jueves, 6 de noviembre de 2014

México en llamas

Hace mucho tiempo México vive la vorágine del terror; por negligencia, por incapacidad, por el dolo, hasta la perversidad, que fluye desde su clase gobernante, de sus fuerzas armadas y de la gente vinculada a toda forma de poder de facto u otro ejercido desde las instituciones, o incluso por una clase de adinerados que explotan la facilidad con la que pueden pasar por alto la ley, para ensanchar sus capitales y dominios. La crisis no es producto exclusivo de gobiernos fallidos socavados por la corrupción, o de los llamados delincuentes, sino además de quienes se supone están para proteger a la sociedad de esos delincuentes y, también de aquellos quienes juegan el doble rol de ciudadanos que aparentan tener una forma honesta de vivir, a la vez que son los actores invisibles de las tramas más atroces que flagelan a la sociedad; los llamados criminales de cuello blanco, de los cuales no se habla casi nunca. Las matanzas sumarias fueron en aumento a partir de que Felipe Calderón, siempre felicitado y respaldado por sus pares estadounidenses y aliados, buscó legitimidad para ocupar el cargo de presidente, el cual obtuvo en forma fraudulenta gracias a un robo (que permaneció impune) de la elección federal efectuada en 2006. (Existen investigaciones sólidas que respaldan esta percepción que mantuvo por años una buena parte del electorado que acudió a las urnas). Acto seguido, emprendió una obsesiva persecución de supuestos o reales delincuentes lo cual hizo con gran acompañamiento de los medios de comunicación. Los crímenes masivos tienen ahora al país la más vergonzante y triste opinión mundial que se haya conocido desde las cruentas batallas de la Revolución de 1910. Ni el violento 2 de octubre de 1968 se asemeja a lo que es actualmente este suelo dolido por sus muertos y desaparecidos. Ya no tan sólo se siembra maíz en el campo, sino cadáveres. La palabra México se asocia en el imaginario con los conceptos más oscuros que puede tener la realidad humana: muerte, miedo de ser víctima, inseguridad compartida por millones de ciudadanos. Se han perdido, tal vez para siempre, más de cuarenta jóvenes, estudiantes de origen campesino cuya desaparición y sacrificio cometido con toda la saña posible, muestra las entrañas de un país socialmente desintegrado, políticamente dividido y además corroído por la violencia que se ha instalado en la mayor parte del territorio. La justicia y la ley en México, son abstracciones de los discursos que pronuncian gobernantes incapaces de ofrecer soluciones. . Solamente en el sexenio en que gobernó Salinas de Gortari fueron denunciadas las desapariciones de alrededor de trescientos militantes del PRD, entonces la fuerza política opositora más contundente y por tanto significativa para un posible cambio, que finalmente tampoco tuvo lugar por la tramposa "caída del sistema" que impidió una revisión del resultado electoral (junio de 1987) que le arrebató el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas. En ese mismo lapso suceden los asesinatos del líder del PRI, Francisco Ruiz Masieu (en la Ciudad de México); del candidato electo por ese mismo partido, Luis Donaldo Colosio (Lomas Taurinas, Tijuana) y del Cardenal Juan Jesus Posadas Ocampo; este último en un operativo llevado a cabo en el aeropuerto de Guadalajara, por sicarios y elementos de fuerzas policiales que aparentemente se coordinaron para simular un enfrentamiento entre bandas del crimen organizado. Finalmente los autores de la balacera que costó la vida al prelado, junto con su chofer y alrededor de seis personas que tuvieron la desgracia de estar en dicho lugar en esos fatídicos minutos, viajaron tranquilamente en un vuelo comercial que aterrizó en la ciudad de Tijuana, más de dos horas después, sin que nadie se atreviera a molestarlos. Sin embargo, tampoco se puede hablar de partidos que se rijan por principios estatutarios, sino que éstos, en una inercia letal, se mueven en todo caso por intereses grupales e individuales opuestos a la lógica de un desarrollo de país que procura el bienestar de los ciudadanos y el mejoramiento del tejido social a base de una justa reorganización de sus instituciones. Los mexicanos, en su inmensa mayoría, están amenazados por una suerte de poder de facto, impuesto por grupos que operan en todos los circuitos del ámbito gubernamental y del empresariado, igualmente vinculado a hechos que han alterado el orden jurídico y/o violentado en diferente forma el Estado de Derecho. En esta lista caben lo mismo medios de comunicación, como Televisa, (Empresa involucrada en un escándalo del cual ya no se habló más, cuando al ser detenida hace un par de años en Honduras una caravana de vehículos con el logotipo de esta empresa, se les encontró la suma de nueve millones de dólares) que otros giros como casinos, burdeles, bancos desarrollos inmobiliarios, operados desde las esferas de las mafias nacionales y mundiales. La descomposición social e institucional del país es mayúscula, además se agrava en la medida que no aparece por ninguna parte la razón respaldada en instituciones que se rijan por la acción de líderes que no incurran en ilícitos o abusos de autoridad o uso irracional de la fuerza. Nada parece cambiar esta dinámica que condena a los mexicanos a estar todos los días rozando con el riesgo de perder bienes, libertades y derechos, quizá hasta la propia vida. México arde como una llanura consumida por el fuego que han provocado sus propios gobiernos, incapaces de proteger al Estado y a la población. Se mantiene en vilo la seguridad, el orden, la justicia. Como la metáfora de un llano en llamas, tal cual describió Juan Rulfo acerca de una zona en plena canícula. Se trata entonces del ardor de la sociedad atemorizada, indignada y extraviada en un contexto de locura sangrienta, desatada por el poder. Por su parte, las armas con las que se muere la gente en México son, en su inmensa mayoría, provenientes de Estados Unidos, tanto legal como ilegalmente. De esta forma han alimentado los vecinos del norte un negocio envilecido por la impunidad con que operan los comerciantes de toda clase de armamento, desde militares retirados, hasta los conocidos rangers, aquellos asesinos que se ceban en los cuerpos cansados y débiles de los inmigrantes cuya situación de violencia y pobreza les empuja para cruzar la frontera. El México mafioso de ahora está fuertemente asido del diabólico sistema que permite el comercio y la circulación de armas, como una franquicia de la muerte. En ello se sostienen los carteles y demás organizaciones de diferente tamaño y modo de actuar. El tráfico de droga no es ya el tema principal de estas páginas negras, sino la condena a muerte que dictan los que gozan de poder público, apoyados por los criminales provenientes de una multiplicidad de grupos o células, cuyo único fin es agredir y matar sin escrúpulos, con la mayor crueldad posible, con tal de dominar el territorio política y económicamente. El México bárbaro evoluciono al México desquiciado. El México solidario con los países, devino en un México en llamas.

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