa claramente otras elevaciones que se utilizaron igualmente para la práctica astronómica y quién sabe qué más.
Casi me quedo sin aliento y me embriagué de emociones cuando descubrí gracias a la tecnología del zoom de esta herramienta de navegación, unos trazos en el suelo que resistieron el paso de los siglos con todo y la maquinaria agrícola moderna. ¡Figuras de planetas! Alineamientos y círculos, junto con trazos rectilíneos y otros más que hacen referencia ni más ni menos que al gran símbolo que utilizaron los mayas y otras civilizaciones: Hunab Ku. El círculo con otro círculo dentro. De acuerdo con el estudioso de pirámides mexicanas Peter Topkins, el complejo de la zona central ceremonial de una pirámide mesoamericana, se hacía en la forma de un cuadrado circunscrito por una esfera, símbolo de Hunab Ku.
Nos dice el autor que la concepción maya de la tierra era que había sido formada de una nebulosa mediante la combinación de fuego, agua y gases, que produjeron materia sólida creadora, era Can o Kan; siendo Huracán el vórtice rotatorio que hacía posible la condensación de elementos primordiales al incorporarlos en un núcleo, reintegrando así los elementos desintegrados por el caos.
Aquí les dejo estas fotografías de los círculos de Hunab Ku, en una zona adyacente a las pirámides desde cuya cúspide quizá eran estudiados por los ancestros mexicanos.
Cuando gusten visitar las pirámides me dicen para organizar una excursión.
Si tuviéramos autoridades capaces las buscaría para hacer algo, pero ni para qué perder el tiempo, así que honrando con todo cariño el precioso y riquísimo significado de nuestras raíces, les mando lo que he visto y comprobado. Ojalá pudiéramos organizarnos para crear un museo de sitio en el lugar y tal vez un parque temático.


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