viernes, 23 de septiembre de 2011

La mujer en la prensa de Tuxtla,Chiapas




Las mujeres en este país no son muy distintas que en otros, sólo que en el nuestro las mujeres quizá sean, más que en otros países, distintas en su propio país, es decir, hay rasgos culturales que pueden diferenciar de múltiples formas a las mujeres mexicanas, la diversidad es grande en el suelo de México, pudiéramos decir más bien que es grandiosa.

Observamos que las habitantes de las capitales de los estados que pertenecen a la clase media o alta, guardan entre ellas cierta similitud en cuanto a patrones culturales como formas de sociabilizar, hábitos de consumo o estilos de vida, sin embargo, tanto el origen familiar como la influencia cultural de cada región, les moldea hasta cierto punto que las vuelve de alguna manera, originarias. Vemos igualmente que existen en ellas algunos comportamientos parecidos a los que practican mujeres de otras ciudades del mundo, especialmente del mundo latino, o de naciones con semejanzas históricas y de raíces culturales y genéticas compartidas, como son los países latinoamericanos. Además, todas, o quizá la gran mayoría, cabe dentro de aquello que define el concepto de mujeres occidentalizadas. Nuestras mujeres que pertenecen a ciertos niveles socioeconómicos elevados se comportan como mujeres del Norte, es decir, de Estados Unidos o Europa. Muchas de ellas tienen capacidad económica para viajar y hacer compras en los Shopping-Center de San Diego, Dallas o Miami, además han viajado a Europa u otros continentes, viven rodeadas de comodidades tecnológicas, autos de lujo, vacacionan en playas privadas, algunas juegan golf y la mayoría por supuesto ven cine, regularmente norteamericano y también series a través de canales igualmente de procedencia estadounidense.

Las que no llevan esos niveles de vida, si pueden en cambio pasarse días enteros en los centros comerciales o “plazas”, donde casi todo lo que se vende lleva una marca extranjera. Una o dos veces por semana entran en establecimientos con franquicia trasnacional de comida rápida, se visten de forma idéntica a las artistas famosas, generalmente de piel blanca y cabello rubio teñido, luciendo vestidos inspirados por modistos franceses o con algún disfraz, cuando llega la ocasión de celebrar el Halloween. Sin duda continúan los dominios de algunos estereotipos en nuestras regiones.

Por otra parte, decenas de millones de mujeres mexicanas viven en otra realidad muy distinta. Hacen tareas del campo o se ocupan de cuidar a los hijos que mandan a la escuela o bien, los requieren en actividades domésticas o faenas para contribuir al hogar. Estas otras mujeres que conforman la mayoría, también forman las filas de obreras en las maquiladoras o son las que ocupan una buena parte de los puestos para que la industria y el comercio operen. Desempeñan labores como secretarias, auxiliares, despachadoras, cocineras, camareras, afanadoras, cajeras, asistentes y un sinfín de tareas más.

La parte femenina a la que por lo regular da “cobertura” la prensa, corresponde al primer grupo, el de la elite o el de las clases con mayor capacidad de consumir los productos que al por mayor ofrece el mercado. Los diarios, al igual que la radio y la televisión comercial, reflejan los estereotipos que la sociedad produce. Van al ritmo que les impone la cultura, esto lo podemos palpar cuando nos encontramos con algunas fotografías de diarios antiguos o inclusive algunos ejemplares conservados en forma especial o a través de microfilmaciones de hemerotecas completas. Los formatos, el tamaño de la impresión, las distintas tipografías, la fotocomposición, el lenguaje mismo, han variado conforme a los cambios de época. El tratamiento hacia la población femenina por parte de la prensa, es el mismo que ha dedicado históricamente la sociedad al género. El conservadurismo que fue quedando atrás sin llegar a desaparecer, sobre todo en los estados del centro de la del país, sitúa a la mujer en pleno siglo veintiuno como la abnegada esposa que se hace cargo del hogar y del cuidado y educación de los hijos. Por increíble que parezca, muchas mujeres de la provincia todavía enfrentan a sus padres porque se niegan a darles autorización o apoyo para que estudien en la universidad. En estos lugares conformados por sociedades con visiones estrechas, los diarios reproducen tales valores que hoy nos parecen arcaicos. Esto por razones económicas aunque también es posible suponer que las líneas editoriales de la mayoría de éstos, comparten los criterios anclados en el pasado.

Las mujeres en nuestro país y en gran parte del mundo, ganan salarios inferiores que los hombres, padecen discriminación laboral y violación de sus derechos al aplicárseles exámenes de gravidez cuando solicitan empleo, sufren acoso sexual, tanto en empresas privadas como en el sector público, trabajan jornadas hasta de trece horas y además son las trabajadoras domésticas en sus propias casas. En Argentina, se aprobó hace dos años una iniciativa de ley para que las mujeres reciban del Estado (ochocientos pesos argentinos, cuyo valor es el triple del peso mexicano) una cantidad que, bajo el rubro de “ingreso por trabajo no remunerado”, se les entrega mensualmente a partir de cuando cumplen sesenta años. Se considera que toda labor que realizaron en el hogar durante años no recibió pago alguno, por lo que es justo retribuirles parte de ese adeudo en su madurez. Esto sin contar la ayuda que se les otorga por cada hijo que mandan a la escuela. Aquí, en cambio, crece el número de mujeres que mantienen el hogar y no reciben un solo centavo del gobierno ni de institución alguna.

Los medios de comunicación en general y la prensa en particular, no contribuyen realmente a una mayor participación femenina en la comunidad. Más allá de la repetición de tabús o clichés, donde aparecen haciendo roles que las vuelven objetos que estimulan el consumo, sobre todo de modas, no existen otros desempeños del género femenino. Son las “edecanes” de la sociedad. Si acaso una que otra dama que desarrolla actividades políticas, ciertas funcionarias públicas o empresarias que han trascendido más allá de sus regiones, son las que merecen las notas periodísticas. El resto de la población femenina es anónima y se supone que ve telenovelas.

A continuación un párrafo de la reseña sobre un desfile de modas en un diario de Tuxtla.

PASARELA * “Los chicos más guapos acompañaron a las niñas más lindas de la ciudad, quienes se lucieron en la alfombra con exóticos peinados y padrísimo maquillaje. Los fondos recaudados serán a favor de las misiones”.

No está mal que las jovencitas chiapanecas se luzcan en pasarelas como lo hacen habitualmente miles de mujeres jóvenes en el mundo, lo paradójico es que esta actividad que por ningún motivo debe asombrarnos dado que es inherente a las prácticas femeninas más antiguas, se dedique en este caso a recaudar fondos para las misiones, como lo afirma la nota. Es decir, las señoritas de posición social acomodada, organizan un desfile de modas de vestidos inaccesibles para la gente a quien le van a destinar lo recabado por medio de una institución religiosa.

Se trata de tendencias universales que son fácilmente captadas e incorporadas en las culturas nuestras, que por siglos han asimilado las influencias externas. Las identidades entran de esta manera en juego, siendo las de cada región invadida por la cultura extraña, las más vulnerables hasta llegar a peligrar su permanencia. Aquí debemos poner seriamente la atención. Una cosa es que las clases medias dispongan que sus hijas e hijos aprendan y sigan modelos propios de gente de su condición, igualmente influenciada por las corrientes culturales que comparten distintas sociedades del mundo, y otra es que tales influencias infiltren tanto que lleguen a imponer sus banderas por encima de los orígenes e identidades locales, hasta confundir a las generaciones que llegan a pensar su historia, junto con los contextos socioculturales donde se desenvuelven, a partir de los relatos del cine y la televisión foránea.

Los diarios pudieran abrir paso a la gama discursiva de la mujer contemporánea en el sureste, con una propuesta diferente del cliché que una vez las victimiza y otra las señala culpables. Esta dicotomía no resuelve el asunto y en cambio enturbia lo que pudiera objetivarse alrededor de la imagen pública de las mujeres, que se transmite a través de la prensa.

Como se menciona al comienzo de estas reflexiones, las mujeres guardan semejanzas y también diferencias culturales respecto de otras del mismo país y también de otras latitudes, sin embargo, la prensa no registra de forma sistemática o por costumbre comunicativa impuesta por el mercado, el potencial que emana de la riqueza de expresiones que el género femenino transporta a la vida de toda sociedad. Al margen del interés exclusivamente comercial que se enfoca únicamente en lo que se vende, se compra o se consume, el periodista pudiera fijar la mirada y visibilizar aquello que hacen, piensan y practican las mujeres latinoamericanas. No solamente son las mujeres una pieza esencial del motor del consumo sino también de la economía, de la ciencia, de la cultura y de toda actividad productiva. El vicio de tenerlas como una sub categoría y presentarlas como mercancías que a su vez promueven mercancías, las expone a los más terribles daños y peligros, a su vez sintomáticos de una sociedad cuyos valores son cada día más decadentes. Saquémoslas de las vitrinas y escaparates que las lucen atractivas, maquilladas, limpias, femeninas e inocentes. En cambio que sean sobresalientes en las profesiones, que se les conozca por medio de la academia, de la ciencia o las artes, del mundo laboral o de la acción ciudadana o política, también como madres educadoras o compañeras de un esposo, pero bajo otras perspectivas y modelos. La prensa puede y debiera, por compromiso social y ético, hacer mucho al respecto.

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