jueves, 16 de julio de 2015

El otro túnel

No terminan de disiparse las ondas de un terremoto político cuando otro escándalo viene a suplir al anterior. Así ha sucedido de continuo en la sangrienta trama alrededor de las drogas que dio inicio en el periodo de Felipe Calderón y que parece no acabar, sino todo lo contrario; los caudales de dinero que destina el gobierno para compra de armamento a Estados Unidos se multiplicaron alarmantemente en los últimos años. Ha sido un gran negocio. Ahora todo parece indicar que ese gran negocio también da para construir túneles de un metro setenta centímetros de altura, ochenta centímetros de espesor y un kilómetro y medio de largo que sirvan como vía de escape al narcotraficante mexicano más célebre (hasta Forbes se ha ocupado de mencionarlo por cuatro años consecutivos entre los millonarios del mundo) de los últimos años. ¿Cuánto dinero costó su fuga? Es difícil resistir la curiosidad por saber algo acerca de la logística empleada para llevar a cabo dicha empresa; es decir, cómo fue posible su construcción sin que nadie detectara nada, ¿cuál es ese otro túnel invisible por el que fluyen los dineros y las influencias para que el capo se vaya? El gobierno federal tendrá dificultades para explicar si la excavación y acondicionamiento fueron realizados en los diez meses que duró preso el ahora prófugo, o si ya esta ruta existía para permitir que el capo y su gente lo utilizaran para llevarlo de regreso a su casa cuando se “lograra” su captura, o sea que el túnel haya sido preparado exprofeso para esa clase de menesteres. Finalmente en México hay cosas mucho peores que la segunda escapada que se dio el Chapo Guzmán de un supuesto penal de alta seguridad. Estamos viviendo tal vez la peor crisis económica en mucho tiempo; ya que en lo que va de administración de Peña Nieto el peso ha perdido más de un veinte por ciento de su valor frente al dólar estadounidense. Esta enorme y vertiginosa devaluación, que por cierto tiende a acelerarse debido a la crisis europea, no se había visto desde los póstumos años fatales del PRI que lo llevaron a su derrota y comenzara la alternancia en 2001, (año de la primera fuga del Chapo Guzmán). La situación ha disparado los precios en forma alarmante, por lo que la gente cada día se ve más desesperada al no tener manera de costearse la vida. Por otra parte, hay verdaderas oleadas de delincuentes que a diario trastornan la vida de los ciudadanos en todas partes, sin que la fuerza pública pueda contenerlos, sino que más bien esta se vuelve muchas veces un enemigo más de la sociedad. Por todo esto, la espectacularidad que rodea la fuga del narcotraficante Guzman Loera, el fragor mediático que se desató en las redes sociales y en los de-más medios; todo ese ruido tremendo que sacudirá las redes durante las próximas horas y por el resto de la semana, también repercutirá con efectos políticos que acompañarán al suceso. No tan sólo será la distracción inesperada para evadir a la opinión pública -aunque sea por un periodo breve de tiempo- de la difícil realidad, sino que pudiera ser esta la marea que pueda derribar la última pieza de la frágil estructura del gobierno y, por qué no, llevarlo a su fin. La crisis de Estado que se avecina seguramente acabará con lo poco que existe de credibilidad y firmeza, en un régimen que dio continuidad a la política de guerra contra los cárteles de la droga sin más fundamento que la fuerza que dan los ejércitos y las policías; es decir, una lucha frontal que solamente pone a prueba la capacidad de fuego de ambos bandos, pero que a la vez ha lesionado severamente al tejido social al aplastar derechos humanos fundamentales. Esta es otra más de las funestas consecuencias de dicha política gubernamental. No se cambió de miras ni tampoco por ello de estrategias para que la sociedad se libere de los daños que conlleva el consumo desenfrenado de drogas, principalmente entre los jóvenes. Para las autoridades del país evidentemente no tuvo mayor importancia la parte social y cultural del problema, la raíz que tiene en las incuantificables desigualdades ya catalogadas como neoliberales, y carencias que verdaderamente atormentan a la gente en cada rincón de la nación. La enfermedad social de las drogas transmuta en un problema de salud pública, que se manifiesta en millones de jóvenes y adultos que se consumen en ese infierno. Terriblemente esa pesadilla representa un gran negocio y oportunidad para muchos, además de ser un pretexto a la medida que los gobiernos usan para llevar a cabo la militarización que antecede al máximo control político y estratégico, cuyos hilos mueven ¿por cuánto tiempo más? las elites financieras globales. El problema de las drogas, los gobiernos de México y Estados Unidos, al menos por lo que consta, no lo afrontan como problema originado en diversos ámbitos y por distintas causas, principalmente los atrasos socioculturales y la corrupción, sino lo ven como oportunidad para legitimar regímenes que favorecen el desarrollo de trasnacionales y la utilidad que a estas les representa el control de los recursos estratégicos, fundamentalmente. De esta forma se mantiene el círculo que cierra con el equipamiento continuo de los ejércitos, que igualmente significa un ingreso importante de dinero para el país que expende las armas. Para estos grupos es más redituable mantener la maquinaria de guerra operando, las drogas fluyendo y los capos escapando. Ah, por supuesto que también los rumores operando como torrentes ruidosos a través de los medios y las redes sociales, ya que son igualmente necesarios para que a la gente ordinaria se le escape del imaginario la triste realidad. Aunque estas mismas redes y rumores la mayoría de las veces se vuelven contra sus amos. Ahora que, si bien esta salida del reo se lleva de paso por lo menos a un ministro, quien la tramó y ejecutó saldrá beneficiado, en tanto el Estado se debilita y se hunde más.

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