La democracia es
producto de ciudadanos como respuesta a las tiranías soberanas o totalitarismos
impuestos desde las cimas del poder. Se construye y funciona en esencia a base
de mayorías y de otros factores que la conforman como un sistema de régimen
político. Entre ellos podemos considerar los procedimientos necesarios para la
rotación del poder mediante la participación de quienes acuden a elegir o ser
elegidos, al igual que otras condiciones que hacen de este ejercicio pacífico
la única posibilidad de convivencia entre quienes conforman las naciones como
individuos que ejercen libremente todos sus derechos. En el ámbito
internacional, la democracia sigue operando en un campo que obedece reglas
basadas en la búsqueda del consenso mayoritario para efectuar los múltiples
tratados de impacto global.
La democracia hace
propicio el pacto social entre los distintos actores que ven por sus intereses
de cualquier índole, para lo cual existe el marco constitucional que los
ampara, respalda, regula, condiciona e incluso les inhibe o coarta libertades cuando
llegan a ser contrarios al interés del consenso.
A diferencia de las
naciones donde tuvo origen y se fraguó la democracia con el fortalecimiento de
la esfera pública, conformada sobre todo por la burguesía floreciente que
antecedió a la clase media, en los Estados colonizados donde llegó a ser implantada
mucho después de que consiguieron sus independencias, surgen distintos
inconvenientes que no ha sido posible superar. Por principio en estas naciones,
como México, las masas fueron enseñadas más a venerar y respetar a los amos y
superiores, que a ser ciudadanos, condición básica para modificar o intentar cambiar el orden social. De ahí que los
caciquismos hayan proliferado históricamente en todos los sectores, desde el
campesinado al obrerismo y hasta la gran burocracia junto con las estructuras
partidistas. Toda la armazón del régimen, desde la presidencia de la República
hasta las fractales que se replican por el país señalan ese patrón en el que el
diseño de la imposición del poder y la fuerza para perpetuarlo, invariablemente
han emanado de las cúpulas, en lugar de hacerlo desde las bases que simplemente
obedecen y sirven.
Además el tapiz
sociocultural mexicano hace que persistan costumbrismos ancestrales e
igualmente una población que rebaza en número a otros sectores, la cual se haya
muy distante de representar realmente una ciudadanía.
Se trata de la gran
masa cuyo rezago cultural, específicamente en materia política, le vuelve
dúctil a las voluntades de la élite. En esta franja poblacional, como lo
acabamos de ver, se decide el mapa político que relevará al actual, como ha
sucedido a partir de 1990, cuando se crean organismos ciudadanizados o no
partidistas que se involucraron en los procesos electorales. Sin embargo éstos
no alcanzaron a tener los niveles de autonomía necesarios con respecto de los
partidos u otros poderes, incluso de facto, por lo que los procesos electorales
de 2006 y 2012 manifestaron múltiples irregularidades que dieron origen a
varios litigios que no han concluido, en el caso del anterior procesos electoral. En esta etapa del 2012, las faltas comienzan a ocurrir
aún antes del comienzo de las campañas, cuando la expectativa mediática
construyó la candidatura de Peña Nieto respaldada por grupos de empresarios
cuya apuesta les redituará ampliamente para incrementar sus emporios.
El gran problema de
México es la corrupción.
De ahí parte todo lo
demás, inclusive la posibilidad de acrecentar la cultura ciudadana, cooptada
por dichos poderes fácticos, en especial los medios de comunicación cuyo poder
doblega al Estado quedando a merced de los corporativos locales y lobbies
internacionales que aprovechan la coyuntura política al máximo, dejando
aproximadamente la mitad de la población con una marginalidad de vida entre las
peores en América Latina. Este sentimiento
lo manifiestan las protestas populares que se alzaron contra la
imposición del candidato del PRI: “Televisa te idiotiza”.
Con este escenario que
además de crear incertidumbre y desconfianza tiende a ser turbulento, no
existirá democracia en México, comenzando con el obstáculo mayúsculo que
imponen los medios de comunicación que forman un bloque; en especial la
televisora y algunos diarios, que por años se han dedicado a construir
imaginarios a favor de que no cambien las cosas. Recrean el país ideal, cuya
divisa es el consumismo mediático y por ende la racionalidad de las multitudes
acondicionada a la que exhibe este poder
fáctico.
Por estos motivos,
principalmente, será casi imposible que un partido de izquierda llegue al poder
y logre transformaciones. Y eso es precisamente una de las características de
la democracia; la participación equitativa de todas las fuerzas sociales en los
procesos políticos.
El derecho cancelado de
antemano para que gobierne López Obrador, nos semeja a las peores
dictaduras padecidas en este continente
y otras partes del mundo, donde el pueblo es visto como la correa de
transmisión de los intereses concentrados en la élite.
Con su ignorancia y
vida carenciada, la gente legitima esta clase de poderes que se pueden
perpetuar ad infinitum, teniendo para
ello los recursos en una cuantía difícil de calcular, tomando en consideración
la hibridación del capital ilícito con el resto del capital.
México entra en una etapa que supera en
dificultad a las anteriores crisis recientes que se dieron a partir de la
manipulación de los procesos electorales, con la venia de las autoridades
elegidas supuestamente para vigilar escrupulosamente la limpieza y autenticidad
de dichos procesos, de lo cual se abstuvieron en tanto cobraron puntualmente
“sus servicios”.
La confianza en las
instituciones en México se convierte así en letra muerta, como sucede con esta
clase de reglamentación electoral que se presta más para la simulación, que
para un proceso cuya legalidad no deje lugar a ninguna clase de dudas.
Los delitos electorales
como los cometidos en 2006 y 2012, debieran ser castigados como delitos
federales que no otorguen el derecho de fianza a quienes cometen tales
latrocinios. Una muestra de justicia y equidad en esta vorágine política sería
un buen ejemplo de que la Constitución tiene vigencia. Lo otro es incitar a la
desobediencia civil, al desenfreno de las masas justamente indignadas,
situaciones que nos recuerdan las ideas de Ortega y Gasset, quien describió excelsamente en su obra el fenómeno de las
rebeliones.
1 comentario:
Anuma
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