miércoles, 22 de junio de 2011

La crisis en México

Si bien tiene fundamento la tesis de que los problemas de cada país no son de su exclusividad, dado que la gran mayoría forman parte de un concierto capitalista global, que por demás está decir que ha entrado en una trepidante crisis, en mucho, lo que se resuelva o no, es algo que compete en primer término a los responsables del gobierno, de la administración pública y de los grupos que influyen en la toma de decisiones de cada nación.
Hace meses fuimos testigos de que el mundo financiero se cimbra, los capitales que viven del capital, es decir el mercado del dinero, entraron en una fase que muchos describen como terminal, donde el exceso de oferta destruyó la demanda generando más pobreza y desigualdad. Tan sólo en América Latina, donde las medidas de ajuste estructural y de estabilización económica prescriptas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) hundieron a la población en la miseria, la cantidad de pobres se duplicó entre 1980 y 2001 pasando de 120, a 220 millones.
Desde que fueron abandonadas o francamente despreciadas las políticas sociales y quedó la economía bajo la égida del Banco Mundial (BM) y el Consenso de Washington de los años 1980-1990, cualquier consideración ligada a la asistencia o ayuda social, aquello que se entiende como compromiso presupuestario hacia el pueblo, al igual que toda medida redistributiva, han sido fuertemente atacados, siendo los propios gobernantes, quienes repuntan este modelo emblemático del capitalismo moderno y ponen todo el aparato del Estado a su servicio. Por supuesto que la agudización de la crisis actual tiene que ver además con presiones o intereses mancomunados con los lobbies del país vecino, que a últimas fechas ha presentado síntomas de pérdida de liderazgo entre las naciones, principalmente en Europa y no se diga ante China, nación cuyo poderío industrial y comercial se hace evidente por medio de una expansión mundial que cada día es más importante en Latinoamérica.
Esta y otras situaciones adversas han obligado a que Estados Unidos reaccione en la forma acostumbrada, utilizando la ley del garrote, lo cual agudiza la problemática mexicana junto con las dificultades que muestran los gobiernos para entenderse con sus pares, a pesar de que en las tres décadas recientes han sido complacientes hasta la abyección, para cumplir con los dictados estadounidenses, principalmente en materia económica, migratoria y de seguridad. La sujeción del país por parte del Consejo de Washington nos priva por ahora de cualquier independencia económica y política. La manera como se formuló y se lleva a cabo el TLC y el Plan Mérida, son ejemplos claros.
Es importante también señalar que al depender los Estados Unidos de las drogas, tanto a niveles de consumo como del negocio que éstas ofrecen, su “socio comercial” México, tiene que jugar un triple rol bastante complejo como proveedor, puente y justiciero de quienes operen por fuera del círculo protegido por ambos gobiernos. Eso explica los más de 40 mil muertos relacionados con esta política de Estado, en lo que lleva la administración de Felipe Calderón, más lo que se sumen de aquí a que sea relevado del cargo.
La severa crisis no es otra cosa sino la consecuencia de sucesivos gobiernos cleptócratas, conformados por gente acostumbrada a servirse del poder, por ínfimo que sea, sin la menor consideración hacia gobernados. Cualquier puesto en los tres niveles de gobierno en México, es entendido como sinónimo de oportunidad. El Estado es percibido como una gran agencia de empleos y negocios a la cual los dos regímenes surgidos de la pseudo transición democrática, impusieron su propia dinámica con la misma fórmula de: a mayores escrúpulos menores posibilidades de hacer fortuna. Por su parte los partidos en lugar de tener desarrollo para favorecer la calidad de la democracia, se revelan como instituciones que enlistan gente ávida de llegar a cualquier cargo de la función pública, a costa de lo que sea y después disfrutar los beneficios de ese golpe de suerte. El pueblo expresa una sentencia que al respecto dice: “a mi no me den, sino pónganme donde haya”.
Igualmente aquella frase porfiriana de “más administración y menos política”, hoy pudiera ser sustituida por “más concentración del poder y menos política”.
Así se inscribe nuestra realidad como nación subdesarrollada que en ocasiones retrocede en la práctica democrática.

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